Cada vez más hay nuevas opciones para quienes quieren descansar entre los viñedos de sus vinos favoritos en el país.
Había amanecido hacía apenas unos minutos. Aunque era muy temprano, el huésped sentía que había descansado como nunca. Salió al balcón de su habitación a disfrutar del aire fresco que se colaba entre las viñas. Una ducha de agua bien caliente parecía ser una buena idea. Por la ventana del baño aparecía, otra vez, la invitación a contemplar esos terruños que parecían sacados de una postal.
Luego del desayuno, el visitante caminó sin prisa entre los viñedos de sauvignon blanc, pinot noir, merlot y tannat –la cepa emblemática de esa pequeña nación del extremo sur de América llamada Uruguay. El lejano sonido de un tractor dejó en evidencia que no todo eran vacaciones aquella mañana de octubre. Aunque aún faltan varios meses para la vendimia, los trabajadores de la zona tenían mucho por hacer. La vid exige muchos cuidados durante la primavera.
Las bodegas uruguayas abrieron hace varios años sus puertas para conocer el rostro de los amantes de sus vinos. Las degustaciones, las recorridas entre los viñedos y los almuerzos ya son moneda corriente en decenas de emprendimientos de todo el país. Pero algunas empresas decidieron dar un paso más, en busca lograr hacer sentir al visitante como en casa. De la mano del crecimiento del enoturismo, comenzaron a surgir pequeñas posadas que ofrecen la posibilidad de pasar unas vacaciones entre copas.
Carmelo picó en punta, pero ahora asoma en el horizonte cercano un aluvión de aperturas de opciones de hospedaje en bodegas de otras zonas del Uruguay, fundamentalmente en el sur, muy cerca de Montevideo.
La bodega Pizzorno vive por estos días la adrenalina de comenzar un proyecto nuevo y ambicioso. Inquietos por definición, los descendientes del italiano Próspero José Pizzorno acaban de inaugurar una pequeña posada de cuatro habitaciones en la región de Canelón Chico, ubicada a 20 kilómetros al norte de Montevideo.
Don Próspero, como lo conocían todos, llegó a Uruguay desde Piamonte y en 1910 plantó los primeros viñedos. Desde entonces, la familia Pizzorno ha mantenido la pasión por la elaboración de vinos heredada de aquel italiano aventurero. Su bisnieto Francisco Pizzorno, integrante de la cuarta generación de la empresa, recibió a El Observador en la posada y contó la historia del lugar. Esa vivienda que ahora abre sus puertas a los turistas albergó a la familia Pizzorno desde comienzos del siglo XX y por eso las habitaciones llevan el nombre de los bisabuelos a modo de homenaje: doña Margarita, don Francisco, doña Carmen y, por último, el fundador, don Próspero.
La posada recibirá huéspedes a partir del jueves 15 de noviembre. Francisco Pizzorno, encargado de turismo y comercio exterior, dijo que la demanda de sus clientes ha sido cada vez mayor. “El crecimiento fue muy lindo y pensamos que el broche de oro para que los turistas puedan tener una experiencia completa era pasar una noche entre los viñedos”, afirmó.
Además del hospedaje y el desayuno, la propuesta de la posada Pizzorno incluye una visita guiada por la bodega y los viñedos, y una degustación de cinco vinos con empanadas y quesos. El precio por noche rondará los US$ 200.
La mayoría de los visitantes de Pizzorno son brasileros. El último año, la bodega recibió a 4.800 personas, 87% de los cuales fueron del gigante sudamericano. “Si tenemos en cuenta la dimensión de Brasil, el enoturismo no tiene techo. El vino es sin dudas uno de los productos que fortalece la marca país”, dijo Francisco Pizzorno.
Una noche en el vagón
Otras empresas trabajan por estos días en los detalles para poner en marcha sus opciones de hospedaje con ideas innovadoras. Una de ellas es Bouza, una bodega que nació a comienzos de los 2000 como un emprendimiento familiar basado en la consigna de que el trabajo a pequeña escala siempre logra mejores resultados.
