Mientras los conflictos por el recurso aumentan en América Latina, un puñado de grandes empresas ha tomado la delantera en medir su consumo y racionalizarlo de cara a la comunidad.
En septiembre pasado los productores peruanos de espárragos se vieron en una posición incómoda. The Guardian, uno de los principales diarios británicos, publicó un artículo, basado en un informe de la ONG Progressio, acusándolos de poner en riesgo el suministro de agua en el valle de Ica. En los últimos años esta zona desértica de la costa peruana se ha transformado en una potencia exportadora gracias al apoyo del Banco Mundial; el Reino Unido es el tercer mercado de destino de los espárragos que allí se cultivan, con 6,5 millones de kilos al año. ¿Qué pasará ahora si los consumidores británicos, afectados por la recesión, suman la preocupación ambiental al momento de comprar o no estos cultivos “de lujo”?
Para evitar estos riesgos y asegurar un uso eficiente del recurso, un número creciente de empresas están incorporando el concepto de huella hídrica a su producción e involucrándose en acciones con las comunidades. Es el caso de compañía como Nestlé, Unilever, la cadena de supermercados británica Marks & Spencer y la cervecera sudafricana SAB Miller. En América Latina también lo están haciendo en la viña chilena Concha y Toro, la embotelladora brasileña Ambev, el gigante cervecero y de refrescos Femsa y el conglomerado forestal Masisa, con operaciones en Chile, Brasil, México y Venezuela.
“La huella de agua de un producto es un indicador multidimensional empírico que indica dónde, cuándo y cuánto volumen de agua se consume y contamina en toda la cadena de suministro”, dice el científico holandés Arjen Hoekstra, uno de los creadores del instrumento.
La huella de agua consiste en dividir el proceso de producción en cada etapa y medir su consumo. No se trata de agua genérica, lo que los expertos definen como agua azul (irrigación), agua verde (transpiración/evaporación y lluvias) y gris (el agua con contaminantes que se cuela hacia el subsuelo).
“A diferencia de la huella de carbono, los impulsores de la huella de agua han sido las propias empresas, conscientes de los riesgos derivados de la escasez y de la contaminación”, dice Rodrigo Acevedo, especialista de la Fundación Chile y encargado de impulsar proyectos de huella de agua en el sector agroindustrial chileno.
GUERRAS ACUÍFERAS. A pesar de estas exageraciones cinematográficas, es un hecho que los conflictos por el recurso se están multiplicando en América Latina. En Perú miles de personas se han manifestado en contra del proyecto Majes Siguas II, temiendo que la instalación de una represa afecte irremediablemente el caudal del río Apurímac, del que dependen varias comunidades. En el norte de Chile, otra región sometida a estrés hídrico, el caso más emblemático es el del acuífero de Copiapó, en el desierto de Atacama, que enfrenta a grandes compañías mineras con agricultores de uva. De esta fuente subterránea, de la que viven también los habitantes de la zona, se extrajeron los miles de litros de agua necesarios para el enfriamiento de la máquina que rescató a los 33 mineros.
“Exigimos la desprivatización del agua”, repetían los indígenas ecuatorianos durante las protestas contra la llamada ‘Ley de Aguas’, entre marzo y mayo de este año. Algunos como Delfín Tenesaca, dirigente de Ecuarunari, agrupación de los indígenas de la Sierra, acusaron al gobierno de Rafael Correa de no haber cumplido el mandato constitucional para revisar las actuales concesiones de agua para riego y garantizar una distribución y acceso más equitativos.
Según los datos del Tercer Censo Agropecuario Nacional (2002), en Ecuador entre el 79% y el 100% del área destinada a cultivos de exportación recibe riego, mientras solamente entre el 4% y el 26% de los cultivos de consumo nacional (generalmente, pequeñas y medianas fincas) cuentan con un suministro seguro de agua.
En este contexto, las empresas que utilizan agua en sus procesos arriesgan mucho al no gestionar el recurso de manera adecuada: no sólo su reputación frente a la sociedad, sino también su competitividad.
“En Brasil la empresa privada ha ido más rápido que el Estado en enfrentar los problemas del agua”, dice el profesor José Tundisi, director del Instituto Internacional de Ecología. “Las cerveceras y empresas de lácteos han avanzado mucho en el tratamiento de efluentes, reutilización de agua”.
Es el caso de Ambev, la mayor embotelladora de la región y quinta del mundo. En 2004 consumía un promedio de 4,37 litros de agua para producir un litro de cerveza (las clásicas Brama y Antártica), pero logró reducir este consumo a 3,9 litros en cinco años: un ahorro de 2.400 millones de litros mensuales. En junio de este año la empresa divulgó un plan para seguir reduciendo su consumo de agua en un 11% hasta 2012.
“Reaprovechamos toda el agua proveniente de sus actividades de lavado de tanques y botellas y para limpieza general”, dice Beatriz Oliveira, gerente de medio ambiente de Ambev. “Tenemos 37 estaciones de tratamiento de efluentes industriales con una capa-cidad para tratar 240.000 m3 diarios, índice suficiente como para abastecer de agua a una población de 5,6 millones de personas”.
Otro caso relevante es el de la forestal chilena Masisa. “Medir la huella de agua se transforma en un diferencial y constituye un aspecto relevante para poder acceder a mercados internacionales y adelantarse a futuras restricciones y/o regulaciones ”, dice Francisca Tondreau, gerente de sustentabilidad de Masisa.
Los estudios determinaron que el área forestal de Masisa es intensiva en el consumo de agua verde (90%-98%), mientras que los aserradores consumen más agua azul y generan agua gris (92%-97%). Tanto éstos como las plantas de elaboración de tableros, el producto principal de la empresa, son procesos que generan agua gris. En el caso de esta última, la idea es calcular el volumen de residuos líquidos generado por el proceso y compararlo tanto con el límite máximo legal como con la concentración natural en el acuífero.
GESTIÓN DE CUENCA. “Lo principal es entender que el agua que consumimos proviene de una cuenca”, dice Vidal Garza, director de la Fundación Femsa. “Ésta es la unidad de demanda y de entendimiento de todo lo social que gira en torno al agua”. Como parte de un compromiso corporativo de devolver el agua utilizada para producir refrescos y cervezas, la Fundación Femsa está realizando un programa de reforestación en México, uno de los países con mayor estrés hídrico de América Latina (ver La crisis de la liquidez).
“Uno de los problemas es cuando los campesinos talan bosques para abrir espacio al ganado”, dice Garza. “Los árboles retienen agua y nos hemos planteado objetivos por hectárea replantada en relación a los litros de agua que se recargan al acuífero”.
Femsa creó también un programa de gestión de cuencas, un programa de acceso de agua potable en regiones apartadas y un centro de I+D aplicada con el BID y el ITAM, todos ellos con cobertura latinoamericana. La segunda mayor embotelladora de Coca-Cola del mundo y una de las mayores cerveceras después del intercambio de acciones con Heineken Internacional (a comienzos de 2010), no está para correr riesgos.