Los nasas tienen una posición clara, radical, frente a la minería. No la quieren en sus tierras. Ni a gran escala, tampoco a pequeña. Mucho menos a cielo abierto. Y están organizados para impedirlo.
Los indígenas nasas libraron la primera gran batalla contra la minería en el río Mondomo (norte del Cauca). La consigna era: si nos toca dar la vida, la damos, pero nuestro territorio lo respetan, cuenta Andrés Almendra, comunero. Tres retroexcavadoras, siete dragas y ocho motobombas habían sido instaladas en las riberas. La guardia indígena de los resguardos Las Mercedes y la Laguna Siberia enfrentó a los invasores. Aparecieron con sus bastones de chonta y sus banderas rojas y verdes. No sabían si los obreros que estaban extrayendo oro tenían licencia para estar allí. No importaba. No queremos ningún tipo de minería en nuestro territorio, repite Almendra.
Hicieron un primer llamado: tienen 20 días para desalojar. No cumplieron. Vino una segunda alerta: no estamos jugando, salgan de nuestras tierras. No cumplieron. En la tercera visita no hubo necesidad de palabras: le prendieron fuego a la maquinaria y se lanzaron a la batalla. Los mineros, que al parecer venían de Antioquia por su acento parsimonioso y arrastrado, respondieron con disparos que milagrosamente no hirieron a nadie. Eran por lo menos 150 indígenas bravos, indignados, dispuestos a pelear hasta la muerte. Los intrusos huyeron y no volvieron. Un año después, no han vuelto.
Los nasas tienen una posición clara, radical, frente a la minería. No la quieren en sus tierras. Ni a grande, ni a pequeña, ni a mediana escala; ni mucho menos a cielo abierto. Ni la legal ni la ilegal. Ni siquiera la ejercida por ellos mismos. Eso contaba Andrés Almendra antes de que comenzara el ‘Primer encuentro intercultural en defensa de la Madre Tierra’, que se celebraba en el resguardo de la Laguna, en Caldono, Cauca. Citaron a indígenas y campesinos para contarles, en las voces de académicos que viajaron desde Bogotá, por qué la extracción minera en su territorio no es conveniente.
Almendra vestía una camiseta verde y un jean, y llevaba una mochila de hilo terciada. Con su hablado rápido, fuerte y fluido repetía que la minería sólo trae descomposición social. Pobreza. Decía: “Para la muestra un botón: los españoles entraron por Nariño, y desde 1525 explotan oro en Barbacoas, que es una población negra. ¿Y ellos tienen plata hoy? Viven aún más pobres que nosotros. En más miseria. Me da pena hablar de ellos, pero es así”.
El cálculo que hace este hombre de 47 años, de mamá guambiana y papá nasa, bajito, sonriente, es que en Caldono hay 24 puntos que las multinacionales mineras han solicitado para exploración y explotación. Y uno más que ya fue entregado. Al parecer, a una empresa paisa (ver mapa).
Dice “estamos rodeados de solicitudes: hay 60.000 hectáreas comprometidas”. Dice “venga se las enumero: el río Salado, que tiene por lo menos 22 kilómetros, está pedido todo. Está pedido el cerro Cresta de Gallo, que es sagrado para el pueblo nasa de Caldono. También la quebrada Piedra Pintada, que está en el límite con Santander de Quilichao y más abajito, la quebrada Las Mercedes. Está pedida la desembocadura del río Mondomo con el río Ovejas, y la del río Ovejas con el río Pescador. Y ahí subimos a la quebrada Salinas. Por el otro lado está pedido el río Mermejal en tres puntos y subimos hasta la parte alta del río Pescador...”. Y la lista sigue y Almendra repite estamos rodeados.
Todo eso lo dijo Andrés Almendra desde un salón vacío, contiguo al sitio del encuentro. Afuera, resguardados en una carpa gigante, con un calor de 23 grados, los adultos escuchaban a los expositores, concentrados, asintiendo con la cabeza; y los niños corrían y se reían y se encaramaban en las columnas que sostenían el plástico. En la parte de atrás, en pailas y ollas gigantezcas, las mujeres, guiadas por Teresa Chepe — la capitana, la máxima autoridad del cabildo— cocinaban sopas y arroz y carne para los cientos que harían fila más tarde.
