El lanzamiento inminente de una variedad resistente a la sequía y la salinidad abre promesas y peligros en Argentina y Brasil, mientras Colombia se quiere sumar al boom.
El número, US$ 7.900 millones, alegra. Corresponde a las exportaciones de Brasil hacia China en el primer trimestre del presente año. La alegría ya no es tanta cuando se advierte que el 80% de tal cifra es la sumatoria de sólo tres productos: soja, mineral de hierro y petróleo. Y el entusiasmo deviene en preocupación al notar que las exportaciones habrían caído un 6% si del conjunto exportado se retirase el famoso grano proteico.
Las bocas del mundo superpoblado ayudan. Se espera que el consumo planetario se incremente en unos 55 millones de toneladas para 2019/20, pasando a un total de 290 millones. Y en apenas ocho años más. La pregunta es de dónde saldrán. Porque no sólo China demandará más –de los 55 millones actuales a algo más de 77 millones–, Brasil mismo pasará a ser un consumidor no despreciable con casi 13 millones de toneladas destinadas a alimentar sus pollos y cerdos en ese 2020.
La solución viene de la aparición de un nuevo tipo de planta sojera, mejor adaptada a las sequías y, quizás tanto o más importante, con la capacidad de crecer sobre suelos salinos. Ello permitirá la expansión de su cultivo. Sin embargo, esto podría derivar, advierten los ambientalistas, en un nuevo desastre ecológico, como el ocurrido en el centro-oeste brasileño y en el norte de Argentina con la destrucción de ecosistemas únicos.
Mucho sol, girasol. ¿Qué agricultor no querría que sus cultivos resistiesen las sequías? En Argentina la bióloga molecular Raquel Chang anticipó el método para lograrlo. Tras un posdoctorado en Francia y haber aprendido a usar la transferencia de genes, regresó a su país a principios de los años 90. Allí probó la eficacia de un gen específico del girasol para otorgar resistencia a la sequía y a la salinidad a la Arabidopsis (vegetal usado como modelo para estos trabajos). Luego, en 2005/06, hizo lo mismo con la soja en el IAL (Instituto de Agrobiotecnología del Litoral), entidad que ahora dirige.
Pero no fue una tarea fácil. “El trabajo de campo lo llevó adelante la empresa Bioceres. Se hizo en distintos lugares del país, incluyendo las provincias de Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires, San Luis y Chaco”, dice Chang. “Llevó varios años y aún seguimos trabajando”. Sucede que la investigación es más amplia. “El IAL es un instituto de Conicet y UNL (Universidad Nacional del Litoral). O sea, de pertenencia del Estado nacional. La tecnología se aplicó a maíz, soja y trigo. También a alfalfa, pero todavía no hay resultados de esta última. No se aplicó a girasol ni se aplicará en el corto o mediano plazo, ya que no se cultiva girasol transgénico en ningún país del mundo por el riesgo de cruza con especies silvestres. Sí podría, en cambio, aplicarse a otros cultivos”.
El resultado de este largo trabajo ha sido el obtener una patente planetaria para la semilla de soja del gen resistente a la sequía, patente que está en manos de la Dra. Chang y el Conicet. “La licencia para desarrollar el cultivo la tiene Bioceres”, explica Claudio Dunan, director de estrategia del holding que posee 250 accionistas y que financia proyectos de biotecnología en Argentina. “Somos una sociedad que se creó en 2001 por iniciativa de 23 accionistas y todavía hoy nadie tiene más del 4%”, remarca. Con la licencia, Bioceres ha hecho una apuesta audaz: “Tenemos un joint venture con Arcadia Biosciences, de EE.UU., con la que creamos una empresa, Verdeca, para promover esta semilla”. El aporte de Arcadia es ayudar a comercializar la nueva soja en Sudamérica y EE.UU., donde se concentra alrededor del 80% del total de hectáreas de soja a nivel global, para avanzar luego a India y China, grandes productores también. La inversión inicial es de US$ 20 millones, la que podría duplicarse, explica este ingeniero agrónomo con un doctorado en agrobiología.
“No es el único gen que vamos a comercializar”, anticipa. Después de la soja, “el cultivo más avanzado es el trigo”, comenta. Volviendo a la soja, Dunan dice que la semilla “estabiliza y mejora el rendimiento con base de 15% para arriba”. Pero ¿sólo cuando hay sequía? Contesta la Dra. Chang: “El aumento de la productividad se produce en forma independiente de la condición de irrigación. En otras palabras, se da cuando hay o cuando no hay sequía”. Y aunque sea de sólo el 15%, la ganancia extra puede escalar a US$ 180 por hectárea. Y más con los precios actuales en los US$ 550/ton.
En Brasil es Embrapa-Soja la que, mediante un acuerdo con el gobierno de Japón, cultiva experimentalmente una variedad de soja apta para resistir la escasez hídrica. “Todavía no está disponible como material comercial”, dice Amélio Dall’Agnol, jefe de transferencia tecnológica del ente público, “pero ya está desarrollada y se está testeando en campo. En uno o dos años más, si se comprueba su efectividad, se va a lanzar al mercado”.
