Se trata de un conjunto de unas veinte manzanas, donde unos cinco mil comerciantes tienen puestos de venta. Sin embargo, el 70% de la mercadería que se ofrece en este lugar no es original, según la fiscal de Delitos contra la Propiedad Intelectual, Mónica Rivera.
Es un hervidero de gente. Es el mercado de la libre oferta y la demanda de piratería en su plenitud. Aquí se encuentra de todo, dicen los mismos que ofrecen “de todo”. Todo para vestir a niños y adultos, con reconocidas marcas internacionales, pero a precios inferiores -entre el 50% y hasta el 90% del valor real- por ser prendas no originales.
Todo para la salud, con locales saturados de muestras gratuitas de medicamentos expuestos al aire libre y al calor abrasador del sol, recetados por vendedores que dicen haber adquirido experiencia en el mismo lugar.
Todo para la belleza, con réplicas de cosméticos, cremas y perfumería de conocidas marcas o productos “naturales” que prometen la figura ideal y hasta “curar” enfermedades como el cáncer. Todo para el hogar, con enseres y electrodomésticos. Todo para reuniones sociales, con cigarrillos y licores “de marca”, pero a bajo costo a causa del contrabando. Y, en especial, todo para el entretenimiento, con lo último de la cartelera cinematográfica y las producciones musicales. Todo pirateado.
Se trata de la Bahía de Guayaquil, conjunto de unas veinte manzanas -que van, de este a oeste, desde la calle Malecón Simón Bolívar hasta Chimborazo y, de norte a sur, desde Colón hasta Capitán Nájera- donde unos cinco mil comerciantes tienen puestos de venta. Sin embargo, el 70% de la mercadería que se ofrece en este lugar no es original, según la fiscal de Delitos contra la Propiedad Intelectual, Mónica Rivera.
El aumento sin control de esa libre oferta de productos piratas llevó a la Oficina de Comercio de Estados Unidos a incluir a la Bahía en la lista de los mayores paraísos de piratería en el mundo, un ránking de 17 naciones en el que también están otras latinoamericanas: Paraguay, Argentina, México y Colombia. El departamento estadounidense, a través de un comunicado, pidió a las autoridades intensificar esfuerzos para combatir la falsificación en esos mercados.
Durante dos semanas, El Universo recorrió la Bahía y constató que en este sitio ninguna venta de productos piratas o falsificados es clandestina. Al contrario, se realiza a la vista de todos, incluso de policías y guardias municipales que rondan por los puestos.
“¿Como qué cosita busca? Zapatos, celulares, electrodomésticos”, dice un enganchador a los miles de clientes que a diario recorren un laberinto de pasillos y escalones de altos edificios, donde circular resulta difícil por la muchedumbre.
El ritmo es más agitado en los puestos de películas y música, la mayoría concentrados en las no menos de cuatro manzanas ubicadas entre las calles Colón y Olmedo, de norte a sur, y Malecón y Eloy Alfaro, de este a oeste. Parece un hormiguero el movimiento de centenares de manos que abren cajas, separan portadas de artistas o películas. Las escogen, las insertan en las tapas, guardan el disco, cierran y listo. El CD o DVD con ese olor a plástico quemado se suma a cientos de montones de unidades para ser vendidos al público, distribuidos a propietarios de negocios más pequeños o a vendedores ambulantes.
En un conteo realizado por este Diario se confirmó el funcionamiento de al menos 256 locales de venta de estos discos, en la zona donde se concentran estos productos, entre pequeños locales de cuatro metros cuadrados y grandes espacios de veinte metros cuadrados; pero se estima que en toda la Bahía hay alrededor de 300 puestos de venta de discos piratas. “A dólar” es el precio por unidad, pero aquí la venta se mueve en miles. Según los mismos vendedores, por US$3 ellos consiguen los cien discos quemados (copias del material musical o cinematográfico); por US$12, cien cajas o estuches negros, “más caros”, según dicen, luego del terremoto y tsunami en Japón, lugar de donde vienen; y por US$4, las cien portadas impresas. Es decir, ellos gastan unos US$20 por cien discos terminados y, al pedir US$1 por cada uno, ganan cuatro veces más de lo que invirtieron.
La propietaria de un puesto en el Pasaje Alberto Reina Guzmán, donde vende discos en blanco y hace el contacto con la persona que los quema (a quien se niega a identificar), dice que a diario se graban entre 30 y 40 cajas con 600 discos de películas o música cada una. Estas son llevadas a otras ciudades para su venta, sobre todo a Otavalo, Ibarra, Latacunga, Loja, Ambato y, en Guayas, a cantones como El Empalme.
Pero ¿dónde queman estos discos? “Eso no se dice. Nosotros le hacemos el contacto. Las personas que queman vienen aquí, se llevan las listas y luego nos traen los discos. Ni nosotros sabemos bien de dónde”, comenta uno de los vendedores.
Pero en los edificios de este sector de la Bahía de Guayaquil, que en su mayoría sirven de bodegas, hay discos rotos, cajas dañadas y carátulas de películas en las escaleras, como migas de pan que conducen a las puertas de los últimos pisos. Están cerradas, pero desde el espacio entre estas y el piso salen más discos y también sonidos que evidencian movimiento en el interior, aunque nadie atiende al llamado.
