La dinámica de compartir la vida entre dos personas guarda una serie de complejidades que la psicología ha ido identificando cada vez más.
Son las más complejas y las que dejan más huellas, ya que se manifiestan en su máxima expresión cuando la pareja va cumpliendo ciertas etapas y empiezan a tomarse decisiones mayores. Ambas partes no ceden en las conversaciones y se busca marcar una victoria para un futuro conflicto.
El punto central aquí es considerar que ambas partes deben sentirse representados en la decisión final. Esa una ecuación compleja, pero posible. La salida puede ser un consenso o un compromiso en que una parte cede en un tema, pero asume el control en otro, de manera de continuar los equilibrios necesarios en una pareja sana.
El tema más difícil es cuando hay hijos, que muchas veces asisten a estas discusiones como espectadores de un intenso conflicto. En estos casos hay que medir cuánto de ego hay en el planteamiento que se está haciendo y cuánto hay de interés sincero en lo que es mejor para todos.
Si se piensa que ceder es una muestra de debilidad y con ello se considera que pareja gobernará sin peso, lo cierto es que se entra en una dinámica poco sana y la relación se hace enfermiza en la que no existe la unión.
La psicología indica que, en rigor, este cuadro es un estado grave en las relaciones personales porque la pareja codependiente se convierte en lastre del otro, en una sombra pesada, y no en una compañía que sirva de apoyo y estímulo.
La obsesión por la pareja se vuelve incontrolable y se cae en aquella perniciosa frase “si no es mía/o no es de nadie”. Actualmente existen terapias efectivas para enfrentar este problema, las que buscan modificar los sentimientos de minusvalía que impiden amar desde una posición de par y no de dependiente.
Este problema es uno de los más difíciles de diagnosticar con total certeza, porque si bien muchas veces se trata de una problemática que atenta contra la relación, en otras actúa con un efecto totalmente contrario.
Porque no basta con señalar que el carácter de él y de ella son diferentes. Muchas veces en esa dinámica se establece un equilibrio sano, en el que ambos perfiles se complementan.
En ocasiones, a la pareja le sirve la forma de ser de él y en otras la de ella. Se generan así herramientas diversas para situaciones distintas. Y, mejor aún, en ese equilibrio se dinamiza una comunicación asertiva con la que la pareja construye armonía.
El problema es cuando esas diferencias de caracteres implican el control de la pareja, inclinando la balanza sólo para un solo lado. Se anidan allí tanto gérmenes de codependencias como de luchas de poder, en medio de un evidente desequilibrio.
Ello porque, por ejemplo, no se comparten los mismos gustos, es difícil que estén juntos en las mismas actividades o porque ella la pasa muy bien donde él se aburre. O al revés.