Por Liliana Martínez Lomeli para El Economista.
Por primera vez, la Organización Mundial de la Salud (OMS) de las Naciones Unidas, elegirá por medio de un proceso de votación a su nuevo director, quien sin duda se tendrá que enfrentar a una serie de polémicas y retos para su mandato.
Este 22 de mayo dio inicio la Asamblea Mundial de la Salud en Ginebra, Suiza, en donde se congregarán los oficiales internacionales de los países miembros de la OMS para votar director general. Tener el liderazgo de la OMS significa un puesto clave en el que se establecen las prioridades de política pública en materia de salud sobre las que se pondrá el foco y a las que se dedicarán recursos y esfuerzos en los próximos años. Aunque en general las prioridades de la OMS evidentemente son en materia de salud, la definición de estas prioridades, el reconocimiento y el marcaje de los problemas de salud responde a lógicas políticas que tienen que ver con las diferentes oficinas regionales que responden a un sistema organizacional segmentado y con múltiples intereses.
Quien deja el puesto que fue ocupado durante dos períodos es la doctora Margaret Chan, quien durante su mandato enfrentó fuertes crisis, como el brote de ébola en tres países de África Occidental donde murieron más de 11.000 personas y en el que Chan fue duramente criticada por la lenta respuesta a la urgencia sanitaria. Otra de las controversias que se destapó recientemente fue que el gasto en viajes de los directivos de la OMS era mucho más alto que el presupuesto anual para combate y prevención de VIH/SIDA. La agencia Associated Press obtuvo incluso acceso a la forma en la que se reservan los viajes para los mandatarios y los lugares donde se hospedaban, como las suites de lujo en los países africanos en crisis, que ascendían a US$ 1.000 por noche. El presupuesto anual de la OMS se obtiene por medio de las aportaciones que dan sus 194 países miembros. Este hecho puso en evidencia algunos de los cuestionamientos que se le hacen a la OMS sobre las prioridades y la efectividad con la que se gestionan.
Enfrentados a un mundo con amplias desigualdades sociales es evidente que el rango y el tipo de enfermedades que se vuelven asuntos de salud pública varían de una región a otra, de un país a otro, incluso, simplemente en nuestro país (México), de una ciudad a otra. Entre las enfermedades transmisibles producto de las paupérrimas condiciones de vida en las que se encuentran millones de habitantes en África y Sudamérica, hasta la epidemia —o por lo menos, así es como lo ha designado la OMS— de obesidad infantil, las dimensiones de salud pública de la drogadicción y los problemas de salud mental como la depresión y la demencia, existen abismos de diferencia en la forma en la que se enmarcan las enfermedades, en la forma en la que se previenen y en la forma en la que se conciben. Fácil sería la tarea, si el problema de obesidad infantil se pudiera combatir con las estrategias de combate y prevención de enfermedades transmisibles, en las que una buena instalación de agua potable hace la diferencia.
Desafortunadamente, las enfermedades como la “epidemia” de obesidad o las enfermedades de salud mental, conllevan hasta en su misma definición, controversias que no son unicausales ni se presentan siempre con los mismos “síntomas”, hablando de manera biologicista.
El gran reto del nuevo director de la OMS será, por un lado, enfrentarse a nuevas condiciones de salud pública que exigen replantear la visión, hasta el momento totalmente epidemiológica de los problemas de salud de la sociedad. Por otro lado, reconocer que la estructura política de la organización exige un replanteamiento de las formas en las que las directivas y representantes regionales atienden a sus prioridades en relación a condiciones geopolíticas en las que se encuentran inmersas donde a veces, la eficacia de la estrategia de salud pública es lo de menos dando prioridad a la mediatización de medidas ineficaces y sin visión de largo plazo.