Un riguroso estudio encontró que las investigaciones que demuestran los beneficios de esta práctica han tenido serios sesgos y fallas metodológicas.
“Si a cada niño de ocho años se le enseña meditación, el mundo estará libre de violencia dentro de una generación”. La frase que en algún momento pronunció el actual dalái lama, líder espiritual del budismo tibetano, suele circular en redes sociales y es usada con frecuencia por practicantes para ratificar los poderes de la meditación trascendental. Desde que esa técnica se popularizó en la década del setenta, ha reclutado miles de seguidores que creen que es una herramienta útil para inducir cambios positivos de conciencia.
Sin embargo, saber si realmente logra ese cometido ha sido una incógnita difícil de resolver. Varios estudios realizados desde 1970 han sugerido que, efectivamente, la meditación trascendental disminuye la agresión y la violencia y además motiva los comportamientos “prosociales”, como el altruismo, la compasión y la conexión social. Pero una rigurosa revisión de las investigaciones que han tratado de descifrar esos supuestos beneficios contradice tales conclusiones. La mayoría de las publicaciones hechas hasta el momento, asegura el nuevo documento, tienen sesgos y una calidad metodológica débil. En otras palabras, es difícil saber si los efectos de esta popular técnica son realmente ciertos.
Publicado en la revista Scientific Reports, este metaanálisis (estudio que analiza múltiples estudios), muestra que las investigaciones que han intentado corroborar los beneficios de la meditación han tenido serias fallas. Una de las más frecuentes radicaba en el hecho de que los estudios que aseguraban que la meditación promovía el aumento de la compasión coincidían en algo: eso sólo sucedía cuando uno de los coautores de la publicación era el profesor de las personas analizadas.
Otra de las sorpresas que encontraron los investigadores fue que quienes publicaban aquellos artículos solían analizar técnicas como mindfulness o loving kindness, fuente de inspiración de la meditación budista, lo que podía representar un sesgo en sus conclusiones. Además, las muestras poblacionales que elegían para hacer sus estudios eran bastante limitadas y el tiempo de duración de los análisis muy variables: encontraron intervenciones hechas en tres minutos, en tres meses o en ocho meses.
“La calidad metodológica de los estudios fue generalmente débil (61 %), mientras que un tercio (33 %) se calificó como moderada. Ninguno tuvo una calificación fuerte”, dice el documento de Scientific Reports.
Aunque la investigación aclara que es posible que la meditación tenga algún efecto positivo, es enfática en señalar que son muy pocas las evidencias para asegurar que vuelve a las personas menos agresivas o prejuiciosas o las “conecta” más socialmente.
“Nuestros hallazgos desmontan las afirmaciones populares hechas por meditadores y algunos psicólogos”, le dijo a la agencia Sinc Miguel Farías, uno de los autores. “No se trata de invalidar el valor moral del budismo u otras religiones, pero para comprender mejor el verdadero impacto de la meditación sobre los sentimientos y el comportamiento de las personas, primero debemos abordar las debilidades metodológicas de los estudios, comenzando con las altas expectativas que se habían atribuido a la meditación”.