Bouza ha sumado opciones en busca de que los visitantes vivan la experiencia en torno a la elaboración del vino. El gerente general, Manuel Bouza, recorrió el predio de Melilla junto a El Observador y habló con entusiasmo de los planes que tienen a futuro. “El desarrollo turístico que hemos tenido en la bodega nace de la demanda. Comenzamos con una sala muy pequeña de degustaciones con quesos y fiambres, luego hicimos el restaurante y ahora estamos pensando en dar un paso más ambicioso”, dijo.
Bouza recibe unos 40.000 visitantes al año, entre degustaciones, visitas guiadas y almuerzos.
La empresa piensa ofrecer a sus clientes en un futuro cercano dos habitaciones que estarán dentro de un viejo vagón de tren de AFE, adaptado para hospedar a los amantes del vino con un concepto alejado de la hotelería tradicional. Las ventanas del vagón tendrán una vista privilegiada a los viñedos de Melilla, donde Bouza tiene unas diez hectáreas de viñas de albariño, chardonnay, merlot, tempranillo y tannat.
El albariño es una variedad blanca originaria de Galicia. Bouza, en busca de rescatar la raíces gallegas de la familia, transformó ese vino en una de sus insignias. Fueron los primeros en plantar esa cepa del norte de España en toda Sudamérica.
A pocos minutos de allí, ubicada en la cuchilla Pereira, sobre la avenida Pedro de Mendoza, la bodega Spinoglio sueña con poner en marcha su opción de hospedaje. Buscarán ser fieles a la larga historia de la familia asociada al vino. Por eso, Spinoglio ofrecerá a los turistas próximamente la posibilidad de hospedarse en el sitio donde los vinos reposaron antes de ser embotellados durante décadas, literalmente hablando.
Las arquitectas Alejandra Bruzzone y Tatiana Ponce Spinoglio recorrieron la zona junto a El Observador y se detuvieron frente a cuatro enormes tanques de hormigón de más de cinco metros de altura. Esas enormes estructuras construidas en la década de 1970 dejarán de cumplir su rol de almacenar los vinos y serán adaptadas para albergar dos habitaciones cada uno con una frente a los viñedos.
Las arquitectas piensan desarrollar un estilo con una clara influencia escandinava, en el que la madera tenga un rol protagónico. El proyecto de posada avanza a buen ritmo, mientras Spinoglio ultima los detalles de la propuesta gastronómica que se pone en marcha en noviembre. El restaurante de la bodega se encuentra bajo el liderazgo del cocinero Maximiliano Cáceres y tendrá un sello propio: todos los alimentos serán cocinados al fuego, incluso los postres.
Alejandra Bruzzone, directora de la bodega, dijo a El Observador que de esa manera buscan rescatar la historia más íntima de la familia. Los recuerdos de la infancia de las generaciones que allí crecieron están asociados a una vieja cocina a leña alrededor de la cual se reunían los Spinoglio. Esa misma cocina está siendo restaurada para recibir nuevos comensales. “La propuesta es volver a lo ancestral, a cocinar con fuego”, dijo Bruzzone, una joven empresaria apasionada por la arquitectura de las bodegas.
La familia Spinoglio continúa el legado de una bodega cuya historia atraviesa tres siglos: el establecimiento fue iniciado por don José Campomar en 1898, pero luego fue adquirido por los Spinoglio en 1960 con la tradición italiana cuyos orígenes se remontan a Casale de Moferrato, Piamonte.
En la región de Las Brujas, Canelones, la bodega Artesana también tiene planes a futuro de contar con una casa donde sus visitantes puedan pasar la noche, según contó a El Observador Valentina Gatti, una de las enólogas a cargo del proyecto. Ubicado a 35 kilómetros de Montevideo, ese establecimiento cuenta con 8,5 hectáreas de viña a partir de las cuales se elabora vino fino bajo el liderazgo de dos mujeres.
Por la ruta del vino de Carmelo
De la mano de inversores argentinos, Carmelo ha marcado el camino de las bodegas que aprovechan su encanto para ofrecer hospedaje. Gracias a su rica tradición en la elaboración de vinos, esa zona del departamento de Colonia logró desarrollar una ruta del vino que vale la pena conocer. Los emprendedores de la zona crearon un verdadero circuito que permitirá al viajero conocer varias bodegas en pocos días.
