El director de la consultora Blasina y Asociados, Eduardo Blasina, repasó las principales áreas del agro uruguayo y realizó el ejercicio de imaginar al sector, al país y al mundo en el año 2033, en apariencia tan lejano.
Hace 20 años estaba en plena gestación el despegue de la ganadería uruguaya. Pero era difícil percibirlo. Porque el agro venía de incontables revolcones. Muchas ilusiones rotas. Un auge en 1973 que terminaría en crisis en 1977. Otra levantada en 1978 para caer en 1982.
La inflación era del 59%. El dólar, como ahora, usado para bajar la inflación, iba rezagado, valía 3,6 pesos uruguayos y en el año había subido “solo” 37%.
El gobierno había liberado la exportación en pie y con ese aliento empezaba a ver en el horizonte el estatus de país libre de fiebre aftosa sin vacunación. Pero el novillo valía en aquel febrero US$0,65 por kilo vivo. Nada entusiasmante. Tampoco la tenían todas consigo los tamberos con la leche a 16 centavos por litro. Los productores estaban mal, pero acostumbrados e iniciando en lo que a ganadería refiere.
La agricultura era una actividad de alto riesgo. Los precios muy distintos a los de ahora: el maíz valía US$124 por tonelada; el sorgo se pagaba a US$88 por tonelada; la soja US$195 por tonelada; y el trigo a US$130. Y no había ni mercados de futuros ni silos bolsa. A la cosecha había que vender casi toda la producción.
Desde la ciudad se acusaba a los productores de “conservadores” y, en los hechos, la ganadería crecía poco. Estaba recuperándose todavía de la terrible sequía 1988/90. Los mercados abiertos eran pocos. El endeudamiento muy alto desde los frigoríficos a los criadores. La agricultura todavía no empujaba. Y la forestación de gran escala estaba dando sus primeros pasos.
Lanzar una publicación agropecuaria en aquella época era tarea de valientes.
Pero con la mayor certeza que daba la posibilidad de exportar en pie se avanzó en la faz sanitaria rumbo al estatus de país libre de aftosa sin vacunación.
El objetivo se lograría y traería años de satisfacciones, y de llegar a los mercados a los que Uruguay no accedía: EEUU, Canadá, México, Corea del Sur y Japón.
La segunda mitad de la década mostró que la ganadería uruguaya era capaz de empujar al país entero a pesar del atraso cambiario y la difícil situación de otros rubros. Eran los tiempos de “la vaca les gana”. La inflación había bajado, aunque al duro costo de la competitividad perdida. China todavía no estaba y por lo tanto la soja tampoco. Es difícil hacer pronósticos. Y era impensable la tormenta que se venía.
El final del siglo XX trajo un período de pesadilla que duró hasta la devaluación de 2003. La combinación de fiebre aftosa y atraso cambiario pareció liquidar el impulso que en los 90 se estaba gestando.
Endeudamiento, devaluación, el país al borde de la quiebra y dependiendo de un cheque salvador de George Bush. En 2001 todo se veía negro. Sin embargo, se venía el amanecer de una buena época.
Mientras estábamos en el momento más oscuro, el mejor período de la historia para el agro uruguayo se estaba gestando. De 2003 a 2013 el agro ha vivido –excepción hecha de la granja– una década de transformaciones vertiginosas.
Lo anterior va como explicación de lo difícil que es establecer un pronóstico de largo plazo. Pero es un ejercicio imprescindible para planificar las empresas.
El agro uruguayo 2033. Estamos en 2033. Los empresarios del agro más exitosos viajan reclinados en sus 4x4 y van mirando el paisaje donde el campo natural es ya escaso. La forestación, la agricultura y las pasturas sembradas predominan y se alternan parejamente. Y los productores pueden verlo todo con detalle porque viajan sin manejar.
El conductor automático de Google está instalado en los vehículos que son híbridos y usan bastante menos combustibles fósiles. Así van atentos al paisaje, ni el volante son ya necesarios. Miran por las ventanillas esta nueva agricultura y ganadería post glifosato. Es una ganadería que produce 300 kilos de carne por hectárea de promedio y que funciona con más uso de grano, con pasturas perennes y en convivencia con los manchones de eucalyptus que son mucho más frecuentes en el paisaje.
La agricultura hace tiempo ha estabilizado el área y se ha dispersado por todo el país. Se ha vuelto más compleja de realizar en una multitud de variantes de genética y agroquímicos. Así como hay agricultura abundante en el este, atraída por el puerto de Rocha, también hay pasturas en el oeste, porque tras tantos años seguidos de agricultura, muchos suelos no resistieron sin un descanso.
