Virulencia de la campaña presidencial en EE.UU. comienza a afectar la salud de la población. Revelan que casi el 60% de la población se declara estresada o muy estresada.
Rodrigo Lara Serrano / “Soy el único obstáculo entre ustedes y el apocalipsis nuclear”. “Si triunfa ella, ISIS se apoderará de América”. La primera frase es de Hillary Clinton. La segunda de Donald Trump. Cualquiera que se crea que una de las dos es verdadera tiene razones para comenzar a dormir mal y colocarse irascible: recibir una bomba atómica en el barrio o una invasión fundamentalista islámica en la oficina no es bueno para los negocios, para el romance o, siquiera, para la digestión.
Pero las campañas políticas polarizadas suelen ser así: el adversario está a un paso de convertirse (si es que ya no lo es) en el “enemigo”. Un “enemigo” que nos bombardea desde los medios de comunicación, ahora convertidos en una hidra (monstruo griego de cien cabezas), con ideas o frases que nos vuelven locos. En especial si vienen de ese viejo amigo de la infancia cuyos comentarios en la red social compartida demuestran que, efectivamente, nunca estudiaba en la casa ni atendía en las clases.
Como lo ilustrara sabiamente Robert M. Sapolsky, uno de los pioneros médicos en el campo del estrés, en su libro “Porque la cebras no tienen úlcera”, la civilización humana por definición es un lugar de estrés permanente: la respuesta animal de “pelear o huir” ya no es posible. Ni en la oficina, ni en el hogar, ni en la plaza pública, ni en el mall. De hecho, cuando vuelve a generalizarse en una sociedad el resultado es Siria: un país de todos contra todos. Hecho cenizas.
Para evitar lo anterior es que tenemos a los políticos profesionales, esos equilibristas del stress (cuando no son psicópatas o narcisistas borderline). Pero las cosas no están funcionando así en la campaña presidencial y legislativa en curso de EE.UU.
El candidato republicano, Donald Trump, un político amateur empoderado por sus éxitos previos y con su autoestima siempre necesitada de nuevos halagos, procedió a abrir la caja de Pandora del “vale todo”: claro, una cosa es ponerle un poco de “picante” a una campaña, y otra, echarle combustible y flambearla. La diferencia entre ambas posturas está elevando el stress de los estadounidenses acostumbrados por décadas, luego del fin de la Guerra de Vietnam, a campañas más bien insípidas donde se dejaban a los candidatos a vicepresidentes el papel decir excentricidades o hacer un poco el ridículo.
Redes antisociales
En esta oportunidad es diferente. La Asociación Americana de Psicología (APA) aseveró esta semana, que la cobertura incesante de las elecciones presidenciales tiene ha estresados a más de la mitad de los adultos estadounidenses. Ello, independientemente de su afiliación política.
“Estamos viendo que no importa si usted está registrado como demócrata o republicano, los adultos estadounidenses en general dicen que están experimentando estrés significativo durante la elección actual”, dice Lynn Bufka, director ejecutivo asociado de la APA para la práctica de la investigación y políticas.
"El estrés (natural) de la elección se ha visto exacerbado por argumentos, historias, imágenes y vídeo en las redes sociales que pueden aumentar la preocupación y la frustración, sobre todo con miles de comentarios, que pueden ir desde los factuales a los hostiles o, incluso, inflamatorios", agregó en un comunicado de prensa de la asociación.
Las cifras indican que el 52% de los estadounidenses mayores de 18 años dice que la elección es una fuente algo o muy importante de estrés, lo cual incluye al 55% de los que se alinean con los demócratas y al 59% de los que simpatizan con los republicanos.
La encuesta también encontró que el 38% de los encuestados dijo que las discusiones políticas y culturales en los medios sociales les provocan estrés. Más de la mitad de los que usan los medios sociales dijeron que la elección es una importante fuente muy o algo de estrés, en comparación con el 45% de los que no utilizan los medios sociales.
Hombres y mujeres son igualmente propensos a sentirse estresado por la batalla Trump-Clinton, aunque hay algunas diferencias entre las generaciones. Sólo el 45% de la Generación X (los nacidos entre 1965-1980) dicen que sentirse estresados por la elección, mientras que casi seis de cada 10 de la generación "Madura" lo hacen, según la encuesta en línea realizada en agosto. Estos últimos son los que nacieron antes de 1946.
Además, el 56% por ciento de la generación del milenio o Millennials y la mitad de los Baby Boomers asegura que la elección es una fuente muy o bastante importante de estrés.
