Amy Cuddy, profesora y psicóloga social de la Universidad de Harvard, lanzo en 2015 el libro "Presence", donde relata su camino hasta llegar a dar la segunda charla TED más popular de todos los tiempos en el sitio web.
Una pose eficaz durante dos minutos puede ayudar a mejorar su rendimiento, ya sea para brillar durante una entrevista de trabajo, clavar una presentación u obtener ventaja durante una negociación crítica. Esto es lo que dice Amy Cuddy, profesora y psicóloga social de la Universidad de Harvard. No es una mera ilusión: ella cuenta con datos científicos que lo demuestran.
Su charla en TED Talk en 2012 fue vista más de 31 millones de veces, y es el segundo video más popular de todos los tiempos de los disponibles en el sitio web. En el video, Cuddy le pide al público que se tome dos minutos en privado y cree una “pose de poder” antes de tratar con una situación de alto riesgo para mejorar su confianza y sus posibilidades de éxito.
Su investigación muestra que nuestro lenguaje corporal no sólo afecta a la forma en que nos ven otras personas, sino también cómo nos vemos a nosotros mismos. Cuando se asume una postura de poder, nuestras hormonas reaccionan de forma inmediata, nuestra testosterona aumenta y disminuye el cortisol, lo que tiene como resultado un sentimiento interno de tranquila confianza que es percibido por los demás. La pose de poder es sólo un aspecto de lo que Cuddy llama “presencia”, tema de su nuevo libro, “Presencia: sacar tu yo más audaz para satisfacer tus mayores retos” (Presence: Bringing Your Boldest Self to Your Biggest Challenges).
En el siguiente extracto del libro, Cuddy explica qué le llevó a escribir un libro y por qué es importante “disimular hasta conseguirlo”, o, mejor aún, hasta convertirse en lo que uno pretende ser.
Estoy sentada en el mostrador de mi librería favorita en Boston: el café, el portátil abierto, escribiendo. Hace diez minutos que había pedido un café y un bollo. El empleado —una joven mujer de pelo oscuro, sonrisa generosa y gafas— se detuvo y dijo en voz baja, “Sólo quería decirle cuánto significó para mí su charla en TED Talk, lo mucho que me inspiró. Hace algunos años, mi maestro puso el video en una clase que yo estaba tomando. Ahora estoy postulando a la escuela de medicina y quería que supiera que yo estaba en el cuarto de baño como la Mujer Maravilla antes de hacer la prueba de acceso y que me ayudó mucho. Gracias”.
Con lágrimas en los ojos, le pregunté: “¿Cuál es su nombre?”
“Fetaine”, dijo.
Este tipo de encuentro me ocurre más a menudo de lo que jamás podría haber imaginado: un extraño comparte conmigo una historia personal que muestra cómo se enfrentó a un desafío de forma exitosa y luego simplemente me da las gracias por mi contribución. Son mujeres y hombres, jóvenes y viejos, tímidos y gregarios, ricos y pobres. Sin embargo, hay algo que los une: todos se sentían impotentes frente a una enorme presión y la ansiedad, y todos encontraron una manera muy simple de deshacerse de esa sensación de impotencia.
Suelo emocionarme cuando la gente me cuenta sus historias.
Para la mayoría de los autores, el libro viene primero, luego vienen las respuestas.
Para mí fue todo lo contrario. En primer lugar, he escrito algunos artículos académicos, que nadie (o casi nadie) ha leído. Sirvieron de inspiraron para una charla que di en la Conferencia Mundial de TED en 2012. En ella, comenté una investigación que hice y que dio lugar a un descubrimiento inesperado y poco común acerca de cómo el cuerpo influye en el cerebro. Como resultado de esta investigación, pude describir una técnica —la mujer de maravilla— que Fetaine mencionó en su testimonio […] y que puede aumentar rápidamente la confianza y reducir la ansiedad en situaciones complejas. No sabía si interesaría a las personas. Sin duda fue importante para mí. Inmediatamente después de los 21 minutos de video difundidos en Internet, empecé a oír hablar de gente que la había visto.
