La extracción de este combustible ha liderado una revolución energética en Estados Unidos, pese a que en Europa este método aún no es visto con buenos ojos.
Durante este invierno, Jim Ratcliffe, el multimillonario británico que fundó Ineos, el grupo de químicos, está intentando crear una revolución local de gas de esquisto. Ha ofrecido compartir el 6% de los ingresos futuros con las comunidades o con los terratenientes si trabajan con Ineos para desarrollar la fuente de energía. Es mucho más de lo que cualquiera ha ofrecido antes en el Reino Unido.
“Todo esto cambiará las reglas de juego”, argumenta, explicando que copió de Estados Unidos la idea de una promesa de 6%, en la que entregas de dinero similares han ayudado a que se dé una dramática expansión de la extracción de gas de esquisto desde 2010.
En realidad, las probabilidades de que esta oferta se acepte ampliamente no son altas. El extraer gas de esquisto sigue siendo tan controversial en el Reino Unido, que hasta ahora ha sido en gran medida bloqueado. No obstante, Ratcliffe se merece un aplauso por intentarlo. Para entender por qué, veamos el último informe del Panorama Económico Mundial, que publicó esta semana el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En un lugar recóndito del documento hay una barra lateral en la que se intenta calcular el impacto que tuvo la revolución de esquisto en la industria de Estados Unidos. Los resultados son apabullantes, no sólo para los grupos industriales de Europa, sino también para los políticos y los contribuyentes.
Como señala el FMI, la revolución en Estados Unidos ha hecho que los precios del gas natural caigan dramáticamente, incluso al tiempo que aumentan en Europa y Japón. Esto es porque el gas, a diferencia del petróleo, no puede transportarse fácilmente de un lugar a otro del mundo, lo cual quiere decir que los precios varían mucho según la fuente de energía y el lugar.
A principios de este año un documento publicado por la Reserva Federal de Estados Unidos calculó que estas variaciones de precio habían aumentado la producción de las manufactureras estadounidenses por un 3% desde 2006, mientras la inversión aumentó 10% y los empleos 2%. Fue mucho más alto el impacto sobre las industrias ligadas a la energía. No obstante, la investigación del FMI insinúa que la diferencia en los costos de la energía ha generado un aumento de 6% en las exportaciones de manufacturas de Estados Unidos y argumenta que cada caída de 10% en el precio relativo del gas natural en ese país impulsará la producción industrial un 0,7% adicional, en comparación con la de Europa.
En una primera mirada, la diferencia de 0,7% puede no parecer tan importante. No obstante, si se mantiene durante varios años, el impacto para la competitividad y la producción será significativo. Lo que importa no son sólo las estadísticas de la productividad. Lo que también ha generado la revolución del gas de esquisto es crear algo que el informe del FMI no menciona: un vacío trasatlántico en psicología.
Para muchos líderes empresariales de Estados Unidos hoy en día, el gas de esquisto no sólo ha reducido el costo de la energía, sino que ha impulsado un nuevo respeto por la innovación tecnológica. Piénsenlo. Hace una década parecía casi imposible que Estados Unidos pudiese romper su dependencia hacia las importaciones de petróleo del Medio Oriente y menos aún ver cómo algunas industrias del antiguo cinturón empresarial recuperan su competitividad.
El cambio en las actitudes está ayudando a generar una segunda transformación: al tiempo que las empresas estadounidenses disfrutan de los beneficios de costos más bajos de energía, un nuevo espíritu de colaboración está invadiendo a los ambientalistas, políticos y grupos de energía. Veamos el ejemplo de Colorado.
Antes, los grupos ambientalistas se oponían mucho a la expansión del gas de esquisto. Sin embargo algunos, como el Fondo de Defensa del Medio Ambiente, ahora trabajan con John Hickenlooper, el gobernador, para encontrar formas de lidiar con temas como los escapes del gas metano o la contaminación del agua. “Ahora se reconoce que la gente debe trabajar junta”, observa Fred Krupp, el director de EDF.
No es tanto así en Europa. Al menos no aún. Esta semana, Nick Clegg, el líder del Partido Liberal Demócrata de Gran Bretaña, apoyó el gas de esquisto. No obstante, muchos políticos siguen teniendo muchas sospechas con respecto al fracking y los grupos ambientalistas están muy opuestos. En Francia y Alemania la antipatía es todavía mayor. Esta diferencia en parte es reflejo de lo distintas que son las geografías. Gran Bretaña es una isla muy poblada y las grandes reservas de esquisto de Francia están en París y Provenza.