Aunque factor determinante, la amenaza asiática no ha sido el único culpable de la situación del sector textil en Colombia. Parte de culpa reside en el propio sector: ha crecido bajo la protección de un sistema internacional de cuotas y un régimen cambiario, pero invirtiendo poco en nuevas tecnologías y mercados.
Universia Knowledge Wharton. Fue un fondo de US$4 millones, creado por el gobierno colombiano en enero, el que destacó hasta qué grado el sector textil había sido golpeado por las importaciones ilegales. El dinero no se destina a becas, incentivos tecnológicos o desgravaciones fiscales, sino a premiar a soplones que investigan a los contrabandistas del sector.
El fondo fue presentado con poca fanfarria durante Colombiatex, la feria anual que celebran en Medellín los fabricantes nacionales de textiles y ropa para mostrar sus mercancías a los compradores extranjeros. No obstante, su presentación fue un rayo de luz en un sombrío evento en el que un expositor tras otro se quejaba de las dificultades que tenían para competir frente a las importaciones asiáticas de textiles y ropa, de las cuales casi la mitad son ilegales o copias falsas de marcas que a menudo se venden a un precio significativamente inferior al precio del bien colombiano comparable. Según ANDI, la principal asociación empresarial del país, la mayor parte de esos bienes ilegales proceden de China.
Aunque factor determinante, la amenaza asiática no ha sido el único culpable de la situación del sector textil en Colombia. Paula Trujillo, directora de competitividad de InExModa, la asociación comercial del sector que patrocina Colombiatex, afirma que parte de culpa reside en el propio sector, que ha crecido de forma satisfactoria durante años bajo la protección de un sistema internacional de cuotas y un régimen cambiario favorable entre el dólar estadounidense y el peso colombiano, pero invirtiendo poco en nuevas tecnologías y mercados. “No estábamos caminando a la misma velocidad y con la misma agilidad que otros países”, explica. “Perdimos el tren y ahora tenemos que reinventarnos”.
La conjunción de estos y otros factores ha tenido un resultado muy doloroso. En los últimos años las ventas de textiles y ropa fabricados en Colombia se han estancado en los US$5.000 millones anuales, y eso a pesar del fuerte crecimiento del resto de la economía. Según Eduardo Botero, director ejecutivo de InExModa, aún es más preocupante que las exportaciones hayan caído el pasado año 45%, hasta los US$1.100 millones cuando en 2008 alcanzaban los US$2.000 millones. Pocas son las empresas que han salido indemnes. Incluso Coltejer, todo un icono en Colombia que da nombre al edificio más alto de Medellín, ha estado al borde de la bancarrota en los últimos años y está intentando por todos los medios reestructurarse. Los trabajadores también están pagando un elevado precio; según ANDI, el sector textil y de ropa ha perdido 35.000 empleos -15% del total- en los últimos dos años.
Una década muy deprimente. ¿Podría el sector textil y de ropa colombiano volver a recuperar el norte después de una “década muy deprimente”? Así es como describe Alvaro Hincapie, presidente de Enka, el mayor fabricante de hilo de Colombia, con sede en Medellín, estos últimos años. Al igual que muchos fabricantes de este sector, su empresa -explica-, ha estado “bajo el ataque” de las empresas asiáticas legalmente o ilegalmente, desplazándola de los mercados con bienes más baratos.
Fundada en 1966, cuando varias empresas colombianas unieron sus fuerzas con una división local de Akzo Nobel, empresa con sede en Holanda, Enka ha experimentado en sus propias carnes los altibajos del sector durante su proceso de globalización. A principios de los 90 era el fabricante líder de nylon y otros tipos de polyester de la región andina, una estrella en la constelación de empresas colombianas con éxito del sector textil y de ropa, la mayoría de ellas con sede en Medellín. Con la ayuda de un peso colombiano débil y un proceso de fabricación innovador basado en la resina, Enka prosperó bajo el sistema de cuotas contemplado en el Acuerdo sobre los Textiles y el Vestido, y empezó a exportar a varios mercados nuevos, entre los que se encontraban Estados Unidos o Brasil, mientras también seguía suministrando a los fabricantes locales.
Pero su fortuna empezó a cambiar, en parte pero no exclusivamente con la finalización a finales de 2005 del sistema de cuotas que había proporcionado a empresas como Enka un acceso sin restricciones a los mercados europeos y estadounidense. En 2008, recuerda Hincapie, Colombia fue inundada por la llegada de hilos y textiles de poliéster procedentes del sudeste asiático, a precios que apenas superaban un tercio de los costes de Enka. Algunos productos entraron de manera ilegal; algunos con toda la documentación aduanera necesaria. El momento más crítico fue en 2008, cuando las ventas de Enka cayeron 40% y se vio obligada a detener varias líneas de poliéster. Al final de ese año la empresa había despedido a 1.000 empleados, esto es 15% de su plantilla.
Según Hincapie, detrás de estos factores de cambio se encuentran sobre todo los fabricantes chinos. “Los chinos aprovecharon la ausencia de patentes del poliéster y los bajos costes laborales para producir estos bienes en enormes cantidades. Las subvenciones del gobierno les permitieron instalar mucha más capacidad manufacturera de la que necesitaban para cubrir el mercado chino. Así, lo que no pudieron vender en China lo colocaron en el mercado internacional a una parte de su coste”, explica Hincapie.
Entrando en escena. Expertos en comercio señalan como factor determinante la admisión de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001. En el año 2000, China estaba exportando el 7% de las manufacturas del mundo; en la actualidad exporta el 20%. Los textiles y la ropa son uno de los sectores industriales más afectados, dice Gary Hufbauer, especialista en comercio del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington D.C. y ex negociador comercial del Departamento del Tesoro estadounidense. “Nadie que haya estado involucrado en la Ronda Uruguay, finalizada en 1995, y que fijó las condiciones de adhesión de China a la OMC, esperaba que China entrase en la escena del sector textil y la ropa tal y como ha ocurrido”, explica. “Va más allá de las expectativas de cualquier persona y las normas aún no se han actualizado en consonancia”.
Tal y como señala Hufbauer, el superávit comercial de China es cercano a los US$300.000 millones anuales; hace una década apenas alcanzaba los 20.000 millones.