Por supuesto mi conferencia no transmitió de forma mágica a Fetaine el conocimiento necesario para que hiciera bien el examen de ingreso. Ella no adquirió misteriosamente una comprensión detallada de las características de la cepa bacteriana suave frente a la cepa rugosa dura, o cómo el teorema de trabajo-energía afecta a la energía cinética. Sin embargo, es posible que la liberara del temor que podría haber sido un impedimento para expresar las cosas que sabía. La impotencia nos rodea, y todo lo que creemos, sabemos y sentimos. Ella nos embarga, haciéndonos invisibles hasta el punto de alienarnos de nosotros mismos.
Lo contrario de la impotencia es el poder, ¿verdad? En cierto sentido esto es cierto, pero la cosa no es tan simple. La investigación que he estado haciendo desde hace años reúne una amplia gama de información acerca de una condición que llamo presencia. Esta presencia se deriva de la creencia y la confianza en nosotros mismos, son nuestros sentimientos, valores y capacidades reales y verdaderos. Esto es importante porque si no confiamos en nosotros mismos, ¿cómo podemos confiar en los demás? No importa si estamos hablando delante de dos personas o cinco mil, si estamos siendo entrevistados para un trabajo, negociando un aumento o exponiendo una idea sobre un negocio a inversores potenciales, si estamos hablando en nuestro propio nombre o en nombre de una persona, todos vivimos momentos de intimidación que deben ser afrontados con equilibrio si queremos estar bien con nosotros mismos y seguir adelante con nuestras vidas. La presencia nos da el poder de crecernos ante esos momentos.
El viaje que me llevó a la conferencia y el descubrimiento realizado fue tortuoso, por lo menos. Sin embargo, está claro dónde comenzó todo.
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Lo que más recuerdo son los dibujos bobos y los mensajes de amor en la pizarra dejados por mis amigos. Soy una estudiante de segundo año en la universidad. Me despierto en un cuarto de hospital. Miro a mi alrededor, tarjetas por todas partes y flores. Estoy agotada. Pero también estoy ansiosa y agitada. No puedo mantener los ojos abiertos. Nunca me había sentido de esa manera. No lo entiendo, pero no tengo la energía para tratar de entender lo que está sucediendo. Me quedo dormida.
Esto se repite varias veces.
El último recuerdo claro que tengo antes de que me despertara en el hospital era viajando de Missoula, Montana, a Boulder, Colorado, con dos de mis mejores amigos y compañeros de piso. Vivíamos todos en la misma casa. Nos habíamos ido a Missoula a organizar una reunión con estudiantes de la Universidad de Montana y visitar a unos amigos. Dejamos Missoula por la tarde, alrededor de las seis de un domingo. Estábamos tratando de llegar a Boulder a tiempo para asistir a clases por la mañana. Hoy en día, como madre, puedo ver lo extremadamente estúpida que fue esta idea, ya que la duración del viaje entre Missoula y Boulder era de trece a catorce horas. Pero teníamos sólo 19 años.
Teníamos un plan que para nosotros fue perfecto: cada uno manejaría un tercio del viaje. Alguien estaría al lado del conductor para ayudarle a mantenerse alerta mientras los demás pasajeros dormían en la parte trasera del Jeep Cherokee, con el asiento reclinado, en un saco de dormir. Creo que yo fui la primera en conducir, luego hice el turno de pasajero activo, manteniendo un ojo sobre el conductor. Fue un buen recuerdo, muy tranquilo. Me gustaba la compañía. Me gustaba la amplitud del Oeste. Esos grandes espacios. No había luz en el camino. Estábamos solos. entonces llegó mi turno de dormir en el asiento trasero.
Tal y como me contaron después, esto fue lo que sucedió: mi amiga estaba conduciendo en el peor turno. Fue esa hora de la noche cuando parece que eres la única persona en el mundo que está despierta. No solo estaba en medio de la noche; También en medio de la noche en medio de Wyoming. Todo muy oscuro, muy abierto, muy solitario. Muy pocas cosas que nos mantengan despiertos. Alrededor de las cuatro de la mañana, mi amiga se quedó dormida. Ella dio un “volantazo” y pasamos por la banda sonora del costado de la carretera, se despertó y corrigió la trayectoria del auto. El coche dio tres vueltas y media de campana y aterrizó en el techo. Mis amigos en el asiento delantero llevaban puesto el cinturón de seguridad. Yo, que estaba durmiendo en el asiento reclinado, fui expulsada del coche dentro del saco de dormir y arrojada a la noche. La parte frontal derecha de mi cabeza chocó con el asfalto. El resto de mí quedó en el saco de dormir.
