Su obra Coda le valió una nominación a los premios Eisner, considerados los "Oscar de de la novela gráfica".
Matías Bergara interrumpe su discurso y mira de reojo la pantalla de la computadora. Tiene abierta la página de su perfil en Facebook, aunque en realidad está esperando a que le caiga un mail a la casilla de correo. “Ayer me dijeron que hablara con el tipo que hace los vínculos entre la editorial y los estudios de Hollywood porque tiene noticias para darme”, dice para justificar su distracción. Desliza el comentario como quien habla sobre el resultado de un partido de fútbol en una charla de ascensor intrascendente.
Afuera el sol fracasa en el intento de calentar una mañana gélida y Bergara toma mate y acomoda dibujos en su estudio en la planta baja de un modesto y antiguo edificio de la Ciudad Vieja. Mientras tanto, de su boca salen palabras como Disney, Fox y Netflix. Es que a pesar de estar sentado frente a una estufa a gas en un punto recóndito en el medio de un país intrascendente para la industria del entretenimiento, el ilustrador habla sobre la posibilidad de establecer una alianza con empresas que hoy dominan el mundo. No está seguro, pero puede que alguna corporación esté interesada en llevar su trabajo a la pantalla. Sería un hito en la historia del país.
Bergara –34 años, metódico, elocuente, ojos marrones, barba recortada, mentón afilado y lentes finos– ya está acostumbrado a tratar con empresas extranjeras. El uruguayo es dibujante de historietas hace más de una década y trabaja como artista independiente para la estadounidense Boom Studio, editorial que le pelea el podio a Dark Horse –responsable de Hellboy–, que está después de Image Comics y los reyes de la industria, DC y Marvel. Este año fue nominado en la categoría de Mejor ilustrador para los premios Eisner, considerados (aunque suene a lugar común) “el Oscar de las historietas”. El trabajo que le valió la nominación fue la serie Coda, cuyo primer número salió en mayo de 2018 y tuvo una aceptación tremenda entre la crítica y los aficionados a la novela gráfica.
Un taller de dibujo en la adolescencia, trabajar hasta el hartazgo bajo el yugo de las agencias de publicidad, mandarse como dibujante independiente buscando una identidad propia, tener éxito y terminar con una prestigiosa nominación y bajo el radar de Disney. El pulso de Matías Bergara tiene una particularidad: traza a su propio ritmo.
Cuando el dibujo no es una opción
Cuando estaba en la escuela, a Bergara nadie lo tenía como el pibe dibujante. Era más bien el que se pasaba con la nariz metida entre los libros. “Me gustaba, pero no lo hacía de manera evidente para que lo vieran los demás”, dice. Heredó de su padre, músico, una pila de revistas de Astérix que disfrutaba con la inocencia de cualquier otro niño. Fue recién bien entrada la adolescencia que se preguntó qué había detrás de esas páginas cargadas de diálogos, personajes entrañables y colores estridentes.
Sus padres lo mandaron a que gastara un poco de ocio pubescente al taller de caricaturas e historietas de Tunda Prada y Ombú (Fermín Hontou). “Hasta ese momento no tenía ni la menor idea de que el dibujo era una profesión o un ejercicio serio, pero ninguna idea de verdad. Entonces lo vi a Ombú, vi el taller, vi que había un montón de guachos practicando y haciendo ejercicios de anatomía y fue instantáneo: ‘esto es maravilloso’, dije”.
En ese momento Bergara desarticuló la creencia de que el dibujo es una especie de talento o habilidad innata de unos pocos iluminados. Entendió, en cambio, que es una disciplina que necesita trabajo y compromiso. Y que él quería dedicarse a ella.
Pero su descubrimiento tuvo el peor cronometraje posible: el año 2002.
