La expectativa es que la gente aprenda de sus fallos. Nuevas investigaciones sugieren que la realidad es más complicada.
Fracasar es desagradable, no cabe duda. Pero, por lo menos, es probable que aprendamos de nuestros errores y avancemos hacia oportunidades mejores y más importantes. ¿No es así?
Lo cierto es que hoy en día los beneficios del fracaso han adquirido un carácter casi mítico. Los empresarios de Silicon Valley aspiran abiertamente a "fracasar rápido, fracasar a menudo", mientras que toda una generación de deportistas creció bajo el influjo del mantra del baloncestista Michael Jordan: "He fracasado una y otra y otra vez en mi vida. Y es por eso que tengo éxito”.
Pero mirar el fracaso a través de lentes color de éxito es peligroso.
"Los maestros, los entrenadores y los oradores en las ceremonias de graduación tratan de ser fuentes de inspiración al hablar del fracaso", afirma Lauren Eskreis-Winkler, profesora adjunta de Gestión y Organizaciones en la Kellogg School of Management. "Sin embargo, hemos observado que mostrar demasiado entusiasmo y exagerar los beneficios del fracaso resulta desmotivador. Al hablar del fracaso, deberíamos ser fieles a la realidad".
En siete estudios, Eskreis-Winkler y sus colegas hallaron que las personas tienden a sobrestimar sistemáticamente la probabilidad de que alguien logre el éxito tras un fallo inicial, un resultado que se debe, al menos en parte, a la incapacidad de las personas para prestar atención a sus errores. Después de todo, ¿quién quiere ahondar demasiado en sus propios fallos?
Esta "brecha del fracaso" puede ser perjudicial para las personas si les impide prepararse adecuadamente para su próxima oportunidad o tomar otras medidas para aprender de sus errores. Pero también puede ser devastadora para la comunidad, dice Eskreis-Winkler.
“Si suponemos que las personas son más fuertes de lo que son en realidad, las ayudamos menos”, afirma. Las casas de transición para excarcelados, así como los centros de rehabilitación y los programas de prevención de la reincidencia para toxicómanos terminan faltos de financiación si pensamos que las personas que luchan por rehabilitarse no necesitan más apoyo.
Esta vez lo conseguiremos, ¿a que sí?
Sin duda el fracaso puede ser un paso en el camino hacia el éxito. Por ejemplo, los investigadores Yang Wang, Ben Jones y Dashun Wang de la Kellogg School of Management descubrieron que los científicos que por muy poco margen no habían logrado obtener una importante subvención terminaban alcanzando más éxito profesional que aquellos que por muy poco margen sí la habían obtenido. El hecho de fracasar nos puede convertir en mejores versiones de nosotros mismos.
Pero la palabra clave aquí es “puede”. Eskreis-Winkler y sus colegas Kaitlin Woolley de Cornell, Eda Erensoy de Yale y Minhee Kim de Columbia sospechaban que factores tales como el sesgo optimista —la tendencia a sobrestimar la probabilidad de obtener resultados positivos y subestimar la de obtener resultados negativos— podrían llevarnos a pronosticar una probabilidad de éxito tras un fracaso mayor de la que realmente existe.
Las investigadoras pusieron a prueba su hipótesis a través de varios estudios en línea.
En el primero, 300 participantes evaluaron a egresados de las facultades de Derecho, Enfermería y Educación que no habían aprobado el examen de habilitación profesional en su primer intento. ¿Qué porcentaje aprobaría el mismo examen en el segundo? Los participantes sobrestimaron de manera significativa la cantidad de estudiantes de esas tres profesiones que aprobarían el examen en su segundo intento, a veces por un margen considerable. Por ejemplo, calcularon que el 58% de los estudiantes de Derecho que habían suspendido el examen del Colegio de Abogados lo aprobarían en su segunda vuelta, cuando en realidad eso apenas lo consigue un 35%. Un estudio de seguimiento arrojó resultados similares en relación con adultos que habían reprobado la primera vez que tomaron el GED, un examen que ofrece una credencial equivalente al diploma de escuela secundaria en EE.UU.
Los tan (excesivamente) cacareados beneficios del fracaso
¿De dónde procede este poco realista optimismo con respecto al fracaso? Según parece, en parte proviene de nuestras ideas sobre el fracaso en sí.
En otro estudio, se comunicó a los participantes que un estudiante había obtenido 219 de 300 puntos en el examen para obtener la licencia de enseñanza. Lo importante fue que solo a algunos de ellos se les informó de que 219 puntos eran una nota de suspenso. Los participantes que sabían que el alumno había reprobado el examen sobrestimaron la probabilidad de que mejorara su puntuación en el siguiente, mientras que los que solo conocían la nota (sin saber que en ese contexto representaba un suspenso), no.