Sufrí un traumatismo craneal. Más específicamente, tenía una lesión axonal difusa (DAI, en sus siglas en Inglés). En este tipo de lesión, el cerebro se somete a ‘fuerzas de cizallamiento’”, generalmente como resultado de severa rotación acelerada, muy común en los accidentes de tráfico. Imagínese lo que sucede durante una colisión a alta velocidad: con el cambio repentino y extremo en la velocidad causada por el impacto, el cuerpo se detiene bruscamente, pero el cerebro continúa moviéndose e incluso a veces gira dentro del cráneo, y a veces colisiona con la parte frontal y posterior del mismo, algo que no se espera que ocurra. La fuerza con la que mi cabeza golpeó el suelo, fracturando el cráneo, no ayudó mucho.
El cerebro está pensado para existir en un lugar seguro, protegido por el cráneo y por varias membranas delgadas, llamadas meninges y el líquido cefalorraquídeo. El cráneo es el mejor amigo del cerebro, pero no deben tocarse entre sí. Las fuerzas de cizallamiento de un traumatismo craneal grave en la cabeza desgarra y estira las neuronas y las fibras (axones) en todo el cerebro. Como los cables eléctricos, los axones están aislados por un revestimiento de protección, o cáscara, llamada la vaina de mielina. Incluso si un axón no se ha visto afectado, cualquier daño a la vaina de mielina puede ralentizar considerablemente la velocidad a que viaja la información de una neurona a otra.
En la lesión axonal difusa (DAI), la lesión afecta a todo el cerebro, a diferencia de lo que ocurre en la lesión axonal focal, tal como una herida de bala, donde el daño se limita a una ubicación específica. Todo lo que hace el cerebro depende de la comunicación de las neuronas. Cuando las neuronas dispersas por todo el cerebro se dañan, su comunicación también sufre inevitablemente. Así que cuando alguien tiene un DAI, ningún médico va a decir: “Bueno, el daño afectará a la zona motora, por lo que tendrá problemas para moverse”. O: “El daño estaba en el área de expresión por lo que tendrá dificultades para producir y procesar el hablar”. Ellos no saben si se va a recuperar, si su recuperación va a ser buena o sus funciones cerebrales quedarán afectadas: ¿su memoria se verá afectada? ¿Y sus emociones? ¿Su razonamiento espacial? ¿Sus habilidades motoras finas? Dado lo poco que se sabe sobre el DAI, la probabilidad de que un médico ofrezca un pronóstico exacto es mínima.
Después de un DAI, ya no eres la misma persona. Y en muchos sentidos. Tu manera de pensar, de sentir, la forma en que te expresas, respondes, te relacionas, todas estas dimensiones se ven afectadas. Por otra parte, la capacidad de comprenderte a ti mismo se ha visto probablemente afectada, por lo que no estás realmente en condiciones de saber cómo has cambiado exactamente. Y nadie —nadie— puede decirte qué esperar.
Voy a ofrecer una explicación de lo que le sucedió a mi cerebro según lo que yo entendí en ese momento: (incluir en esta parte el canto de los grillos).
De acuerdo, yo estaba en el hospital. Por supuesto que había dejado la universidad. Los médicos tenían serias dudas de si tendría la capacidad cognitiva para volver a estudiar. Teniendo en cuenta la gravedad de mi lesión y las estadísticas sobre las personas con lesiones similares, dijeron: No aspires a terminar la universidad. Vas a esta bien —”con alta capacidad operativa”—, pero sería mejor que buscaras otra cosa que hacer. Supe que mi coeficiente intelectual (CI) había caído treinta puntos, dos desviaciones estándar. Lo supe no porque me lo hubiera explicado un médico. Lo supe porque el CI formaba parte de los resultados de una batería de pruebas neuropsicológicas de dos días de duración que los médicos me habían presentado en un informe. Los médicos no creían que era importante explicarme esto. ¿Pensaban que no sería lo suficientemente inteligente como para entenderlo? ¿O no era tan importante? No quiero dar al coeficiente intelectual mayor importancia de la que merece. No estoy haciendo ninguna declaración acerca de su capacidad para predecir los resultados que una persona tendrá en la vida. Pero era algo que yo creía que podía medir mi inteligencia. Por lo tanto, según los médicos, ya no era lista, y eso me afectaba mucho.
