Desde Anubis, dios cinocéfalo, hasta "Ayudante de Santa", la escuálida mascota Simpson, pasando por el inocente Pluto, son incontables los ejemplares de cuatro patas presentes en la historia del arte y la cultura.
Asoman el hocico en mitos y religiones. Miran desde los cuadros de Edward Hopper, Durero, Goya o Renoir, entre otros. Persiguen su cola, yacen a los pies del amo o ante el umbral de su morada u otean la caza en tapices y códices medievales.
Familiares enigmas, reflejos impenetrables de lo que en parte somos y señas crípticas de lo que ignoramos de nosotros mismos, a veces están divinizados y otras son lo más cotidiano. En mil películas y cuentos de hadas se ven antropomorfizados y con voz, actuando de maneras bastante humanas, y otras veces parecen lo más rudo e inocente del estado natural.
Son lo más próximo y elementalmente íntimo y -al mismo tiempo- son un misterio.
En la ficción más antigua y en la más moderna, en bajorrelieves de templos antiguos y en el animé y los videojuegos, sus variadas representaciones alzan la pata y ladran. Dejan sus pulgas en canciones, historietas, series de televisión, chistes, fábulas y hasta en la cerámica popular.
La forma en que se conciben habla en gran parte de las ideas del ser humano en cada época y cultura, sobre algunos valores (la lealtad, la amistad) y sobre el animal que las personas son y no son.
Acercan sus hocicos, sus patas, sus colas y sus colmillos en la pintura, el cine, la fotografía, la publicidad, el cómic, el diseño gráfico, industrial, etcétera. Su imagen es una parte importante de la dimensión estética de todas las sociedades humanas hasta hoy.
El perro, el callado y discreto, fiel compañero de la especie humana, está presente en toda la historia, siempre en un rincón o al lado, pero está en cada momento del desarrollo de la humanidad, en todo lugar y época, dispuesto siempre a morir por las personas y siempre alegres de acompañarlas.