El salvadoreño Roberto Méndez logró sobreponerse a la devastación del huracán Katrina. Su historia es la de miles de latinos que se convirtieron en pequeños contratistas y emprendedores, en una de las ciudades más antiguas y a la vez jóvenes de Estados Unidos.
Cualquier viajero con experiencia nota que ha llegado a un sitio especial si el aeropuerto donde aterriza lleva el nombre de un músico. Y no cualquiera, sino Louis Armstrong. Ésa es Nueva Orleans, la cuna del jazz y puerto estratégico que conecta el sur profundo de EE.UU. con el Golfo de México.
Nueva Orleans es uno de los enclaves más antiguos de Norteamérica y ha sobrevivido a grandes incendios y huracanes. En 2011 la revista Forbes la colocó en el primer lugar de los “imanes de talento”. Dos años más tarde fue reconocida como la ciudad de más rápido crecimiento en el país y la tercera con mayor expansión de empleos tecnológicos. Según el think tank estadounidense Brookings Institute, la actividad emprendedora en Nueva Orleans es un 40% superior al promedio nacional.
El salvadoreño Roberto Méndez llegó a probar fortuna a Nueva Orleans en 1983. Cinco años más tarde, después de superar obstáculos burocráticos y financieros, abrió su primera taquería en Magazine Street, en un barrio de familias blancas de clase media. La idea de Méndez era diferenciarse del estilo TexMex de comida rápida predominante entonces, y ofrecer platos de calidad, con ingredientes frescos. A las recetas, de base mexicana, se les añadió un toque más latinoamericano, incluso el guiño japonés que aportó luego su esposa.
“El primer día las ventas fueron de 40 dólares. La jornada siguiente dejó más, pero el despegue ocurrió realmente después que un periodista especializado en restaurantes nos visitó y publicó una reseña muy positiva”, cuenta Roberto.
Un problema mayor eran los suministros. Roberto recuerda que su hermana le enviaba desde Houston, Texas, en el ómnibus nocturno, las tortillas y los ingredientes mexicanos que no se conseguían entonces en Nueva Orleans. En 1990 fundó la segunda Taquería Corona en el Downtown, administrada por un asociado. Con la llegada de sus hermanos David y Luis, en 1995 abrió el tercer local y en 1999, el cuarto. Las cosas iban bien para la familia Méndez. Pero el 27 de agosto de 2005 comenzaron a sonar las alarmas. Un huracán se acercaba a la costa de Luisiana con ráfagas de viento de 280 km/hora.
La herencia
El huracán Katrina dejó una herencia indeleble en la estructura urbana y demográfica de Nueva Orleans, incluyendo un aumento de la población latina, que hoy asciende a 96.000 personas, el 8% de la población total, según datos del American Community Survey.
“La mayor parte llegó para trabajar en la reconstrucción”, afirma Rodrick Miller, presidente y CEO de la Alianza Empresarial de Nueva Orleans (NOLABA, por sus siglas en inglés). “Con el tiempo los más emprendedores se convirtieron en contratistas independientes”.
En paralelo, por supuesto, aumentó la población indocumentada. “Es difícil hablar de números porque es una población que fluye y no se registra, pero sí se mantiene la llegada de trabajadores para emplearse en la construcción, la limpieza o la jardinería”, afirma Mauricio González, profesor en la escuela de negocios A.B. Freeman, de la Universidad de Tulane, y director del Centro Roger Thayer Stone para Estudios Latinoamericanos.
Existen organizaciones que prestan apoyo a estos inmigrantes, como la Cámara Hispana de Comercio de Nueva Orleans. Su presidenta, Thelma Ceballos-Meyers, comenta las iniciativas que acompañan al recién llegado en su transición al nuevo entorno. “Apoyamos con programas de aprendizaje de inglés y con clases sobre el sistema de trabajo, organizamos trade shows para ayudarlos a encontrar empleo y, cada mes, participamos en un show radial que informa sobre eventos comunitarios y los recursos a que pueden acceder en la Cámara”. La institución también realiza eventos que faciliten la interacción entre los miembros de la comunidad hispana de negocios.
González, de Tulane, identifica un tipo de inmigrante con mejores posibilidades, que llega “para abrir restaurantes, convertirse en contratistas, o fundar una carpintería”. Miller, de NOLABA, afirma que en la industria de la construcción hay una importante concentración de empresas hispanas, así como en el sector gastronómico y en el retail focalizado en la población latina. “En general son negocios familiares, que no dan el siguiente paso aún para convertirse en cadenas o franquicias”, afirma.
Por su parte, Ceballos-Meyers recuerda que sí existen firmas fundadas por hispanos que han escalado significativamente en su actividad. Pone el ejemplo de Atlantis International Inc., que distribuye lubricantes y baterías, y American Life Insurance Group, dentro del sector de los seguros de vida y salud.