Hice terapia ocupacional, cognitiva, del lenguaje, física, psicológica. Unos seis meses después del accidente, en verano, estaba en casa. Dos de mis mejores amigos, que se habían distanciado de forma visible de mí, me dijeron: “No eres la misma”. ¿Cómo pueden dos personas que parecían entenderme mejor que nadie decirme que no era la misma persona? ¿Qué había cambiado? No podían reconocerme, o yo no podía reconocerme a mí misma.
Una lesión en la cabeza te hace sentir confusión, ansiedad y frustración. Cuando los médicos te dicen que no saben lo que debes esperar, y tus amigos te dicen que eres diferente, sin duda aumenta la confusión, ansiedad y frustración.
Me pasé el siguiente año en una neblina, ansiosa, desorientada, tomando malas decisiones, no estaba segura de qué hacer a continuación. Después de eso, volví a la escuela. Pero era demasiado pronto. No podía pensar. No podía procesar de forma adecuada la información hablada. Era como si estuviera escuchando a alguien hablar parte en un idioma que conocía y parte en un idioma desconocido para mí, lo que sólo me causó más ansiedad y frustración. Tenía que dejar la universidad porque comencé a suspender asignaturas.
A pesar de que me había roto muchos huesos en el accidente, físicamente parecía estar bien. Y las lesiones cerebrales traumáticas a menudo son invisibles para los demás, por lo que la gente decía: “¡Vaya, eres muy afortunada, podrías haberte roto el cuello!” Me sentía tan culpable y avergonzada por sentirme frustrada con esta respuesta.
Nuestro pensamiento, nuestro intelecto, emociones, nuestra personalidad, son cosas que creemos que no van a cambiar nunca. Las damos por sentado. Tenemos miedo a un accidente que nos deje inválidos, que afecte nuestra capacidad de movernos o nos haga perder el oído o la vista. Sin embargo, no creemos en la posibilidad de un accidente que nos haga perdernos de nosotros mismos.
Durante muchos años después del golpe en la cabeza, sentí que estaba fingiendo ser lo que yo era … aunque no sabía realmente quién era yo en el pasado. Me sentía una impostora, un fraude en mi propio cuerpo. Tenía que volver a aprender a aprender. Insistí en regresar a la universidad porque no podía aceptar que alguien me dijera que no podía hacerlo. ¿Decirme que no puedo terminar la universidad? Ya verán.
Tuve que esforzarme mucho más que los otros estudiantes. Por último, para mi alivio inconfesable, mi claridad mental comenzó a regresar. Necesité dos años más hasta que finalmente se consolidé. Me gradué de la universidad cuatro años después que otros compañeros con los que estudié antes del accidente.
Una de las razones por las que persistí era que había encontrado algo que me gustaba estudiar: la psicología. Después de acabar la universidad, me las arreglé para trabajar en una profesión que requiere el pleno funcionamiento del cerebro. Como Anatole France dijo: “Todos los cambios […] tienen un toque de melancolía, lo que dejamos atrás es una parte de nosotros mismos; debemos morir a una vida antes de poder entrar en otra”. Con el tiempo, como es lógico, me convertí en una persona para la que las cuestiones de presencia y poder, confianza y duda adquirieron una gran importancia.
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Mi lesión me llevó a estudiar la ciencia de la presencia, pero fue mi charla en TED lo que me hizo darme cuenta de lo universal que es el anhelo de la misma. Esto se debe a que la mayoría de las personas tienen que lidiar con situaciones de estrés a diario. Personas en todo el mundo y de todas las clases sociales luchan con el nerviosismo de hablar en el aula, durante una entrevista de trabajo, cuando hacen una audición para un papel, a la hora de enfrentarse a un duro día a día, cuando se tiene que luchar por lo que se cree o simplemente cuando se quiere encontrar la paz siendo quien eres. Esto se aplica a las personas sin hogar y la gente muy exitosa según las normas tradicionales. Las víctimas de la intimidación, los prejuicios y los abusos sexuales, refugiados políticos, la gente que sufre una enfermedad mental o que han sufrido lesiones graves, todas estas personas se enfrentan a las dificultades mencionadas anteriormente. Lo mismo se aplica a las personas que trabajan con el fin de ayudarles: los padres, cónyuges, hijos, consejeros, médicos, colegas y amigos de aquellos que se enfrentan a dificultades. Es difícil para mí explicarlo sin emocionarme un poco.