No es extraño que la APA, entres sus consejos, para moderar la respuesta de estrés haya sugerido a los estadounidenses: “Apague el suministro de noticias o tome un descanso digital. Lea sólo lo suficiente para mantenerse informado. Tome tiempo para usted, vaya a dar un paseo, hacer cosas que disfruta y pasar tiempo con la familia y amigos”.
Ansiosos para siempre
Sin embargo, probablemente no sea tan simple. Es Temporada de Payasos Asesinos en EE.UU. Algunos analistas políticos y sociales anglosajones han señalado que la epidemia de avistamientos, bromas agresivas y estupidez simpática en relación a jóvenes, y no tanto, disfrazados (o alucinados) como “payasos asesinos”, puede ser tomada como un indicio de ansiedad masiva.
Ayudan a ello la cercanía de Halloween, más el inevitable efecto contagio promovido por la cobertura mediática, de manera que no puede achacarse el fenómeno a ser un subproducto de la campaña electora. Aun así existen antecedentes en la historia occidental de cómo los momentos de alta polarización dan origen a explosiones de rumores o alucinaciones en los que se materializan y proyectan miedos y ansiedades.
Allì está el historial de acusaciones a judíos, gitanos o indios de secuestrar o sacrificar a un niño pequeño, con las consecuentes persecuciones o pogroms que terminaba con cientos de muertos. Sumemos la aparición de hombres-lobos o criaturas seudovampíricas, con la alharaca correspondiente, y ya tenemos una venerable tradición de estupidez y demencia masivas.
Pero, como dice la famosa frase de la novela Drácula, “hay método detrás de su locura”. O sea, una lógica explicable. Hay que notar que en todos los casos, los perseguidos son grupos considerados “amenazantes” (existan o no) que, en los imaginarios de sus sociedades, se encontraban en las fronteras; es decir, eran “extraños” conocidos: esos curiosos extraños a los que todos han visto o de los que todos han oído.
Lo mismo ocurre con los políticos y los payasos: los hemos visto, nos han hecho reír y/o llorar, usan maquillaje, declaman y dicen cosas graciosas en voz alta (y no pocas veces se ríen en forma inquietante, como en el audio del ex presidente Ronald Reagan haciendo que apretaba el botón de la guerra atómica).
Estrés crónico, ruina crónica
Payasos y políticos comparten, igualmente, otra característica: pueden “desconocernos”. Es decir, pasar de la familiaridad seudo íntima (el político besando a mi bebé y tomándose una foto conmigo) a la amenaza siniestra (ese mismo político a punto de enviar a mi otro hijo de 18 años a una guerra lejana sobre la base de mentiras evidentes). En este sentido tanto los aspirantes a payasos asesinos, como así Hillary Clinton y Donald Trump se parecen. La retórica de Trump se basa en convencer a los estadounidenses en que el “Sueño Americano” era real y los políticos profesionales y los inmigrantes lo han vuelto una pesadilla, por lo tanto “debemos hacer a América grande otra vez”. Hillary, por su parte, afirma que la pesadilla real es la que impondrá Trump y que en el “Sueño Americano”, lejos de agotarse, lo mejor está por venir.
Sabemos que ambos dicen la verdad y mienten a la vez (aunque, en el caso de Trump, verdad y mentira sean intercambiables), como los payasos, que dicen verdades con sus malos chistes, y mienten con maquillaje y exageraciones.
El problema con todo esto es que una cosa es ver a los políticos como payasos (cuando no son los de nuestro bando o simpatía) y otra verlos como payasos asesinos a punto de destruir el sistema o país. Si caemos en estrés crónico. Si la mayoría de los miembros de una sociedad caen en estrés crónico, las cosas empeorarán. Aún cuando ésta sea una democracia. El sabio del estrés, Robert M. Sapolsky, lo explicó así: “¿Qué le hace estrés crónico a la corteza frontal (donde reside el razonamiento)? Atrofia neuronas, desconecta circuitos. Como resultado, puedes tomar las decisiones más idiotas, de las que te van a perseguir por el resto de tu vida, y sin embargo, pensarás que ellas son brillantes en el momento de tomarlas. Ese es otro de los efectos del estrés crónico: tu juicio va por el desagüe”. O sea, podría votar contra tus intereses sonriente y feliz.
Los políticos, especialmente los sin futuro cuando las cosas van bien, saben esto. Por ello, estresar a los votantes es la tentación de imponer una ruleta rusa a la que apuestan con alegría. Saben que si no se les pasa la mano y se defenestran a sí mismos, obtendrán el cargo y el poder. El drama es que, aunque posean inteligencia, incluso grandeza, tenderán a arruinar las cosas por largo tiempo. Como un payaso asesino de verdad.