Tío Conejo es el resultado del empuje de una familia de colombianos que, tras vivir varios años Washington, decidieron regresar a Colombia y buscando una tierra para realizar un proyecto productivo, se encontraron con el café, del que no conocían nada, pero al que se dedicaron en cuerpo y alma.
Manizales. El Tío Conejo es un personaje de la tradición oral de diversas partes del mundo, que siempre sale avante a pesar de las dificultades, pero pocos saben que también corresponde a la marca de un café colombiano de tipo especial, muy reconocido en Estados Unidos y parte de un proyecto económico y turístico que atrae a numerosos extranjeros a las montañas de Caldas.
Tío Conejo es el resultado del empuje de una familia de colombianos que, tras vivir varios años Washington, el corazón del poder de los Estados Unidos, decidió regresar a Colombia y buscando una tierra para realizar un proyecto productivo, se encontró con el café, del que no conocían nada, pero al que se dedicaron en cuerpo y alma.
“Lo del café fue fortuito. Cuando estalló la crisis en Estados Unidos tuve que abandonar el trabajo y me vine de vacaciones a Colombia. Estando acá me llamó mi hijo, que es veterinario y me dijo: ‘ma, porque no compramos lo que siempre hemos querido, una finquita de trabajo´”, recuerda Esperanza Cárdenas, una paisa alegre y echada pa’lante.
Y sin más, acatando la solicitud de Ivanov, su hijo, Esperanza adquirió, en 2009, y a ciegas, un terreno de apenas cuatro hectáreas, en la vereda Santa Rita de Manizales, en el que, según cuenta, existía un sembradito de caturro que, en su primera cosecha produjo apenas un bulto del grano.
“Entonces mi hijo, quien había comenzado a leer e investigar del tema, pidió que le enviáramos el café para hacerlo catar. Él lo mostró y a los 15 días nos llegó una carta de un brasileño que vivía en Vermont, diciéndonos: felicitaciones, tienen un café especial”, prosigue Esperanza.
Todavía con asombro anota que “ahí sí que quedamos descrestados. ¿Eso qué querrá decir?, nos preguntamos, pero con mayor razón continuamos estudiando e investigando”.
“Y encontramos que en Estados Unidos existía la SCAA (Asociación Americana de Cafés Especiales) ¿Y será que nos podemos afiliar? Pues nos afiliamos, como si fuéramos los grandes cafeteros de Colombia. Y nosotros apenas con un bulto de grano”, dice, al continuar con su historia, que no duda en calificarla de locura.
“Estuvimos en nuestra primera Conferencia Anual de la SCAA y aprendimos mucho. Nos comenzamos a meter en el mundo del café especial, que es muy amplio, pero en realidad es muy pequeño. Allí conocimos a colombianos que estaban exportando y que al comienzo nos miraban como bichos raros”, anota.
Ese fue, en resumen, el inicio de un proyecto que continuó con la puesta en marcha de una comercializadora en Estados Unidos, un mecanismo para facilitar la adquisición del grano por parte de los norteamericanos, y asegurarles que el café ofrecido en la finca es el mismo que se exporta a ese mercado.
Comenzaron mandando, en 2012, 3.000 bolsas de 340 gramos a Estados Unidos. En diciembre pasado Tío Conejo envió a ese país un contenedor con 15.000 kilos de café verde, por valor cercano a los US$70.000. Además, unos 40.000 kilos de café especial.
Pero el café exportado no procede totalmente de la finca de Esperanza y su hijo Ivanov. Su conocimiento del mercado estadounidense y su decisión para salir adelante, contribuyeron para que otros caficultores pequeños de la región los buscaran y acordaran comercializar su grano a través de la marca Tío Conejo.
Actualmente la empresa produce y exporta otras variedades exóticas, como el Geisha, el Bourbon y Tabi, aunque el 85% de la producción sigue siendo Caturra.
Tío Conejo se diferencia de otros cafés especiales por varios aspectos. En primer lugar, la trazabilidad. Es decir, que el comprador puede conocer con certeza de dónde proviene el grano que compra, desde el origen de la semilla, hasta cuando llega al tostador.
Además, tiene un componente social en el sentido de que cada uno de los trabajadores de la finca labora tiempo completo, con todos los beneficios económicos, lo que significa, a su vez, un verdadero compromiso de su parte con el proyecto. Generalmente, a los trabajadores cafeteros se les paga por el grano que recogen.
Otro elemento es el medioambiental y ecológico, que incluye un proceso especial en el tratamiento de las aguas con las que se lava el grano, que normalmente son contaminantes, pero que luego de dicho procedimiento, utilizando tanques anaeróbicos y aeróbicos, queda limpia en un 98% y puede volver a ser reutilizada.
Además, el café Tío Conejo es empacado en bolsas elaboradas con bagazo de caña de azúcar que son en un 70% reciclables y únicas en el país, por lo menos en el sector cafetero.
Pero al negocio cafetero se fue sumando poco a poco el ingrediente turístico que, según Esperanza, nació porque la gente quería ir hasta la finca a ver cómo se realizaba el proceso del café.
“La gente comenzó a venir y nos registramos entonces como prestadores de servicios turísticos ante las autoridades correspondientes”, explica esta emprendedora quien advierte, sin embargo, que, “somos un poquito exclusivos puesto que nos gusta que la gente que nos visite esté realmente interesada en aprender de café, en conocer la cultura de la zona cafetera”.
El negocio no se detiene, y Esperanza, su hijo Ivanov y otros familiares involucrados en el proyecto continúan investigando y desarrollando otras variedades.
“Ahorita estamos metidos en los varietales, que es producir otro tipo de café no tradicional, pero también estamos haciendo experimentos en procesos como fermentaciones controladas, o en el método del secado, porque todavía analizamos si debe ser al sol o en silo y, en fin, en muchas otras locuras”, concluye la exitosa emprendedora cafetera.
Tío Conejo, una fábula hecha realidad, gracias al empuje, la iniciativa, el emprendimiento y ese espíritu de los colombianos de hacer empresa sin atender a limitaciones o falta de conocimiento.