Un informe sobre el fintech y la estructura del mercado de servicios financieros, celebra la presión hacia la reducción de costos y mejoras en el servicio pero advierte que esto puede no durar si el subsidio cruzado lleva a que las Big Tech saquen del juego a los proveedores actuales.
Como regalo del Día de San Valentín para el mundo, el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB) con sede en Basilea publicó un informe sobre la aplicación de la tecnología a las finanzas, o fintech, y la estructura del mercado de servicios financieros. El subtítulo del informe, más profundo, revela las intenciones de los autores: “cambios en los mercados e implicaciones para la estabilidad financiera”.
La premisa del informe es sencilla. El ingreso de las grandes empresas tecnológicas, las Big Tech, a la escena financiera puede “afectar el grado de concentración y disputabilidad de los servicios financieros, con beneficios y riesgos potenciales para la estabilidad financiera”.
El énfasis está puesto en empresas como Apple, Google, Facebook, Amazon y Ant Financial, más que en la multitud de fintech que están apareciendo en Silicon Valley, Israel o las inmediaciones de Old Street en Londres. Los bancos centrales y los ministerios de finanzas comienzan a preguntarse si las actividades de las megatecnológicas, cuyas capitalizaciones de mercado ya superan con creces incluso a las de los bancos más grandes, serán totalmente beneficiosas.
No deja de ser sorprendente que esas preguntas no se hayan hecho antes (viene a la mente aquello del genio que ya se escapó de la botella). En Europa, cambios regulatorios como la Segunda Directiva sobre Servicios de Pago (PSD2) han sido cruciales para la apertura del sistema bancario; y diversos organismos reguladores, por ejemplo la Autoridad de Conducta Financiera del Reino Unido, usan hace tiempo la idea del sandbox regulatorio: un entorno de prueba que ayuda a las empresas ingresantes al mercado a estructurarse para cumplir las normas.
La PSD2, cuya idea a menudo se describe como “banca abierta”, obliga a los bancos a compartir datos de sus clientes con proveedores no bancarios de medios de pago y servicios de información de cuentas. De tal modo, los “agregadores” pueden presentar al cliente una visión integral de sus finanzas y ofrecer servicios adicionales.
Puede que el momento de evaluar los riesgos de la banca abierta para la estabilidad financiera fuera durante el período de consultas antes de la aprobación de la directiva. Ahora mismo la lista de entidades que hicieron aportes al informe del FSB muestra que la Comisión Europea y los principales organismos reguladores en Europa y Norteamérica no tuvieron participación.
¿Cuál fue, pues, la conclusión del FSB?
Los autores comienzan, con tacto, haciendo una serie de elogios a las Big Tech. Dicen con razón que “la mayor eficiencia de los nuevos jugadores puede mejorar la eficiencia de los servicios financieros en el largo plazo”. Es indudable que la ausencia de ciertos costos, por ejemplo los derivados de sistemas informáticos antiguos y redes de sucursales subutilizadas (consideradas una especie de servicio público y, por tanto, difíciles de racionalizar), permite mecanismos digitales más baratos para la provisión de servicios, que serían la envidia de los bancos.
También es enteramente razonable sostener, como hacen los autores, que una mayor competencia en la provisión de servicios financieros puede beneficiar a los consumidores al ampliar la variedad de opciones, estimular la innovación y reducir los costos de transacción.
La presión sobre los proveedores tradicionales está generando fuertes incentivos para reducir costos y mejorar el servicio. Las empresas establecidas ya no pueden dormirse en los laureles, como hacían cuando el traspaso de cuentas era infrecuente. Pero el FSB también señala que con la aplicación del subsidio cruzado, las Big Tech podrían ganar cuota de mercado rápidamente y sacar de juego a los proveedores actuales. De modo que “su participación tal vez no genere un mercado más competitivo a largo plazo”.
Es una advertencia que las autoridades deberían escuchar; pero se supone que al FSB lo que más le interesa es la estabilidad, y en esto el informe es ambiguo. Por un lado, los autores sostienen que la mayor competencia puede crear un sistema financiero más sólido, en el que la infraestructura esencial esté repartida en una variedad más amplia de empresas. Por otro lado, las ventajas competitivas de los nuevos ingresantes respecto de los bancos pueden dejar a estos “potencialmente más vulnerables a pérdidas”. Según el informe, la consiguiente reducción de “utilidades no distribuidas como fuente de capital interno” puede tener un “impacto en la resiliencia del sector financiero y en su asunción de riesgos”.
Decidir cuál de los dos escenarios es más probable queda en gran medida librado al criterio de los lectores. Pero mientras que el informe es inequívocamente positivo en cuanto al impacto de las nuevas empresas fintech emergentes (sea que sigan siendo entidades independientes o se unan a los bancos existentes para crear ofertas complementarias), en relación con las Big Tech las conclusiones de los autores son mucho más cautas. Si bien análisis anteriores hablan de un efecto pequeño o benéfico de las fintech sobre la estabilidad financiera, el FSB cree que “esto puede cambiar rápidamente conforme aumente la participación de los grandes proveedores tecnológicos”.
Un posible factor de inestabilidad financiera que identifica el informe es que los bancos relajen imprudentemente los criterios de otorgación de préstamos. En mi opinión, hay poco riesgo de que suceda. Los bancos ya pasaron por eso, en tiempos que todavía están frescos en la memoria, y no quieren volver ahí. Pero el riesgo de pérdida de rentabilidad es real, sobre todo si, como el FSB considera posible, se adoptaran estrategias de precios basadas en ofrecer productos por menos del costo para atraer clientes.
Los autores mencionan explícitamente el riesgo del subsidio cruzado. Los bancos en Europa hoy no cuentan con el favor de los inversores (en su mayoría cotizan en bolsa muy por debajo de su valor contable); una pérdida significativa de cuota de mercado en servicios de pago amenazaría todavía más su viabilidad.
En respuesta, el FSB pide (obviamente) “vigilancia” de parte de los supervisores bancarios (¿cuándo habrá sido que se les dijo que era buen momento para descuidarse?). Pero me pregunto si la solución realmente pasa por los supervisores bancarios. Si el informe hubiera contado con el aporte de una variedad más amplia de autoridades, tal vez estas hubieran recomendado, más acertadamente, que haya vigilancia por parte de los organismos encargados de supervisar la conducta comercial y la competencia. Siguiendo la misma lógica del FSB, los riesgos más probables se encuentran en el terreno de estos organismos.
*Por Howard Davies, presidente del Royal Bank de Escocia. Project Syndicate 1995–2019.
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