Un operador sudafricano con sede en Suiza busca ser el rey de la gran minería mundial. ¿Se lo permitirán otros grandes condes, duques y marqueses?
Rüschlikon es un pueblo ubicado en las riberas del lago Zürich. Casi la cuarta parte de sus 5.200 habitantes son extranjeros. Extranjeros de alta renta, léase millonarios celosísimos de su privacidad y sus negocios. Uno de ellos es Ivan Glasenberg, un sudafricano, hijo de inmigrantes lituanos, que podría convertirse este año en el nuevo Rotschild de la minería mundial. Esto si logra fusionar dos empresas suizas de las que ya es director, Xstrata y Glencore, creando un gigante con ventas anuales por US$ 200.000 y con apetito de seguir creciendo.
“Son grandes actores en aluminio y zinc, amarrando un gran tonelaje de inventarios y paquetes financieros”, dice desde Londres Stuart Burns, analista británico y editor del newsletter MetalMiner.
Los orígenes de Glencore alimentan toda clase de teorías conspirativas. Fue fundada por Marc Rich, un polémico corredor de materias primas acusado de tener tratos con Fidel Castro, los sandinistas, el ayatola Khomeini y el régimen del apartheid sudafricano. Por ello permaneció durante años en Suiza en calidad de fugitivo de la justicia estadounidense, hasta que fue perdonado por Bill Clinton a comienzos de 2001 (de hecho, fue su último acto administrativo antes de entregarle la presidencia a George W. Bush). En su libro El rey del petróleo, el periodista suizo Daniel Ammann lo retrata como “el creador del mercado petrolero spot”, y “el operador más influyente del siglo XX”. Un joven belga de origen judío que se salvó de los nazis, emigró a EE.UU. e ingresó al sector financiero. Su momento de gloria fue la crisis petrolera de 1973 y la revolución islámica de 1979. Rich se enriqueció, fundamentalmente, mediante el arbitraje de precios más radical que se conozca: comprando petróleo iraní y vendiéndoselo a Israel.
En 1994 Rich vendió su participación en Glencore a un grupo de ejecutivos encabezados por Ivan Glasenberg. Para Ammann, Glasenberg es, en muchos sentidos, el heredero de Rich. Éste lo contrató en 1984 y “le enseñó lo básico del negocio”, dice Ammann desde Suiza.
Un negocio marcado por la audacia y el sigilo. Poco se sabía realmente de Glencore hasta el año pasado, cuando se abrió a la bolsa en Londres y Hong Kong. Entonces informó ventas por US$ 145.000 millones y participaciones de entre 40% y 60% en algunos mercados de productos de terceros (third party sourced minerals), aquella porción del mercado de commodities mineros que no se enmarcan en contratos de largo plazo.
“Está involucrada tanto en futuros como en almacenamiento y es la menos transparente de las grandes”, dice Burns, para quien “hay algo poco sano en que un productor también participe en esta etapa ya final del juego”.
Según el analista, los reguladores no han demostrado mucha preocupación por el asunto, y los mercados están más bien optimistas respecto de la fusión. No así los accionistas minoritarios de Xstrata, que amenazaron con bloquearla a menos que Glencore mejore su oferta de canje de acciones. Glasenberg es dueño del 15,5% de las acciones de Glencore, la que a su vez ya tiene el 35,4% de Xstrata.
Megatendencia. Las grandes fusiones y adquisiciones han sido la tónica de la gran minería durante los últimos 10 años. Al son cada vez más acelerado de los precios y de la demanda asiática, se viene librando una carrera para formar conglomerados cada vez más grandes y poderosos. Excluyendo la fusión entre BHP y Billiton, entre 2001 y 2011 se realizaron operaciones por US$ 146.000 millones. Encabeza la lista Rio Tinto, que compró en US$ 36.100 millones Alcan Aluminium en 2007. Le sigue Xstrata, con una serie de audaces operaciones por US$ 32.000 millones en Colombia, Perú y Australia.
“El motivo fundamental es la filosofía de que mayor equivale a mejor”, dice David R. Beatty, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Toronto y presidente del directorio de Inmet, una minera canadiense especializada en cobre. “Desde una posición dominante es más fácil levantar capital, más fácil controlar la capacidad y el mercado de oferta”.
Si bien la crisis de 2008-2009 supuso un menor ritmo, las grandes fusiones están ahora de vuelta gracias a los incentivos monetarios de los grandes bancos centrales del mundo. Con tasas de interés bajísimas, la compra apalancada en el mundo minero está de vuelta en gloria y majestad.
América Latina tiene tres nombres en la lista de las grandes casas mineras: Vale, Codelco y el brazo minero de Grupo México (Southern Peru Copper). Y su suerte, en el juego de alianzas y rivalidades de la industria, ha sido dispar.
