La caída del precio del crudo es cada vez más dramática. Mientras países como Alemania se benefician, para los extractores podría suponer un enorme problema, opina Henrik Böhme.
Las viejas reglas del juego ya no funcionan, por lo menos en lo concerniente al precio del petróleo. Hace pocos años, bastaba una explosión de un oleoducto en Nigeria para elevar el precio del “oro negro”. Si además llegaban rumores de crisis, los augurios apuntaban a que el precio nunca bajaría de los US$150 por barril y superaría los US$200.
En 2014, las crisis no han faltado y el precio del petróleo debería estar por las nubes, contando además que países productores como Rusia, Libia o Irak son parte de ellas. Sin embargo, el precio no sube sino todo lo contrario: desde junio, los indicadores gráficos de precio del petróleo se van inclinando hacia abajo y todos se preguntan hasta dónde llegará. Nadie sabe la respuesta.
En la lista de beneficiados por esta situación están países compradores como Alemania, que este año no llegará a los US$90.000 millones que anualmente gasta en esta partida. Como el petróleo se paga en dólares, la debilidad del euro evita un ahorro mucho mayor. Pero, al mismo tiempo, el cambio favorece con un buen balance a exportadores alemanes y extranjeros, y la suma de los factores ofrece buenas perspectivas económicas. También porque, debido al ahorro a la hora de repostar y en calefacción, la gente tiene más dinero para otras consumir otras cosas.
En los países productores, la situación es distinta. En Rusia, suenan voces de alarma, aunque el Kremlin aparente tener la situación bajo control. La caída del precio del crudo en combinación con las sanciones de la Unión Europea es un cóctel peligroso. Lo mismo sucede en Venezuela, con gasolina prácticamente gratis en un país cuyos ingresos para los presupuestos proceden casi exclusivamente de la venta de petróleo. Una chispa que podría explotar y provocar problemas al presidente Maduro.
Las teorías conspirativas no tardan en aparecer, como sospechaba el presidente iraní, Hasan Rohani, cuando hablaba de un complot contra los intereses del mundo islámico. Otros apuntan a una maniobra petrolera de Estados Unidos contra Rusia para castigar a Putin. Y otros dejan entrever que los saudíes tratan de hundir la posible competencia del fracking estadounidense. Todas ellas teorías insensatas.
El mercado del petróleo es demasiado grande y tiene muchos jugadores. La situación es mucho más fácil de explicar. Desde que Estados Unidos entró a jugar en el mercado con el fracking y la importación de grandes cantidades hay mucho petróleo en el mercado, unido además a un descenso de la demanda. Parece más probable que alguno de los jugadores se salga del mercado, puesto que las enormes inversiones ya no son rentables a partir de un determinado precio. Eso podría afectar tanto a estadounidenses como a canadienses, que ya sufren con sus caros proyectos de extracción de petróleo. También podría provocar desordenes en países como Venezuela, si el precio de la gasolina sube de los dos a los cinco céntimos.
Hace tiempo, cuando todavía regían las viejas reglas del juego, la OPEP se reunía en situaciones como esta y aprobaba cerrar el grifo de extracciones para mantener el precio. Pero ni Estados Unidos ni Rusia estaban sentados a la mesa y los propios miembros de la OPEP hace tiempo que no respetan las cuotas marcadas por la organización. La última reunión de la OPEP derivó en una farsa y la próxima de 2015 será probablemente similar, si es que esta organización con tan poca utilidad continúa viva. Actualmente, los consumidores de petróleo deberían agradecer a la OPEP su poca capacidad de actuación. Ningún Gobierno del mundo habría conseguido un programa económico como este: un aumento de poder adquisitivo de US$500.000 millones para el mundo como regalo de Navidad.