Será un competidor duro para Verdeca. Embrapa-Soja es un peso pesado en la investigación mundial del cultivo. Fueron ellos los que lograron adaptar la soja para zonas tropicales, lo que sumó más de 20 millones de hectáreas (24 millones en 2010) a los 103,5 millones del planeta. La entidad trabaja creando variedades RR2 BT (con Monsanto); con BASF (soja cultivans) y posee un programa de soja convencional (sin modificaciones genéticas, no OGM), “para ofrecer al productor no usar soja transgénica y que sea competitiva con la OGM”, explica Dall’Agnol. Y “además porque necesitamos un genotipo (no modificado) de alta productividad por si viene un gen nuevo”.
Bosques en peligro. No todos piensan que el avance de la resistencia a la sequía sea realmente un avance. “En 10 años se deforestaron 10 millones de hectáreas del centro y norte del país. Un 70% a 80% de eso se lo llevó la soja”, dice Hernán Giardini, coordinador de la campaña de bosques de Greenpeace en Argentina. Si la semilla de Verdeca se universaliza, el activista predice que “tranquilamente unos 10 millones de hectáreas más están amenazadas”. Si bien admite que esta semilla “puede ser una buena noticia para los productores de la pampa” sometidos a sequías, ocurrirá que “los bosques que se salvaron por ser poco aptos para la agricultura, por falta de lluvias o suelos salitrosos, ahora van a ser muy codiciados”. Y, claro, cortados. En teoría hay una Ley de Bosques que debería impedirlo, pero Giardini indica que, en algunas provincias, las ordenanzas vinculadas a ella “no son fijas y se podría modificar la zonificación”.
En Brasil, el experto de Embrapa-Soja no cree que ocurra algo similar, “no como consecuencia de la soja, al menos: nuestro problema de sequía se localiza en el sur, donde ya se desmontó hace 400 años”. Y recuerda que en la última temporada “perdimos 10 millones de toneladas de soja. Solamente en Paraná se cosecharon 15,5 millones de toneladas y ahora se habla de 10,5 millones. Aquí es importante una variedad resistente a la sequía”.
Más allá de las sequías, los productores de soja de Sudamérica comienzan a advertir fisuras en la edad de oro que han vivido. Comienza a ocurrir lo que varios ambientalistas advirtieron al introducirse la soja RR –que contiene un gen que provee resistencia al glisofato, herbicida con que se mata a las plantas que le compiten–, “acá el glisofato ya no funciona para una serie de malezas”, revela Amélio Dall’Agnol. La solución es más genética, lo que abre una carrera que será permanente. “Se cree que con la llegada de la soja cultivans y otra que tendría Dow se podrá ir controlando este problema”.
Soja de altura. Mientras tanto, los inversores de los pools de siembra buscan nuevas tierras. Y allí están Colombia y sus altillanos. “En 2011 importamos 300.000 toneladas de frijol soja, 1,2 millón de toneladas de torta se soja y 244.000 toneladas de aceite de soya. Eso equivale a una producción de frijol soja de 1.645.000 toneladas y si a eso le sumamos la producción nacional, nosotros requerimos 1,9 millón de toneladas de frijol soja para reemplazar las importaciones”, dice Napoleón Viveros, director ejecutivo Fundallanura (Fundación para el desarrollo agroempresarial de la Altillanura) que busca promover el cultivo del grano.
Por ahora, Colombia es un pigmeo en soja. En 2010 se sembraron 16.000 hectáreas; en 2012 serán 30.000. “La productividad es 2,7 toneladas por hectárea. Eso no es nada para lo que necesitamos al final”, se lamenta Viveros. Quien también se queja de la falta de cooperación estatal en investigación, por lo cual “tenemos un convenio de colaboración con la Fundación Mato Grosso de Brasil”.
El potencial colombiano es muy alto. Sin embargo, paradojalmente el acuerdo de libre comercio con EE.UU. podría dificultar o hasta impedir el boom buscado. Según Humberto Guzmán, director de cadenas productivas del Ministerio de Agricultura colombiano, “con el TLC con Estados Unidos, la soya va a quedar más expuesta. Por esto hay que buscar la manera de ser competitivos que nos permita equipararnos con las producciones de Estados Unidos y el Cono Sur”. A su juicio, el proyecto de la Altillanura es un programa a 20 o 30 años de maduración. “Esto hay que construirlo entre todos y hay muchas dificultades, la infraestructura vial es muy complicada y eso no se va a solucionar en el inmediato”. De hecho, arguye, “se viene trabajando hace unos 7 años y la competitividad será viable en unos cuatro o cinco años”.
Sin duda se vienen tiempos de cambio. Pioneer, la semillera del gigante DuPont, anunció –en mayo– que durante 2013 comenzará a vender las semillas de sus variedades de soja por grano en vez de por peso en Canadá y EE.UU. En vez de bolsas de 27,7 kilos lo hará en paquetes de 140.000 semillas: según la empresa es para contrarrestar la tendencia de los productores de las bolsas con variedades de semillas más pequeñas, porque las bolsas son cada vez más caras, lo que perjudica, luego, sus rendimientos. Es parte de un conflicto que se agudizará si los precios de la soja algún día caen por un período extenso: las empresas semilleras buscan prohibir a toda costa que los agricultores generen sus propias semillas a partir de las versiones ya modificadas. Los agricultores arguyen que las compañías globales están comprando a las semilleras locales y, cuando dominan los mercados, suben artificialmente los precios. Si algo vale oro y puede crecer con poca agua y bastante sal, esperar a que también crezcan los buenos sentimientos es demasiado.
*Con aportes de Jenny González desde Bogotá.