Los quemadores de discos se mantienen en el anonimato, pero el material pirata sigue llenando locales. Una mujer, que dice tener más de ocho años en el negocio, vende diariamente más de cien discos y el propietario de otro local dice comercializar más de 300 al día.
Aunque no hay datos de la venta que se genera en la Bahía, cifras entregadas por la Aduana del Ecuador a este Diario revelan que en el 2010 se importaron 162,4 millones de discos en blanco. Este año, hasta el pasado 9 de mayo, ingresaron 47,9 millones de unidades. Cifra que se ha duplicado si se compara con las importaciones del 2007, cuando en todo el año se registraron 27,5 millones.
En montos, esto significa un aumento de US$3 millones en el 2007 a US$8,7 millones en el 2010. Desde Taiwán llegan al país 111,8 millones de discos en blanco al año, y desde China, 49,6 millones, siendo estos dos países los mayores proveedores.
Las cifras alarman a los sectores afectados como la Sociedad de Autores y Compositores del Ecuador (Sayce), cuyos socios aseguran sentirse impotentes ante la magnitud de la piratería, que -según sus datos- representa el 99% del mercado audiovisual y el 95% del musical. “Solo le tomó unos diez o doce años acabar con el mercado formal”, dice David Checa, director general de Sayce, al explicar que los primeros brotes surgieron tras la crisis bancaria de 1999.
“Primero fue la piratería musical. Mucha gente perdió la capacidad de compra. Con los fondos congelados y luego con la dolarización que encarecieron los productos, empezó a tener un boom la piratería, a lo que se sumó la inacción de las autoridades. Posteriormente, varias disqueras quebraron”, explica.
La piratería no solo preocupa a la Oficina de Comercio de Estados Unidos, sino también a la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores (Egeda), grupo que representa, administra, recauda, reparte y defiende los intereses de los productores audiovisuales.
“Los productores ya no quieren arriesgarse a producir aquí”, indica Zelva González, directora del gremio, y lo ejemplifica con el caso de la película Las Zuquillo. En la mañana sacaron el DVD y en la tarde ya estaba pirateado, se queja, y agrega que no hay garantías para que se pueda recuperar la inversión. “Para hacer una película en el país se necesitan por lo menos unos US$450 mil, se endeudan, hipotecan propiedades, ponen en riesgo a sus familias y no pueden comercializar”, reclama.
El artículo 324 de la Ley de Propiedad Intelectual establece que serán reprimidos con prisión de tres meses a tres años, más una multa de entre US$1.325 y US$13.250 quienes violen el derecho de autor. Sin embargo, su aplicación no ha sido eficiente, y en el informe emitido por la Oficina de Comercio de Estados Unidos se describe a la Bahía como “un extenso mercado con al menos 1.000 vendedores que comercializan grandes cantidades de bienes ilícitos, muchos de los cuales son ya sea productos falsificados o bienes robados del puerto de Guayaquil”.
La Ley de Propiedad Intelectual en Ecuador “es avanzada, excelente, pero no se aplica en su totalidad”, dice la directora de Egeda, quien cuestiona que la sanción sea solo para el que venda el producto pirateado y no también para el que compre.
Verónica Sánchez, apoderada legal de Business Software Alliance en Ecuador, coincide en que la tendencia de la piratería en software ha ido disminuyendo con las campañas, pero también con las acciones legales (unas diez por año) que se han ejecutado. “Del 94% que se llegaba en el año 90 ha bajado al 67%”, indica.
El representante, en Ecuador, de Sayce dice que, con el justificativo de “problema social”, no se controla ni sanciona la piratería. Mientras, Omaira Moscoso, presidenta de la Asociación Ecuatoriana de Comerciantes y Distribuidores de Productos Audiovisuales y Conexos, recalca que detrás de esto sí hay un problema social. Ella defiende a las más de 150 mil familias que -asegura- trabajan en 60 mil puestos en el país.
La dirigente dice que ha enviado al gobierno un proyecto “de regularización” para, primero, pagar impuestos y permisos municipales y, posteriormente, legalizar los negocios.
“Reconocemos que debemos pagar una propiedad intelectual”, dice, y agrega que para salir de la piratería han empezado un plan piloto con mil tiendas para, con base en un convenio con el Ministerio de Cultura y el Consejo Nacional de Cinematografía, distribuir cuatro películas nacionales (Ratas, ratones y rateros, La Tigra, Dos para el camino y Fuera de juego), a US$2,99.
Pero en este sitio no solo se cometen ilegalidades contra los derechos de autor. En un operativo policial realizado a mediados de abril, dos locales de venta de películas fueron clausurados por el intendente de Policía, Julio César Quiñónez, luego de descubrir que en ellos se expendía pornografía infantil.
Y mientras las iniciativas por regularizar a este “paraíso de la piratería” se materializan, en la Bahía de Guayaquil se siguen violentando derechos , en todos los sectores: audiovisuales, literarios, farmacéuticos, textiles, entre otros. Todo expuesto a la vista de todos.