El resultado será que la familia Pescarmona perderá el control de las empresas, al quedar solo con el 35% de la propiedad.
Ciertamente, se trata de un efecto dominó que terminó con todas las fichas en el suelo: el derrumbe de los precios de las materias primas empujó los déficits fiscales de Venezuela y Brasil, estos llevaron al no pago de deudas (o entrega de créditos) a los contratistas de grandes proyectos energéticos e infraestructura, y el no poder cobrar tales acreencias derivó en que decenas de grandes, y cientos de pequeñas, empresas se encontraran al borde de la insolvencia al no poder –en paralelo– fondearse en los sistemas financieros de sus países o ser rescatadas por los gobiernos.
Tal derrumbe acaba de llevar a la tumba a un gigante de la industria regional: Impsa. A fines de octubre de 2015, el grupo nacido en la provincia argentina de Mendoza entró en cesación de pagos, al no poder honrar US$ 22 millones en intereses de un bono que vencía en 2020. Entonces comenzó una carrera frenética por parte de Enrique Pescarmona para salvar al grupo que, no hace tanto, tuvo plantas en Malasia y Brasil, y era uno de los players globales en los mercados de turbinas para hidroeléctricas y molinos eólicos.
Finalmente, a fines de julio pasado se llegó a un Acuerdo Preventivo Extrajudicial (APE) con entidades como el BID, la CAF, bancos privados como Bradesco y empresas como Microsoft. En concreto: para pagar su deuda, cercana a US$ 1.400 millones, se venderá el 65% de las acciones del grupo, el cual –a su vez– tendrá hasta 2031 para entregar US$ 546 millones divididos en tres pagos diferentes.
El resultado será que la familia Pescarmona perderá el control de las empresas, al quedar solo con el 35% de la propiedad. Los peligros de poner huevos demasiado grandes en canastas brillantes, pero frágiles.