Todas estas personas —la gran mayoría no son científicos— me obligaron a interpretar mi investigación de una manera nueva: ellos me sacaron de forma simultánea de la ciencia y me acercaron a ella. Al escuchar sus historias, me sentí obligada a reflexionar acerca de cómo se producen los resultados de las ciencias sociales, de hecho, en el mundo real. Me interesé en la investigación que cambia la vida de una manera positiva. Pero también empecé a plantearme cuestiones básicas que quizás nunca se me hubieran ocurrido si me hubiera quedado en el laboratorio o inmersa en la literatura.
Al principio, me quedé perpleja por la respuesta a la charla TED Talk y con la sensación de que podría haber cometido un gran error al compartir mi historia personal. Nunca imaginé que tantos extraños la vieran y no tenía idea de lo tan vulnera y expuesta que me podía sentir. Es lo que ocurre con cualquier persona que es atrapada por Internet y luego lanzada a todo el mundo a la vez. Algunas personas te reconocen en público.
Esto es extraño y requiere adaptación: puede ser que alguien te pida que hagas la postura de la Mujer Maravilla, o un selfie, o que alguien te grite de una bicitaxi (como me pasó en Austin): “¡Mira, es la chica de TED Talk!”.
En la mayoría de los casos, sin embargo, me siento una persona muy afortunada, afortunada de haber tenido la oportunidad de compartir esta investigación y mi historia con tanta gente, y más suerte todavía de tener a tantas personas compartiendo sus historias conmigo. Me encanta la vida académica, pero encuentro tanta inspiración fuera del laboratorio y el aula. Una de las cosas buenas de estar en Harvard Business School es que me animan a cruzar la brecha entre la investigación y la práctica, por lo que ya he empezado a hablar con gente de negocios acerca de cómo se aplica la investigación, lo que funciona, las dificultades, etc. Sin embargo, no pude prever cómo este enorme mundo de las personas reflexivas se abriría ante mí después de que se emitiera la conferencia TED.
Me encanta esta gente y me siento muy conectada y muy leal a ellos. Quiero honrarlos, honrar su voluntad de intentarlo —insistir de nuevo o ayudar a otros a intentarlo—, así como su disposición a sentarse y escribir acerca de sus dificultades en un correo electrónico dirigido a mí, un extraño. O contármelo en un aeropuerto, en un café-librería. Ahora veo cómo una presentación puede tener el mismo efecto de una canción: cómo las personas toman como algo personal, conectan con ello, se sienten legitimados sabiendo que cualquier otra persona se ha sentido como ellos. Como dijo Dave Grohl una vez: “Esto es una de las grandes cosas de la música: Cantas una canción a 85.000 personas y esas personas la volverán a cantar por 85.000 diferentes razones”. Estaba hablando en un refugio para jóvenes sin hogar y pedí a los residentes que pensaran en las situaciones más estresantes. Un adolescente dijo: “Llegar a la puerta de este refugio”. En otro refugio, una mujer dijo: “Al solicitar un servicio, o ayuda o apoyo. Sé que voy a tener que esperar mucho tiempo y la persona en el otro lado va a ser grosero y crítico.” Al oír esto, otra mujer del refugio, dijo, “es curioso, porque yo trabajaba en un centro de llamadas y diría: ‘Responder a las llamadas de personas que usted sabe que se sienten frustradas y enojadas, personas que han estado esperando durante mucho tiempo mientras yo trato de gestionar una gran cantidad de otras llamadas’”. Exactamente.
Todas las respuestas que recibí al hablar en TED eran un regalo inesperado, ya que me ayudó a entender mejor cómo y por qué esta investigación fue tan bien recibida. En pocas palabras: las historias me ayudaron a comprender cómo escribir mi libro, Presencia, y me motivaron a hacerlo.
Acá la charla de Amy Cuddy:
Foto con licencia creative commons en Flickr