Hoy se celebra el Día Mundial de la Concienciación sobre la Vacuna contra esta enfermedad sin que se haya conseguido ningún modelo eficaz. Sin embargo, los expertos creen que todo este camino andado ha facilitado una comprensión más rápida de la COVID-19 y sus mecanismos patógenos.
A estas alturas del cataclismo sanitario y socioeconómico provocado por la COVID-19, solo una vacuna eficaz nos permitirá recuperar la normalidad tal y como la entendíamos hace apenas unos meses. Y eso pasa por la capacidad de la comunidad científica internacional, el sector farmacéutico y biotecnológico, las organizaciones filantrópicas, los partenariados de investigación en salud global y los gobiernos de unir fuerzas.
El objetivo debe ser acelerar al máximo el desarrollo de las vacunas más prometedoras, garantizar su fabricación a gran escala y asegurar su rápida y equitativa distribución a los billones de personas que deberán recibirla, estén donde estén. Para quienes llevan décadas trabajando para conseguir una vacuna contra el VIH/sida eficaz y globalmente accesible, resulta una situación familiar.
Desde hace más de 20 años, cada 18 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Concienciación sobre la Vacuna contra el VIH/sida. Es un día para recordar al mundo que solo una vacuna conseguirá que podamos contener y, finalmente, erradicar la epidemia global de VIH, reconocer los avances realizados en esta búsqueda y, sobre todo, honrar a la comunidad científica y a los miles de participantes en los estudios de vacunas. No obstante, la celebración de este año sucede en circunstancias insólitas.
Con la atención global centrada en la pandemia del coronavirus, y la certeza de que esta vez todos necesitamos una vacuna, tenemos una oportunidad única de explicar cómo las alianzas y capacidades científicas construidas a lo largo de décadas de inversiones en la I+D de la inmunización contra el VIH contribuyen a la aceleración del desarrollo de un modelo global contra el SARS-COV-2, y como a su vez la búsqueda para el VIH debe salir reforzada de esta crisis.
El VIH, catalizador de la vacuna para la COVID-19
En su esfuerzo por prevenir y tratar el VIH, la comunidad científica ha acumulado inmensos conocimientos sobre el sistema inmunitario y sus respuestas ante la infección durante las últimas décadas, lo que a su vez ha facilitado una comprensión más rápida de la COVID-19 y sus mecanismos patógenos.
De forma similar, la velocidad récord en el desarrollo de candidatas vacunales se ha visto facilitada por el uso de plataformas tecnológicas desarrolladas durante la investigación en vacunas del sida. De hecho, ciertos tipos de vacunas actualmente en desarrollo para el coronavirus, como las de ARN o ADN, o las vacunas de vectores virales, deben mucho de su desarrollo inicial a la I+D en vacunas del VIH.
En el caso concreto de IAVI, nuestro programa para desarrollar una vacuna contra el SARS-COV-2 se nutre de la experiencia en el uso como plataforma para el desarrollo de vacunas anti-VIH del virus de la estomatitis vesicular recombinante (rVSV), y que ya se ha utilizado con éxito para diseñar la primera vacuna aprobada contra el ébola.
Por otro lado, los modelos de investigación y de financiación desarrollados para avanzar en la I+D de vacunas contra el VIH y otras grandes enfermedades infecciosas como la tuberculosis y la malaria se inspiran en los modos de colaboración en el campo del SARS-COV-2, al incentivar el uso de alianzas público-privadas y poner un énfasis prioritario en asegurar un acceso global y asequible a cualquier futura vacuna.
Al mismo tiempo, durante las últimas décadas muchas organizaciones han establecido alianzas científicas de larga duración con centros de investigación clínica y aplicada basados en varios continentes, incluido el África subsahariana. Estas instituciones poseen amplia experiencia tanto en estudios epidemiológicos como en ensayos clínicos de vacunas y otras intervenciones biomédicas, y suponen un recurso global de incalculable valor que puede ser inmediatamente redirigido al trabajo en vacunas o tratamientos contra la COVID-19.
El trabajo de lograr una vacuna
La epidemia del VIH continúa siendo uno de los retos más serios para la salud y el desarrollo globales. Hasta la fecha, unos 32 millones de personas han muerto de sida, y 37 millones viven con la infección por VIH en el mundo. El acceso masivo a antirretrovirales en los países con menos recursos es un logro sin precedentes, pero unos 15 millones de afectados todavía no acceden a unos fármacos que han conseguido transformar la infección en una patología crónica y, hasta cierto punto, invisible.
Sin embargo, la enfermedad continúa expandiéndose en los países más afectados y entre los más vulnerables. En 2018 se contabilizaron un total de 1,7 millones de nuevas infecciones y murieron unas 770.000 personas de sida. A pesar del relativo éxito a la hora de ralentizar la expansión del VIH en algunos lugares, el gran crecimiento demográfico en muchos países supone que el total de personas infectadas seguirá creciendo.
Es más, con la irrupción de la COVID-19, estas cifras podrían dispararse hasta 500.000 muertes adicionales solo en el África subsahariana en dos años. Por ello, una vacuna eficaz es necesaria para revertir de forma sostenible la expansión del VIH.
Tras décadas de investigación incesante, llena de frustrantes retrocesos y emocionantes avances, la I+D en vacunas del sida nunca había sido tan productiva e innovadora. Varias vacunas candidatas se encuentran en ensayos clínicos avanzados, y otras muchas en estadios más tempranos de su desarrollo preclínico o clínico, incluidas más de 40 candidatas diseñadas para estimular la producción de anticuerpos ampliamente neutralizantes, no neutralizantes, respuestas celulares contra el VIH, o alguna combinación de estos mecanismos protectores.
Hoy, más que nunca, podríamos decir que no es una cuestión de saber si es posible desarrollar una vacuna contra el sida, sino de con qué rapidez lograremos conseguirla. Sin duda, nunca una vacuna se había investigado con tanta velocidad como con el coronavirus.
En poco más de tres meses disponemos de una centena larga de candidatas, se multiplican las colaboraciones público-privadas y fluyen los recursos para asegurar que las más prometedoras se desarrollen con la máxima rapidez posible y puedan entonces producirse y distribuirse masiva y globalmente.
La ciencia biomédica suele ser, no obstante, un proceso lento, que para florecer y dar frutos requiere de un apoyo sólido y sostenido en el tiempo.
La investigación de una vacuna puede ser particularmente lenta y difícil, sobre todo cuando se trata de virus tan complejos como el VIH, y de enfermedades que afectan desproporcionadamente a personas y países sin recursos.
Esperemos que el extraordinario ímpetu generado en torno a la búsqueda de una vacuna contra la COVID-19 contribuya a su vez a aumentar los esfuerzos ya veteranos en la inmunización contra otras grandes epidemias infecciosas y a garantizar que el mundo consiga, de una vez por todas, una vacuna contra el sida.
*Por Maite Suárez, experta en salud pública y para Europa de IAVI.