El dinero y la muerte están íntimamente ligados por una simple razón: el primero no te sirve cuando falleces.
Cuando se habla de dinero, se habla de lo que se puede hacer para la vida, y se planea de acuerdo con la esperanza que tenemos de que ésta continúe. El dinero y la muerte son dos caras de una misma moneda.
Algo que ilustraría fácilmente esta relación entre la muerte y el dinero sería responder a la pregunta: ¿Qué harías si tu médico te dijera que vas a morir próximamente?
Evidentemente, la mayoría de las respuestas (de personas sin dependientes económicos, espero) incluiría hacer cosas que deseas, sin importar el costo porque si la vida se acaba, la necesidad de ahorrar e invertir también.
Hay una película sobre un padre que le compra a su hija todo lo que se le antoja y la consiente muchísimo, y todos a su alrededor lo critican hasta que se enteran de que ella está condenada a morir del corazón antes de la pubertad.
De alguna manera, saber que alguien tiene los días contados, cambia nuestros juicios acerca de qué tan aceptable es su manera de vivir y gastar el dinero.
Miedo a la vejez
Muchas de las personas de 60 años que conozco desde la infancia y que peor administran sus recursos son gente que desde jóvenes rechazaban la idea de envejecer, por lo que se convencieron a sí mismos de que morirían antes de los 40 años de edad.
La mayoría son personas sanas que siguen sin visitar el hospital ni una sola ocasión.
La esperanza de vida en México les dice que vivirán hasta los 77 años de edad o más, pero nunca previeron financieramente para llegar sin preocupaciones a la vejez. Nunca se detuvieron a analizar si su esperanza de vida corta estaba basada en una realidad médica o sólo en sus deseos guajiros.
Considero que nuestra evasión ante las realidades de la vejez y la muerte es una de las principales razones por las cuales somos malos con el dinero. No queremos tener un estilo de vida más sencillo para que un viejito con pañales y demencia pueda estar sentado frente a la televisión todo el día dentro de 40 años.
Es más, nos convencemos de que ese viejito nunca existirá, a pesar de que las estadísticas digan lo contrario. Y se nos olvida que ese viejito somos nosotros. Ese viejito nos necesitará. Y ese viejito, si jugamos bien nuestras cartas, habrá disfrutado de 40 años de tranquilidad financiera antes de llegar a ese punto que tanto tememos.
Miedo al dinero
Esos conocidos de más de 60 años que no querían envejecer tienen cada día menos oportunidades para prepararse para la vejez. Pero su rechazo a llegar a la tercera edad no es lo único que hizo que no ahorraran.
Pasaron por varias crisis económicas del país donde el peso se depreció considerablemente y muchas personas perdieron, por consiguiente, parte del valor de sus ahorros.
El mundo financiero es confuso e incierto, y esa generación lo sufrió en carne propia. No hay nada que odiemos más las personas, que la incertidumbre, como lo corroboran estudios donde los participantes preferían recibir choques eléctricos que no saber si los recibirían o no.
También tenemos una fuerte aversión a la posibilidad de perder lo que tenemos. Conozco a muchas personas que prefieren comprarse algo que no necesitan, a invertir el dinero en instrumentos que tengan un mínimo de riesgo.
Sin embargo, gran parte de este miedo se debe al desconocimiento. Evidentemente, el mundo financiero no tiene palabra de honor, pero no conocerlo ni involucrarse en él sí viene con la garantía de que vivirás “en la tablita” hasta el final.
Tenerle miedo al dinero es darle poder sobre tu vida. Enfrentarlo y hacer lo posible por manejarlo es hacer de él una herramienta para lograr tus propósitos.
Cuando gastar da menos placer que no gastar
Si hoy compras un auto nuevo, el gusto te durará 6 meses a lo mucho, de acuerdo con la ciencia. Si inviertes ese dinero, ¿cuántos años de preocupaciones te ahorrarás?, ¿cuántas emergencias y crisis se te resbalarán como la mantequilla?, ¿cuántas veces se tranquilizará tu mente sabiendo que tienes un respaldo en caso de que te despidan del trabajo?, ¿a cuántos jefes mandarás a la goma porque sabes que puedes darte el lujo de no trabajar durante meses?
¿De qué te arrepentirás más en tus últimos momentos? ¿De no haber conducido un auto nuevo o de no haber podido usar tu tiempo en cosas valiosas como tu familia, tus pasatiempos y tus pasiones?
¿Y si en verdad no llego a la vejez? Entonces esos años de tranquilidad habrán valido su peso en oro, de cualquier manera.
Y si lo dejas previsto en tu testamento, el fruto de tu trabajo puede beneficiar a tus seres queridos de maneras concretas y controladas para que no tengan la opción de despilfarrarlo.
Aunque tampoco tiene forzosamente que terminar en las manos de tus parientes, si esa idea te molesta. Puedes prever que tu dinero vaya a tu institución de ayuda favorita.
Además, si te sucede que un doctor te avisa con tiempo que estás por estirar la pata, ¿te imaginas la emoción de saber que puedes pasar tus últimos días viajando por el mundo o comiendo lo que quieras? ¡Sin culpas ni preocupaciones!
¿Qué importa que la alegría te dure meses si no te queda más que eso en el horizonte?
En cambio, si no ahorras, ni inviertes, quizás no te alcance, ni para ir a comer tacos al pastor.
Hazte consciente de tu filosofía personal
Independientemente de los escenarios posibles a futuro, lo importante es que ahora mismo te hagas consciente de todas las ideas que has asumido hasta ahora acerca del dinero y la muerte.
Si sientes que no te has administrado bien, ¿tendrá esto alguna relación con tu filosofía acerca de la muerte?
¿Alguna de estas frases te suena familiar?
“Al cabo nada de esto me lo voy a llevar, así que vámonos a gastar.”
“No quiero privarme de nada para que mi marido se lo gaste con otra cuando me muera.”
“El rico y el pobre igual se mueren”.
“Hay que vivir el momento sin preocuparse por las consecuencias”.
Manejar el dinero es difícil porque requiere de un equilibrio entre nuestras necesidades y deseos, presentes y los futuros.
Si no nos gusta pensar en el futuro, si no confiamos en él, entonces tomaremos decisiones que nos lo pondrán más difícil.
Así como tu presente se construyó durante tu infancia, y juventud, tu futuro se construye o se destruye con las decisiones que tomas hoy. Pero para tomar mejores decisiones, tienes que saber qué las motiva ¡Elije conscientemente!