Además de restaurante y bodega, Narbona cuenta con un hotel boutique compuesto por tan solo cinco habitaciones. La demanda es alta y a veces puede ser difícil conseguir una habitación, fundamentalmente durante los fines de semana. Los precios por noche publicados en su web oscilan entre US$ 286 y US$ 352. Cerca de allí, Campotinto también ofrece una posada con una demanda casi completa para los fines de semana de noviembre. Las habitaciones rondan los US$ 250, pero si es un día entre semana el costo baja a US$ 200.
El Almacén de la Capilla, otra parada ineludible de la ruta del vino de Carmelo, tiene una única cabaña para pasar la noche ubicada en medio de los viñedos a un costo de U$S 220 la noche. Ese viejo almacén comenzó a funcionar en 1855 y sigue abierto hasta el día de hoy. Allí nació la madre de José Mujica, Lucy Cordano. Ante la fama mundial del expresidente frenteamplista, ese es uno de los atractivos turísticos del lugar. “Los extranjeros preguntan muchísimo por eso”, contó Diego Vecchio, integrante de la quinta generación del negocio. Mujica solía pasar sus vacaciones de verano en aquel rincón del departamento de Colonia.
Atento a las necesidades de la zona, otra bodega de Carmelo está a punto de comenzar sus obras para ofrecer hospedaje. Se trata de El Legado. Bernardo Marzuca, su director, contó a El Observador que, como máximo, en un mes comenzarán a construir cuatro habitaciones, cuyo costo por noche será de US$ 230. “En Carmelo faltan camas y los clientes piden alojamiento. Muchas veces la gente se tiene que ir a Colonia porque no consigue habitaciones”, dijo. Contó que le entusiasma la idea de crecer, pero tampoco está interesado en hacerlo de una forma que le impida tener tiempo para conversar con cada uno de sus visitantes. “Esto es un proyecto familiar. Queremos mantener ese estilo de estar cerca de la gente”, sostuvo.
En Maldonado hay un proyecto que está a punto de comenzar a recibir huéspedes. En medio del encantador paisaje de las sierras del este, Sacromonte ultima los detalles de su proyecto. Edmond Borit fundó Sacromonte en 2014. Heredó la pasión por los vinos de su abuelo, un francés que emigró a Perú a los 30 años y fundó allí una bodega. Borit nació en Perú y vivió en otros países sudamericanos hasta que en 2008 llegó a Uruguay. Eligió Maldonado cautivado por el entorno, además de las excelentes condiciones de las sierras para la vid.
Se trata de un emprendimiento a muy baja escala. Cuenta con cinco hectáreas de tannat, merlot, cabernet sauvignon, cabernet franc, marselán y syrah. “Nuestra bodega estará terminada en el 2019, con capacidad para 35.000 litros inicialmente”, contó Borit. Aunque aún no tiene bodega propia, Sacromonte ya tuvo dos vendimias en 2017 y 2018 gracias a la infraestructura ajena. El año pasado tuvieron una pequeña producción de 800 unidades de tannat, que fueron embotelladas esta semana. La cosecha de este año ascendió a 7.500 botellas de cabernet sauvignon, merlot y tannat. Saldrán a la venta recién en 2020.
La apertura al público será en diciembre. El costo por noche en temporada alta rondará los US$ 600.
El sector bodeguero atraviesa momentos difíciles. Por eso, algunos empresarios ponen en juego su creatividad e invierten en busca de acercar a los fanáticos del vino a sus emprendimientos como otra forma de generar ingresos. Más allá de las particularidades de cada proyecto, hay algo que los une a todos: rescatar las historias de esos inmigrantes que tanto hicieron por Uruguay y contarlas a partir del vino.
Estas bodegas invitan a sus visitantes abandonar al menos por un par de días la rutina y vivir una experiencia diferente. La propuesta es cambiar el ensordecedor sonido de las bocinas de la ciudad por una caminata entre los viñedos al atardecer, sintiendo la inconfundible brisa del campo en el rostro. Aprender un poco más acerca de los vinos, probar, disfrutar y compartir. De eso se trata.