“La idea de decir 'no voy a estudiar ni a trabajar y voy a dedicarme al dibujo' no parecía muy optimista, la verdad”, recuerda el artista. Entonces se volcó a estudiar la carrera de Letras porque era lo que sus profesores del liceo le habían recomendado. La terminó, pero incluso antes de recibir el título sabía que no iba a ejercerla nunca.
Cuando la crisis pasó se juntó con un grupo de amigos y comenzaron a diseñar videojuegos y a hacer animaciones para publicidad. Mientras tanto, Bergara dibujaba tanto como le daban las manos, impulsado por el sueño de que algún día iba a llegar a hacer historietas de alcance mundial.
“No tenía las herramientas y el acceso a las personas que te da internet. Si no tenías una tarjeta personal con los datos no podías acceder a alguien. Para mostrar tu trabajo afuera tenías que viajar hasta un evento o una oficina y que miraran tu carpeta física en papel. Si sos un uruguayo de 18 años y no tenés un mango, esas opciones no están a tu alcance”, dice.
Pero el mundo cambió rápido, muy rápido.
Salto al vacío
En 2008 Bergara publicó su primer cómic junto a Rodolfo Santullo. En 2012 renunció a los videojuegos y la publicidad, abandonó esa “doble vida” y con un colchón de ahorros y la convicción de que iba a llegar lejos, se lanzó como dibujante independiente esperando que la semilla del éxito germinara.
Fue un proceso largo y caro. Viajes, reuniones, videollamadas e infinitos intercambios de mails lo fueron posicionando. “Empecé a mover mi trabajo en varios círculos y eso lleva su tiempo”, resume. Los editores empezaron a apostar por él, que les mandaba sus páginas dibujadas y entintadas para que alguien más en alguna otra parte del mundo las coloreara y rotulara con las burbujas de texto antes de salir a imprenta.
En esos años, el uruguayo dio prioridad a conseguir trabajo en abundancia y bien pago para mantenerse a flote y darse a conocer en la industria. Así es que trabajó más de tres años a pedido, una época que recuerda como “conformista”. El batacazo llegó con Coda, un proyecto que le ofreció a Boom Studio con una condición: él tendría la última palabra en cada página. ¿Del otro lado? Un sí absoluto.
Sin falsa modestia, Bergara recuenta los éxitos de su creación y entre ellos destaca, claro, la nominación al premio Eisner. “Es el reconocimiento más lindo que podés recibir. Te están dando un premio por algo enteramente tuyo y no por hacer un personaje prestado o una franquicia como Batman. Coda fue siempre lo que yo quise y si a nadie le convencía o a nadie le importaba no pasaba nada porque hice lo que a mí me gustaba. El premio es por mis decisiones creativas”, consigna el dibujante. Y repara en que Coda era un libro que merecía un premio como serie, para todo el equipo involucrado, y no solo por un trabajo individual.
Bergara sabe que nunca antes estuvo tan alto, y lo disfruta. Pero también sabe que el lobo feroz podría estar apenas a la vuelta de la esquina. “Tengo la certeza de que voy a tener un estancamiento. Y no solo un estancamiento, también voy a cometer graves errores creativos. Voy a apostar muy fuerte por algo que después no va a funcionar y que no va a ser ni remotamente tan bien recibido como cosas que hice antes a pesar de que transite por una senda similar”. No se puede evitar, le pasa incluso a los mejores. La bestia del arte, cuando se libera, es incontrolable.
“No me genera ansiedad porque sé que después de un proceso fallido o de una apuesta errada siempre tenés la oportunidad de volver a empezar. No te podés quedar ni en los grandes fracasos, ni en los grandes éxitos; simplemente hay que ir hacia adelante y proponer cosas nuevas”, reflexiona.
¿Será siempre en el universo de las historietas? Por ahora sí. “El cómic es una película que la puede hacer una sola persona. Le podés dar una magnitud, una amplitud y una profundidad a la historia que en el cine solo sería viable con millones de dólares y decenas de personas. En ese sentido, es algo único”.
Fotos: Instagram @matibergara