Andrés Almendra dice que tiene cara de guambiano —como la de la mamá que lo regaló—, pero se siente nasa —como el papá que murió de pena moral cuando en la guerra bipartidista lo persiguieron y despojaron de todo. Todo—. Al que realmente llamó papá fue a Julio Conda, un señor que lo crió como su cuarto hijo. Era además un dirigente poderoso del norte del Cauca. “Todo lo que tengo en mi cabeza es de él. Fui aprendiendo de esa identidad política”.
Bien podría describirse a Almendra con las mismas palabras que él habla de su padre. Un líder poderoso. Incansable. Su primera pelea la dio por la recuperación de tierras. Las otras tantas las ha dado como concejal de Caldono, como gobernador del cabildo y hoy, como comunero —que es lo mismo que decir líder, aunque ellos no están de acuerdo con esta expresión—. Siendo concejal le dispararon seis veces y le incrustaron dos balas y no murió “porque no era el día”.
Siendo concejal vivió la batalla del agua, que ganó el pueblo nasa en Caldono. Decidieron no apoyar el llamado Plan Departamental de Aguas que pretendía —pretendía, porque ya el mismo Gobierno aceptó que había fracasado— reorganizar la administración de este servicio en el país. Dijeron que no se iban a adherir porque eso significaba privatizar y mercantilizar el servicio. Que no lo harían porque los acueductos comunitarios, que es como ellos han venido manejado el agua, les han funcionado. Nadie pudo convencerlos. Ganaron.
Y ni hablar de las batallas que han tenido que librar para estar aislados del conflicto. De las balas cruzadas. De las venganzas entre grupos armados ilegales y legales. El último episodio de esa guerra le costó la vida al nasa Fabián Guetió, de 21 años. Fue un error militar, dijo el Ejército, y la comunidad se enfureció y exigió que ningún uniformado volviera a patrullar en las veredas.
A los terratenientes. A los errores militares. A las hostilidades de unos y otros, se sumó la minería. Y ellos, a seguir resistiendo.
En algún momento, de alguna comunidad indígena, nació esta idea: crear unos territorios mineros indígenas, que en otras palabras significaba quitarles el negocio a las multinacionales mineras para dejárselo a ellos. Si esas compañías van a explotar nuestros recursos, entonces hagámoslo nosotros, parecía ser la consigna. Los nasas dieron un no definitivo desde un principio. Y se mantuvieron en esa posición, con la misma fuerza que han resistido históricamente. Con la misma fuerza de la que se han valido para que otros pueblos se sumen a su causa.
Andrés Almendra hace los siguientes cálculos: cuando comenzó su lucha sustancial contra la minería, ni siquiera los seis resguardos nasas que habitan en el Cauca estaban de acuerdo. Hoy todos los nasas son uno solo en esta batalla. Y hay otros 36 resguardos (de 117 que existen en el Cauca) que también se han declarado en contra de toda clase de minería. Esto lo contaba Idelber Aranda León, gobernador del resguardo indígena de la Laguna Siberia, mientras las presentaciones de los académicos seguían afuera, en la carpa, y el sol se hacía más bochornoso.
Aranda camina siempre con su bastón. Siempre, también, lleva ropas formales. Para este encuentro vestía camisa azul, pantalón café y zapatos negros. Cuando se le pide que resuma en un argumento, en un solo argumento, la esencia de su causa, dice: “La minería no es una cosmovisión de los indígenas. ¿El oro de quién ha sido? ¿Quiénes han sido los mineros? Las negritudes. Nosotros lo que hemos hecho es trabajar la agricultura. Nosotros decimos que la tierra es nuestra madre y que el oro es la sangre de ella, ¿cómo la vamos a desangrar? Estaríamos matándola. Entonces, ¿es nuestra madre o no lo es?”.