El paso del Katrina afectó fuertemente el negocio de los hermanos Méndez, especialmente David, cuya taquería se inundó y debió cerrar por largo tiempo. Pero lo más importante fue el cambio en la clientela. Si las Taquerías Corona hasta entonces atendían sobre todo a familias estadounidenses de clase media, de pronto más de la mitad de los comensales eran latinos, principalmente trabajadores mexicanos.
“Nuestros tacos son más caros que otras ofertas, pero la calidad es superior. Era lo único que ellos podían encontrar al nivel de sitios donde la población mexicana es más grande, como Houston o San Antonio”, recuerda Roberto.
Después del auge de la reconstrucción, parte de la población inmigrante volvió a sus ciudades de origen y la clientela latina de la Taquería Corona se estabilizó en un 20%. Pero en definitiva la ciudad cambió y hoy la huella latina se siente fuerte. No es extraño ver restaurantes de comida cubana o brasileña cerca de otros tradicionales de gastronomía cajún o Nouvelle Creole. Roberto ya adquiere sus suministros a nivel local, en los supermercados que se han instalado para atender las necesidades de un consumo latino.
Segunda generación
A casi 10 años de Katrina, en Nueva Orleans se impulsa un clima más emprendedor y transformacional. Han aumentado el apoyo institucional y la recuperación y perfeccionamiento de infraestructuras, que incluye la instalación de un sistema de control de riesgo por huracanes y tormentas, valorado en US$15.000 millones. Además, los costos operacionales son más bajos y está vigente una política tributaria estatal destinada a atraer la inversión extranjera y de otros estados. Con esto se ha incrementado el arribo de profesionales.
Con la culminación de las obras en el Canal de Panamá se espera un impacto positivo en el comercio. Por ejemplo, la compañía Chiquita, distribuidora global de alimentos frescos, anunció su retorno al puerto de Nueva Orleans, luego de casi cuatro décadas en el Gulfport de Mississippi. “Esto abre la puerta a más oportunidades de contacto con América Central y del Sur”, advierte Miller. Con todo, el principal escollo es la falta de vuelos directos hacia destinos del Sur. Antes de Katrina, la ciudad estaba conectada con Honduras y otros países de América Central. “Hoy estamos trabajando para traer de vuelta esos vuelos y más, en un esfuerzo por expandir las oportunidades de negocio con América Latina”, afirma Miller, de NOLABA.
Los Méndez son el caso emblemático de empresa familiar que NOLABA busca ayudar a través de iniciativas como PowerMoves.NOLA, orientada a apoyar startups y emprendimiento de minorías. Y lo hace facilitando “el acceso a capital y a eventos donde los emprendedores presentan sus ideas a potenciales asesores e inversionistas”, según afirma Miller.
Estos y otros argumentos convencieron a Adrián Méndez, sobrino de Roberto, de quedarse en la ciudad y cursar su MBA en la prestigiosa Escuela de Negocios de Tulane, del cual recién egresa. “Acá se vive un renacer”, dice refiriéndose al auge de emprendimientos biotecnológicos y de las manufacturas. Adrián Méndez trabajó en una startup social orientada a la apertura de escuelas, pero ahora quiere enfocarse en “buscar negocios que tengan éxito en mercados de países latinoamericanos, para traerlos al mercado estadounidense, pero no como productos de nicho o étnicos, sino destinados al consumo de públicos masivos”.
La historia de Adrián, con sus propias particularidades, se parece a la de un segmento de jóvenes hispanoamericanos que llegaron de niños o nacieron y se educaron en EE.UU., conservando las tradiciones y cultura latinas en casa. Ceballos-Meyers observa que “a medida que permanecen más tiempo en el país, más posibilidades tienen las familias de educar a sus hijos, por eso se nota que el promedio de nivel educacional se eleva en las segundas y terceras generaciones”.
Profesionales como Adrián forman parte de un talento hispano altamente calificado, con más posibilidades de interactuar con América Latina, generando contactos y negocios prósperos. “Yo y otros emprendedores con backgrounds parecidos, sí podemos servir de puente entre ambas culturas”, afirma Adrián Méndez, quien recuerda a varias compañías latinas, incluso algunas grandes, que no han logrado crecer en EE.UU. por no entender el contexto ni cómo funcionan los mecanismos de negociación. “Más importante aún, no saben comunicar su imagen y marca de forma que no se conecte con algo folklórico o étnico”.
La familia prepara para el mes de julio la apertura de la cuarta Taquería Corona, que viene a sustituir la que operaba David -ya retirado-, relocalizada ahora en la zona de Mandeville y que será administrada por otro asociado. A la hora del balance, a más de un cuarto de siglo desde sus comienzos como emprendedor, Roberto Méndez se siente afortunado porque también le pudo haber ido mal. “Si algo sé es que nunca siento que me he afianzado en el negocio”, afirma. “Uno puede arruinarse si se confía demasiado, si cree que se las sabe todas”.