Abierta en bolsa y controlada por un consorcio integrado por el grupo Bradesco y BNDES, Vale realizó compras por US$ 27.300 millones, aumentando su diversificación territorial y productiva. Y no es la única gran minera BRIC con presencia bursátil: también lo son la rusa Norilsk y la india Vedanta, que cotizan en Nueva York y Londres, respectivamente.
En cambio, Codelco, pese a sus enormes yacimientos en Chile, ha permanecido como una empresa estatal con algunos joint ventures puntuales, y con un plan de inversiones supeditado a su capacidad de endeudamiento. Así, mientras BHP, Rio Tinto y Anglo American disfrutaron de los locos 90 apenas pagando impuestos en Chile, Codelco debió transferirle el 10% de sus ventas al presupuesto militar chileno. “Si descontamos el capital inicial, el dueño ha dejado adentro, como utilidades, un promedio anual de US$ 100 millones (a precios de 2011)”, reconoce Diego Hernández, vicepresidente ejecutivo de la estatal chilena. “Y ha invertido en promedio, durante todo este período, alrededor de US$ 1.000 millones”.
Hernández, un ex ejecutivo de BHP Billiton, está intentando cambiar el statu quo. El año pasado lanzó un ambicioso plan de inversiones e intentó ejercer una opción de compra por el 50% en Anglo American Sur, a la que Codelco tenía derecho. Incluso tenía el financiamiento. Pero Anglo American cerró la puerta y se apresuró a vender la mitad de su mitad a la japonesa Mitsubishi “por un precio razonablemente alto” comparado con el que ofrecía la estatal chilena, al decir de Paul Dawison, director de metales de base de la consultora Intierra en Londres. La operación se judicializó, pero Codelco mantendrá este año un plan de inversiones de US$ 4.600 millones en ampliar su capacidad productiva y comenzar a compensar el agotamiento de algunos de sus yacimientos emblemáticos.
Y Hernández tiene una fórmula para permitir que Codelco haga inversiones más fuertes en el extranjero. En 2011, la empresa creó una filial internacional, llamada Inversiones Mineras Acrux, que podrá asociarse con otras empresas y capitales para desarrollar nuevos proyectos. La idea es que la nueva empresa tenga un sistema de financiamiento autónomo respecto de la matriz y pueda incluir socios minoritarios en su propiedad. Actualmente la estatal chilena trabaja en el diseño de una estrategia internacional, que debería estar lista durante el primer semestre de este año.
Respecto de la fusión entre Xstrata y Glencore, Hernández reconoce que entre ambas “existe complementariedad y hay una alta probabilidad de que esa fusión llegue a buen término”. No obstante, ésta no desplazará a Codelco del primer lugar en la producción mundial de cobre, puesto que “agrega producción, pero no yacimientos de clase mundial nuevos”.
Misterio Anglo. Está claro que Codelco seguirá firmemente en manos del Estado chileno, o sea, fuera del baile millonario de las megafusiones. Distinto podría ser el caso de su rival Anglo American, a la que muchos analistas califican directamente como “objetivo de compra”.
El lío judicial chileno podría resentir su relación con las autoridades de este país y generar preocupación en los propios accionistas de Anglo. Algo que su vocero James Wyatt-Tilby refuta. “Nuestros accionistas han apoyado las medidas adoptadas”, dice en las oficinas de la empresa en Londres, citando como ejemplo el hecho de que, desde que se anunció la venta de Anglo American Sur, en noviembre pasado, las acciones subieron un 21%, superando tanto a las de Xstrata como a las de Rio Tinto y BHP Billiton. No menciona que, pese al aumento, son más baratas que las de sus pares (a excepción de Vale). A mediados de marzo se transaban a 5,9 veces sus utilidades de los últimos 12 meses, muy por debajo de los 19 de Rio Tinto y los 16 de BHP.
Además del lío con Codelco, Anglo enfrenta un complejo escenario doméstico. La nacionalización ha sido siempre un fantasma de la industria minera en Sudáfrica, un fantasma que el año pasado reapareció con fuerza convocado por Julius Malema, el entonces líder juvenil del CNA, el partido de gobierno desde 1994. Tanto el Partido Comunista Sudafricano como el propio presidente Jacob Zuma rechazan la idea. Lo más probable, sin embargo, es que finalmente se aplique un alza significativa del royalty minero. Fuentes de gobierno consultadas por Bloomberg señalaron que éste podría alcanzar el 50% de las ganancias de capital.
¿Y quién podría aprovechar el debilitamiento de la sudafricana sino Ivan Glasenberg? Hace tres años propuso una “unión de iguales” entre Anglo y Xstrata, pero fracasó. Si logra fusionar a Xstrata con Glencore tendrá aun mayor poder de fuego para hacer una oferta en mejores condiciones.
