Por Maribel Ramírez Coronel, Periodista en temas de economía y salud para El Economista.
Si hay una industria cuya forma de operar se desconoce en México, es la de atención hospitalaria. Todo parece indicar que es un sector protegido por la autoridad, pues si es regulado nadie sabe realmente cuáles son los índices que reflejan si mejoran o empeoran sus servicios. Y eso que es una rama empresarial con un crecimiento enorme en las últimas décadas en el país.
Ahí está el caso de la cadena de Hospitales Ángeles, del empresario Olegario Vázquez Aldir, con 28 subsidiarias en el país, 10 de ellas en la ciudad de México, y que representan junto con sus hoteles —muy vinculados a su brazo hospitalario— el portafolio que genera mayor liquidez al Grupo Empresarial Ángeles. Pero no da a conocer sus indicadores más elementales como son mortalidad, infecciones dentro del hospital y/o retorno o sobrevida de sus clientes-pacientes.
La cadena Star Médica, de Carlos Slim, con 14 hospitales es otra de las principales redes hospitalarias de la cual tampoco contamos con sus indicadores. Lo mismo sucede con Hospitales Christus Muguerza, del regiomontano José A. Muguerza, que ya forma una red de 11 hospitales (cuatro de ellos en Monterrey), la Beneficencia Española (Hospital Español) es otro que ha crecido, ahora con cuatro subsidiarias en el país.
Otras cadenas en expansión de las cuales no conocemos sus indicadores son el jalisciense Puerta de Hierro con tres hospitales, el San Javier de Jalisco también con tres hospitales y operando sólo en la ciudad de México San Ángel Inn con cuatro hospitales y Centro Médico ABC con dos hospitales.
Médica Sur, con dos sucursales en la capital del país, es el único que publica sus indicadores médicos y eso porque cotiza en la Bolsa Mexicana de Valores. Pero no hay forma de compararlos con otros nosocomios.
Todas estas empresas integran un sector demasiado sensible; simplemente porque su razón de ser es la salud de las personas. Es increíble, pero en México no se conocen los números de la industria hospitalaria y ya no hablemos de sus ingresos, facturación o crecimiento de ganancias, sino las cifras que reflejen su óptima o mala operación, tales como el número de días promedio de hospitalización, de complicaciones, sobrevida de pacientes crónicos, etcétera.
¿Por qué la Secretaría de Salud no obliga a un hospital privado a publicar esos índices? Sería vital para estimularlos a operar eficientemente. Se supone que estas empresas hospitalarias envían esos datos periódicamente a la Dirección General de Información en Salud que lleva Héctor Hernández Bringas. La Asociación Mexicana de Industria Aseguradora, dirigida por Recaredo Arias, también los tiene.
Lo ideal sería que hubiera un ombudsman hospitalario —como existe la Condusef para el sector financiero— que los diera a conocer y defendiera al usuario de servicios de salud. Pero no. Estamos muy atrasados en este aspecto. No hay un sitio web donde el paciente o sus familiares tengan información que les permita tomar una decisión informada para elegir a qué hospital irse a intervenir. Lo que rige es la recomendación del médico.
Lo malo es que los incentivos de los médicos también están al revés: mientras más operen más ganan. De hecho, es sabido que en varias de las cadenas mencionadas se premia a los médicos que más intervenciones acumulen o que más clientes sumen a los estudios de todo tipo realizados en el hospital; no se premia a quien reduzca las infecciones o a quien cure y logre los egresos más rápido.
Como se ve, el escenario es que en los hospitales mexicanos los incentivos son perversos: a mayor número de cirugías, de infecciones o de estancia hospitalaria, mayores ingresos y, se entendería, mayor rendimiento. ¿A quién le toca detener esto?