Mel Gibson divaga sobre fe y violencia en Hasta el último hombre
Jueves, Enero 5, 2017 - 15:12
La cinta es protagonizada por Andrew Garfield en el papel de Desmond Doss, un objetor de conciencia que va a la guerra para salvar vidas.
Hasta el último hombre, la más reciente bomba del Mel Gibson como director, parece un artículo del Reader’s Digest. No se me malinterprete, lo digo en ambos sentidos: es cercana y entretenida como la revista, y también es así de parcial y maniquea. Es una historia real, la del objetor de conciencia Desmond Doss (Andrew Garfield en interminable sonrisita) que se convirtió en héroe en el teatro del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta el último hombre parece una película de propaganda, así tan de un solo lado está. Es inclusive una película racista: los japoneses aparecen como micos gesticuladores y amantes de la violencia desprovistos de toda humanidad. Hay una escena de un suicidio ceremonial que es apenas la dosis de honor que el viejo Mel decide otorgarle a los soldados nipones. Ni Clint Eastwood se atrevió a tanto.
Pero la cinta pretende no ser sólo una historia bélica sino un edificante retrato espiritual de un hombre que se atrevió a cuestionar la violencia en pleno campo de batalla.
Desmond (Garfield) es hijo de un veterano de la Gran Guerra, un hombre que vio morir de la peor manera a sus amigos de infancia. Es, sorpresa, un alcohólico que violenta a su esposa y sus hijos.
A pesar de la violencia, Desmond crece como buen cristiano. Eso es lo único que importa del personaje. Repudia la violencia en todas sus formas, respeta el descanso del sábado y está decidido a ser soldado como lo manda su deber civil cuando Japón bombardeó Pearl Harbor.
Inverosímil pero cierta
¿Está Desmond Doss loco? ¿Ir a la guerra sin ser violento? Todos sus compañeros de regimiento se le preguntan cuando Desmond les informa que ni siquiera tocará el rifle reglamentario. No: Desmond quiere ser médico, irá a la guerra para salvar vidas.
Desmond es oficialmente un objetor de conciencia. Esto es, alguien a quien sus creencias individuales le impiden participar en la guerra. Oh, pero él quiere ir, quiere ir. Lo someten a corte marcial y, con la intervención dramática de su padre, gana el juicio. Como objetor de conciencia tiene derecho a ir a la guerra.
Prepárense para muchas tripas y sangre.
¿Es Hasta el último hombre una buena película? Dura poco más de dos horas y apenas se sienten. Gibson es buen director. Pero la verdad es que la cinta carece de toda profundidad. Mel quiere ponernos a meditar, otra vez, en torno a la fe y la violencia contando una parábola simplona. Al final aparecen escenas documentales que nos aseguran que la historia de Doss sí sucedió. Ese epílogo parece disculpa: esta historia es inverosímil pero, hey, es cierta.
El mismo Mel se retrata como el objetor de conciencia de Hollywood: por sus creencias, ¡su fe!, es que la querida máquina de películas lo detesta (tanto que la película se promueve no con su nombre sino como “la nueva cinta del director de Corazón valiente”).
¿Hay que verla? Sólo si sigue de vacaciones y no tiene Netflix.