“Mi sensación es que esto va a ocurrir”, dice Burns, de MetalMiner, para quien las consecuencias de una operación de esa escala serían, entre otras cosas, una importante concentración de la oferta mundial de carbón y zinc. “Si yo fuese un consumidor asiático me molestaría”, dice.
La cuestión radica, entonces, en quiénes son los accionistas de Anglo y qué tan dispuestos estarían a aceptar una oferta de compra. Difícilmente lo hará el fondo soberano sudafricano, que tiene el 5,8%. Pero ¿lo harán fondos de inversiones como Blackrock o Legal & General PLC, que también tienen acciones en Rio Tinto y BHP? Además, el 37% de los títulos de la sudafricana está en manos de accionistas anónimos, agrupados en una posición administrada por la corredora PLC Nominees. Más de uno podría ver en un mayor royalty sudafricano o chileno una amenaza a sus dividendos.
Poder y resistencia. Pese al entusiasmo que provocan en banqueros y corredoras de bolsa, no todas las megafusiones mineras han llegado a buen término. Ni los accionistas ni los reguladores aprobaron la fusión entre Rio Tinto y BHP en 2008, que hubiera dado lugar a un poder prácticamente incontrarrestable. Las dos gigantes tampoco lograron fusionar sus respectivas divisiones australianas de carbón.
Según una nota publicada en el inglés The Guardian, las grandes mineras generan entre US$ 10.000 y US$ 20.000 millones anuales en excedentes de caja. Pero muchos accionistas preferirían ver estos recursos invertidos en proyectos propios, o, mejor aún, distribuidos como dividendos.
“Las fusiones no son algo obvio”, dice Diego Hernández, el CEO de Codelco. “Son operaciones que demoran mucho más de un año, que hay que tramitar en distintas jurisdicciones. Además hoy los temas de antimonopolios son mucho más importantes”.
Adicionalmente está el carácter estratégico que algunos gobiernos asignan a los recursos mineros. Por ejemplo, lo hizo Canadá para abortar la compra de Potash Corp –dueña del 32% de la productora chilena de salitre SQM– por parte de BHP Billiton en 2010. Y cuando Xstrata quiso comprar en Australia la compañía de uranio y níquel de WMC, la radio pública de ese país emitió extensos reportajes sobre el pobre currículum ambiental de la minera suiza y su cercanía con regímenes cuestionados como los de Kazajstán y la República Democrática del Congo.
Para Beatty, de la Universidad de Toronto, las megamineras serán cada vez más cuestionadas por activistas y percibidas como demasiado grandes y fuertes por gobiernos que quisieran aumentarles el royalty.
“Si yo fuera miembro del directorio de uno de estos monstruos ciertamente abogaría por crecer internamente vía exploración y fusiones/adquisiciones con compañías medias, no megafusiones”, dice el académico y presidente de Inmet. “Pero vivimos en un mundo extraño y existen ambiciones personales. ¿Ser, por ejemplo, el CEO de la mayor empresa minera del mundo?”
Un trono que Ivan Glasenberg sin duda codicia y que el 1 de abril próximo podría empezar a acariciar. Ese día comienza en Zug, otro pueblito idílico suizo, la junta de accionistas de Xstrata. Glasenberg ha ofrecido un canje de 2,8 acciones de Glencore por cada una de la minera. Algunos accionistas piensan que es poco.
“Será un antes y un después”, dice Ammann, autor de la biografía de Marc Rich. “Mientras más grande una compañía, mayor su participación de mercado y menos competencia. El poder para influir en los precios de Glencore / Xstrata aumentará.”
¿Tanto como para manipularlos a escala mundial? Diego Hernández duda de que exista alguien capaz de influir globalmente en mercados como el del cobre. “Es algo que exige unas espaldas demasiado amplias y que nadie tiene”, dice desde las oficinas centrales de la estatal chilena.
Lo demuestra la propia experiencia del mencionado Marc Rich, mentor y maestro de Glasenberg. Según la investigación del periodista David Ammann, en 1992 intentó manipular el mercado mundial del zinc y llegó a tener una posición descubierta por US$ 1.000 millones. Las pérdidas fueron tales que la compañía prácticamente quebró, obligando a Rich a venderla a sus “pupilos”.
“Por cierto, estoy seguro de que Glencore/Xstrata intentará comprar más compañías y minas en el futuro”, dice Ammann. “Quieren crecer y tendrán los medios para hacerlo”.
Por lo pronto Glasenberg acaba de dar otro golpe audaz con Glencore y su división de commodities agrícolas. Compró en US$ 6.100 millones el productor y distribuidor canadiense de granos Viterra. ¿Un bocadillo antes del plato de fondo?
*Con Loreto Urbina, desde Londres.