Whitelee es el mejor ejemplo de las bondades de la energía eólica, un motivo de orgullo para Escocia, y no solo por motivos energéticos.
Dos semanas de negociaciones, 147 jefes de Estado y de gobierno y 10.000 representantes de ejecutivos de todo el mundo. Todos, reunidos en la Cumbre del Clima de París con, en el fondo, una pregunta en la cabeza: ¿cómo mantener el ritmo de crecimiento del planeta sin acelerar el cambio climático? Europa lleva años con una apuesta en este terreno: la energía eólica, una industria donde el Viejo Continente alcanza el 36% de la potencia global instalada, solo superada por Asia, con un 38%, frente al 2,3% de Latinoamérica. Y dentro de Europa, tres son las principales potencias de la energía del viento: Alemania, España y Reino Unido. AméricaEconomía tuvo la ocasión de visitar Whitelee, el segundo parque eólico más grande de toda Europa, situado precisamente en el Reino Unido, a 30 kilómetros de la ciudad más poblada de Escocia, Glasgow.
Whitelee es el mejor ejemplo de las bondades de la energía eólica, un motivo de orgullo para Escocia, y no solo por motivos energéticos: el gobierno nacionalista escocés, que estuvo a punto de ganar el referendo por la independencia del Reino Unido en setiembre de 2014, ha hecho de su apuesta por las renovables una bandera nacional. Porque, como dice Luis Polo, director general de la organización española Asociación Empresarial Eólica, la velocidad de avance de las renovables ya no depende tanto de la tecnología, sino de la voluntad política de los gobiernos, “que se ha convertido en el factor clave”.
Chile y Uruguay son los países latinoamericanos que más confían en las eólicas, y México y Brasil están empezando a despegar. “América Latina tiene unos recursos excepcionales”, dice Manlio Coviello, jefe de la Unidad de Recursos Naturales y Energía de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas. “Es una de las zonas más prometedoras para las renovables, especialmente la energía hidráulica, si bien tiene un problema de gobernanza. Algunos países lo han hecho muy bien, como Chile, y otros han perdido el ímpetu inicial, como Brasil”, detalla este experto, que aporta un dato significativo: “En 2013 se creó un millón de puestos de trabajo en América Latina con las renovables, pero 800.000 fueron en la industria del etanol en Brasil”.
Pensando en términos globales, la industria de los renovables está convencida de que el mañana les pertenece: “Las tecnologías renovables son la única fuente imbatible del futuro. Utilizan recursos locales, predecibles, naturales”, dice casi con orgullo paterno Rafael Mateo, consejero delegado de la empresa española Acciona Energía. Los ojos del sector están puestos en los 1.100 millones de personas que no tienen acceso a la electricidad, “que no van a recorrer todo el proceso energético que hemos visto en Occidente, sino que accederán a la energía directamente gracias a las renovables”, pronostica Cipriano Marín, de Renforus, una iniciativa de la Unesco para fomentar el uso de este tipo de energías. La revolución triunfará –dicen sus apóstoles– tanto en las aldeas del África subsahariana (la zona del globo con más déficit energético) como en las ciudades más modernas del primer mundo, donde –dice Polo– “es fundamental ir hacia una rápida electrificación del transporte. La eólica y las baterías de los coches eléctricos son una perfecta pareja de baile para los sistemas energéticos del futuro: cuando hay más viento del que se necesita para abastecer al sector eléctrico –por ejemplo, de madrugada–, millones de coches eléctricos se podrían estar cargando”.
Suena a ciencia-ficción, y desde luego todavía no es una realidad integrada en el paisaje. Pero los primeros pasos, como el parque de Whitelee, ya están dados. La instalación es gestionada por Scottish Power, una filial de la española Iberdrola, que facturó más de € 16.000 millones en el primer semestre de 2015. En línea con su diversificación internacional: solo el 32% de su beneficio operativo viene de España, frente al 29% del Reino Unido, el 28% de Estados Unidos y el 5% de Latinoamérica.
