En los últimos años, la comunión entre los mundos de la moda y de la gastronomía se hizo más fuerte y los locales de las grandes casas de diseño se convirtieron en tendencia.
Cuando en 1995 las supermodelos Naomi Campbell, Claudia Schiffer Christy Turlington y Elle MacPherson abrieron en Nueva York "The Fashion Cafe", inmediatamente se convirtió en el restaurante elegido por los fashionistas de todo el mundo, que lo consideraron la meca de la moda hecha bar.
Incluso, la agencia de noticias The The Associated Press lo llamó "la versión de alta costura de Planet Hollywood y el Hard Rock Cafe".
Sin embargo, no corrió la misma suerte que los exitosos cafés temáticos dedicados al cine y al rock vigentes todavía hoy.
El exclusivo bar de la moda, del que eran habitués celebridades de todo el mundo y que tuvo entre sus comensales a una Beyonce adolescente cerró sus puertas con pena, sin gloria y con escándalo tres años después.
Al poco tiempo de abrir, Campbell y MacPherson acusaron a su socio, el italiano Tommaso Buti, de robarle a la compañía 10.000 dólares diarios para solventar su vida de playboy. Después, Schiffer dejó su parte acusando viejos resquemores con la diosa de ébano Campbell.
Finalmente, The Fashion Cafe cerró sus puertas en 1998 y sus propietarios, los hermanos Tommaso y Francesco Buti, terminaron acusados por la justicia de Milán y de Estados Unidos por 35 cargos de fraude telefónico, transporte de propiedad robada y lavado de dinero, entre otros.
Lo cierto es que el Fashion Cafe tuvo problemas de su concepción ya que, a diferencia de lo que hoy ocurre con los restaurantes asociados a las grandes casas de moda, nacieron con otra premisa, la de potenciar ambos negocios: el del mercado del lujo a través del de la gastronomía.
Además hubo una diferencia abismal: los actuales restaurantes de Chanel, Armani o Hermés, para citar algunos ejemplos, son manejados por expertos, ya sea renombrados chefs o managers de la gastronomía mundial.
El periodista y escritor británico Matt Haig, en su libro “Brand Failures. La verdad de los cien errores más grandes de las marcas en todos los tiempos”, resumió el fracaso del Fashion Cafe en pocas palabras: “La conexión entre las modelos y la comida no era obvia. Modelos y comida no van juntas”, sostuvo en su libro.
Pero Haig se equivocó cuando afirmó que “la moda no es un tema que haga sentir hambre a la gente”, o en ese momento no advirtió todas las aristas del mercado del lujo, el único que no sufrió los embates de las últimas crisis económicas mundiales.
Es que en un mundo globalizado, en el que lo exclusivo y la posibilidad de acceder a aquello que es para un puñado de afortunados, se transformó en un valor en sí mismo.
Eso sin contar el enorme crecimiento económico en Asia, donde los restaurantes apadrinados por las casas de alta costura se fueron multiplicando de la mano de los nuevos multimillonarios que convirtieron ese continente en uno de los principales mercados del lujo.
Gucci abrió su local en Shanghai en 2015, como estrategia para aumentar su presencia en China y diversificar así sus negocios en el mercado asiático, uno de los mayores consumidores de lujo.
Si bien muchos de los clientes se sientan en estos restaurantes enfundados en ropas y accesorios que superan los miles de dólares, hay otros tantos que se contentan con un café y con engullirse una galletita con el monograma de la marca en cuestión.
En el caso del café de Hermes, que está adentro de su tienda de París, los clientes cuentan con la posibilidad de sentarse allí mismo a degustar un exquisito té mientras miran con satisfacción su reciente adquisición.
Los indecisos que necesitan tomarse una pausa para resolver el dilema entre comprar la famosa cartera Birkin en color suela o la negra, pueden reflexionar con algún aperitivo de por medio antes de desembolsar los 10.000 euros que cuesta la versión más económica del bolso.
También están los que llegan para impregnar sus ojos y sentir entre sus manos las más ricas sedas, los géneros más nobles, el cuero más terso y los diseños más elegantes, aunque no puedan aspirar si quiera a comprase un pañuelo, el elemento más icónico de la casa francesa.
Tampoco faltan los curiosos y los que van en busca de la selfie que inmortalice ese glorioso momento junto al monograma de chocolate, al de la espuma del expreso italiano o al de los terrones de azúcar que endulzarán el café.