Además, la creencia en los beneficios del fracaso se observa más allá de los ámbitos convencionales de superación. De forma generalizada, los participantes sobrestimaron la probabilidad de que un adicto a los opiáceos se sometiese a tratamiento, pero la sobrestimaron por un margen aún mayor cuando dicha persona acababa de experimentar un "fracaso" (una sobredosis no mortal). En realidad, las personas que han sufrido una sobredosis recientemente son aún menos propensas a iniciar un tratamiento.
Sin duda, esto nos obliga a plantear la pregunta de por qué estamos tan seguros de que el fracaso en particular engendra el éxito. Y, según el estudio, la causa parece ser un exceso de confianza en que las personas se esfuercen por aprender de sus errores.
En un estudio, por ejemplo, un grupo de enfermeros oncólogos tuvo que responder a la pregunta: "¿Qué porcentaje de estadounidenses cree que los pacientes que participan en ensayos clínicos no reciben la mejor atención posible?" eligiendo entre dos opciones. A los que respondieron incorrectamente se les informó de su error, dándoles la oportunidad de aprender de su equivocación; posteriormente, se los volvió a examinar sobre la base de la misma información. Solo la mitad de los que repitieron la prueba respondieron correctamente la segunda vez.
Sin embargo, cuando se pidió a otro grupo de enfermeros oncólogos que pronosticaran cuántos de sus colegas aprenderían de una respuesta inicial incorrecta, este grupo calculó que lo haría alrededor de un 86 por ciento. (En un estudio de seguimiento se observó que las personas no sobrestimaban la probabilidad de aprender del éxito, sino solo del fracaso).
"Sobrevalormos la capacidad de superación", afirma Eskreis-Winkler. Creemos que la gente aprende y mejora gracias al fracaso más de lo que realmente lo hace.
Nada que ver aquí...
¿Entonces, qué puede estar pasando? ¿Qué nos hace pensar que la gente aprenderá más de lo que es probable que aprenda del fracaso?
Las investigadoras plantearon la hipótesis de que mucho se debe a la falta de atención y, en particular, a lo incómodo que es analizar nuestros propios fracasos. Visto desde fuera, el fracaso brinda una extraordinaria oportunidad de reevaluar una situación y evolucionar. Pero para los que están sufriendo el fracaso, esa oportunidad resulta algo menos apetecible.
De hecho, en otro estudio se constató que los participantes sobrestimaban el número de personas que pedirían comentarios pormenorizados sobre sus errores. Esto a su vez era una señal de que sobrestimarían las probabilidades de éxito de esas personas cuando lo intentaran otra vez.
Sin embargo, cuando se nos recuerda la poca frecuencia con la que las personas prestan atención a sus errores, nuestra valoración de sus probabilidades de éxito en el futuro se vuelve más exacta. Cuando se pidió a los participantes que calcularan las probabilidades de que una persona que había sufrido un infarto se sintiera motivada para hacer cambios en su estilo de vida, las sobrestimaron, como era de esperar. Sin embargo, aquellos a los que se les señaló que solo una "pequeña minoría" de los sobrevivientes de un infarto empieza a preocuparse constantemente por su salud emitieron un pronóstico más moderado.
Consecuencias sociales de sobrestimar las probabilidades de éxito
Nuestra tendencia colectiva a sobrestimar la medida en que las personas aprenden de sus errores puede tener consecuencias generalizadas e incidir en las políticas públicas, reduciendo sus probabilidades de éxito.
Tal es la conclusión del estudio final de las investigadoras, en el que se preguntó directamente a 200 participantes la proporción de fondos fiscales que debería asignarse a los programas para mantener en vías de rehabilitación a las personas que están intentando superar su adicción a los opiáceos. A la mitad del grupo se le reveló la triste realidad de que solo el nueve por ciento de las personas que inician la rehabilitación evitan recaer durante el primer año, mientras que al resto se les permitió imaginar la tasa de rehabilitación (que presumiblemente supondrían mucho más elevada). El hecho de comunicar a los participantes la información sobre el bajo índice de rehabilitación aumentó su apoyo a los programas. Con métodos ligeramente distintos se obtuvo un resultado similar con respecto a los programas de rehabilitación para personas excarceladas.
Sabiendo todo esto, ¿cómo deberíamos contemplar el fracaso? "Con los ojos abiertos", dice Eskreis-Winkler. "Nuestro trabajo sugiere que tener demasiada fe en los beneficios del fracaso puede ser tan perjudicial como tenerle miedo: la gente se desconecta de la experiencia".
En lugar de ello, afirma, deberíamos adoptar "una idea mucho más realista de la verdad. Esto motivará a las personas a ponerse en sintonía con el fracaso y, a través de esa experiencia, aprender y evolucionar”.
Esto es cierto a nivel de las personas, que probablemente se beneficiarían de analizar detalladamente el motivo de su fracaso, por incómodo que ello sea. Pero también es cierto a nivel de la sociedad, explica. "Esta creencia equivocada disminuye la motivación para invertir el dinero de los contribuyentes en todo tipo de programas".