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Los sonidos de la selva ecuatoriana que sirven de base para intensas terapias
Sábado, Marzo 14, 2015 - 16:27

Carlos Monge es un artista de Guayaquil quien, a base de reciclaje y de mantención de instrumentos autóctonos, propone sonidos selvátivos como una forma de generar instancias de reflexión ante las inquietudes de la vida moderna.

Una botella de cloro vacía convertida en un tambor que saca sonidos intensos. Un pequeño silbato que imita el sonido de las aves. Christian Monge es un artista de Guayaquil que tanto con elementos de reciclaje como con instrumentos propone un regreso a la selva como terapia ante las inquietudes de la vida moderna.

En los últimos días realiza sesiones en Junta de Beneficencia de Guayaquil, enseñando terapais a base de sonidos de la selva para adultos mayores. Pero Monge entrega sus conocimientos en muchas instancias de la ciudad ecuatoriana.

En sus presentaciones, el inquieto artista trabaja con la música conocida como permacultura, un concepto que busca rescatar y conservar lo natural y cultural, a través de la mezcla de susurros de la selva y el folclore regional.

Con artículos reciclados, Monge usa –por ejemplo- el “pléyades drums”, especie de tambor con forma de tortuga con el que saca sonidos imitados de las profundidades selváticas.

Para el artista, estos instrumentos no sólo conservan la armonía de los sonidos, sino que también contribuyen a la conservación de la naturaleza. “La tortuga es un animal sagrado para varias culturas, pues sus trece ornamentos seguían el ciclo lunar”, explica.

Lo cierto es que la sonoridad del “pléyades drums” es una combinación de marimba y xilófono.  El público sigue los predicamentos de Monge y siempre reciben con atención y respeto sus interpretaciones y mensajes.

 “Me sentí en la selva. Nunca he querido ir para allá y ahora me dieron ganas”, comenta una de las personas que lo escucha en la Junta de Beneficencia de Guayaquil.

Cada sonido que el artista adiciona a la pista se repite por una consola. De allí es que el intérprete procure que en la sala siempre haya silencio, para que ningún ruido interfiera.

Aunque siempre varía su repertorio, como base trabaja con sonidos de la etnia tsáchila, a través de los cuales agrega silbidos que imitan aves y una flauta indígena llamada lakota genera una intensidad que generalmente el público termina bailando.

“Sabemos que las melodías de nuestros ancestros se basan en las cosas naturales y cotidianas. Por ejemplo, golpeaban conchas para simular el sonido de las olas. Y los tambores se golpeaban para mimetizar la resonancia de la Tierra”, indica Monge.  

 

Autores

El Universo/ LifeStyle