El mayor orgullo de Whitelee son sus cifras: a través de sus 900 aerogeneradores repartidos por sus 5.500 hectáreas suministra electricidad a 740.000 hogares británicos. Todo está pensado para sacar el máximo partido posible al viento: se eligió ese lugar por su altura –300 metros sobre el nivel del mar– y se situaron los molinos orientados hacia la costa oeste de Escocia para aprovechar así mejor la fuerza de la naturaleza. El parque empezó a funcionar en 2009, pero el gran paso se dio el pasado marzo, según explican los responsables de Iberdrola. A partir de ese momento, Whitelee cuenta con lo que la empresa española llama un core, el tercero del mundo tras los que Iberdrola gestiona en Toledo (centro de España) y Portland (costa oeste de Estados Unidos).
El core es un centro de control con el que se trata de reducir todo lo posible el carácter caprichoso de la energía eólica, al tiempo que se controlan todos los aerogeneradores desde un mismo punto. En el caso de Whitelee se trata de una sala blanca, aséptica y luminosa que funciona 24 horas al día, 365 días al año. Desde allí, al menos dos ingenieros (cinco en los horarios laborales convencionales) vigilan los 900 aerogeneradores de Iberdrola en todo el Reino Unido. Grandes pantallas de datos e imágenes son su principal vínculo con un terreno donde la empresa tiene desplegados a sus técnicos, los que manipulan las máquinas, y los que llaman para pedir asesoramiento cuando se produce el más mínimo incidente. Todo está medido, hasta la duración de esas llamadas, pero lo que más se sigue y preocupa es la evolución meteorológica, que en Whitelee vigilan con un software exclusivo de Iberdrola.
Mark Gailey, el gerente del core, es un hombre flaco y todavía joven con un aspecto indudablemente británico y ese inglés de acento difícil para todo aquel que no haya nacido en Escocia. Es el encargado de guiarnos por el Core, que no es solo una sala de control, sino también una oficina y un pequeño chalet luminoso situado en mitad del enorme terreno de Whitelee. Allí cuentan con una enorme cocina, con salón y televisión de plasma, y un modesto gimnasio. Casi parece una casita familiar, pero en realidad simplemente se trata de sobrellevar los peculiares turnos de trabajo: doce horas diarias, cinco días seguidos. Luego, eso sí, se descansa otros cinco días de un tirón.
Las turbinas son de distintos fabricantes europeos (como Alstom, Vestas, Siemens y Acciona), y –dice Gailey– cada vez tienen más complejidad tecnológica, que optimizan su rendimiento pero complican sus reparaciones: “Sucede exactamente igual que con los coches”, explica con una media sonrisa. Para gestionar mejor todas esas dificultades, en Whitelee no solo hay técnicos de Iberdrola, sino también de Siemens y Alstom. Todos conviven en un entorno peculiar, que mezcla la alta tecnología y un control telemático casi omnisciente con la naturaleza a la puerta de la oficina: no es raro el día de invierno en el que los ingenieros ven a través de los ventanales del core a alguien practicando esquí de fondo.
Porque Whitelee –como decíamos– también es un lugar para pasar el rato, un punto de encuentro donde los habitantes de la zona montan a caballo, pasean al perro durante horas, o, simplemente, se reúnen a compartir experiencias comunes. Es lo que hacen, por ejemplo, un grupo de madres que, con la anuencia y la colaboración de los gestores del parque, se reúnen todos los martes en la cafetería de Whitelee. Allí, en ese espacio coqueto y colorido, abundan todo tipo de objetos que resaltan las bondades de la energía verde. Junto a la cafetería, Whitelee cuenta con un pequeño auditorio y una sala de actividades pensada para los muchos escolares que visitan el centro. Allí aprenden desde lo más básico de la energía eólica hasta cómo deben estar orientados los aerogeneradores para lograr la máxima producción.
Los autobuses que llegan a Whitelee no son solo de escolares; además los gestores del parque han hecho un esfuerzo, con éxito, para convertirlo también en una atracción turística, que cuenta con varios sellos de calidad concedidos por el Gobierno escocés. En Escocia la voluntad de los políticos, decisiva para el crecimiento de las renovables, ha dado un paso más: no se trata solo de potenciar la energía eólica, sino también de presumir de ella, convirtiéndola en una seña de identidad. Pero los defensores de este tipo de parques tienen clara una paradoja: si triunfan, dejarán de hablar de ellos, porque lo que hoy es extraordinario, como Whitelee, será simplemente normal mañana.