El glifosato fue derrotado por la resistencia de las malezas y sustituido por otros productos más caros, algo que los ecologistas reprochan al esquema productivo.
Primero fue la yerba carnicera y luego todo el resto. Fueron quebrando una a una los efectos del herbicida que se había vuelto universal.
La agricultura toda tuvo que pasar por un intenso ajuste. Lejos quedaron los precios permanentemente en suba de 2003 a 2013. La volatilidad de los precios por los problemas climáticos, la estabilización en el uso de biocombustibles y las grandes cosechas de EEUU, Brasil y la ex Unión Soviética lograron abastecer a la demanda asiática.
El costo Uruguay fue subiendo hasta lo insoportable y los márgenes ya no estuvieron garantizados. El clima se fue volviendo gradualmente más extremo. En los eneros tórridos dos semanas sin lluvias eran suficientes para diezmar los cultivos, eran las lluvias torrenciales que volcaban los cultivos de invierno. Con esos costos y esos riesgos, la agricultura ingresó en una fase más compleja y volátil.
La ganadería tuvo una trayectoria más estable. Los buenos tiempos generalizados duraron hasta el 2020. Pero de ahí en adelante las exigencias aumentaron. La producción de EEUU se recompuso, la competencia de Brasil y de la Argentina post K empezó a aparecer y solo los sistemas que estuvieron atentos a los cambios se pudieron mantener.
Los tambos que mantuvieron su operativa fueron de dos tipos. Unos de muy alta escala plenamente robotizados en las tareas de ordeñe y la mayoría del manejo animal, con dietas de precisión, similares a los numerosos feedlots.
Otros familiares donde la pasión de los propietarios y su disposición a ser mano de obra en la empresa permitía seguir. La producción por hectárea siguió aumentando, pero el recambio generacional llevó a que la superficie lechera tuviera una leve reducción.
Hasta el año 2020 los uruguayos vieron crecer el Estado hasta desplomarse.
El precio de la tierra se mantuvo firme, y así en 2033 es difícil conseguir tierras por menos de US$10.000 la hectárea. Las tierras agrícolas se pagan más de US$20.000 y casi siempre incluyen pivots para regar los maizales que tienen que llegar a los 15.000 kilos para lograr la rentabilidad aceptable.
La soja también suele regarse porque es mucho arriesgar sembrar esperando las lluvias, aún las variedades que se precian de ser “resistentes a la sequía”. Así la soja alterna con el arroz en diversas zonas de Uruguay en una combinación junto a pasturas que minimiza el riesgo de los sistemas.
De todos modos, el panorama ha vuelto a ponerse positivo. Aunque la humanidad ha logrado reducir fuertemente el uso de combustibles fósiles, el precio de la energía es alto porque finalmente la mayor parte de África se ha incorporado al consumo. El etanol y el biodiésel se mantienen como fuentes de energía, cuestionadas y cerca ya de la obsolescencia. Pero todavía con incidencia para permitir que la soja valga US$700 por tonelada y el maíz US$350.
Lo que más está incidiendo en los altos precios –y en la necesidad de una escala empresarial importante– es que la producción sin riego se ha vuelto muy difícil y la disponibilidad de agua en el mundo es un problema clave.
Eso ha transformado a Paraguay en una potencia, mientras que Medio Oriente sigue siendo una situación de altísima inestabilidad con una grave escasez de agua y sus recursos petroleros menguados.
También por el valor del agua, las zonas arroceras, que sufrieron graves penurias durante el período del gran atraso cambiario que finalizó en 2020, fueron reviviendo con el período de devaluación de 2020 a 2025. Han logrado sobrevivir en base a los altos rendimientos y el mix de cultivos que ha logrado con soja y maíz. El agua es lo que vale. Y la producción de arroz de Asia ha tenido que enfrentar problemas graves de salinización de sus cuencas por el ascenso en el nivel del mar.
Por otra parte, los monzones en India se han vuelto erráticos. Las buenas cosechas se guardan y los años malos son para consumir lo almacenado. Pero exportar granos es algo que en muchos países asiáticos se ha vuelto muy ocasional.
Por su parte, China fue gradualmente incorporando todos los granos a su menú de importaciones. Primero fue la soja, luego el maíz, y finalmente el trigo y el arroz.
De modo que tras el período de precios más moderados y atraso cambiario insoportable de 2015 a 2020, vino la crisis política uruguaya, la devaluación, el nuevo gobierno y una nueva etapa que permitió a la agricultura continuar el fuerte proceso de inversión que la había caracterizado desde 2003 a 2014.
En la ganadería la diversidad es lo que más llama la atención respecto a 20 años atrás. Los segmentos productivos son muy diferentes. La producción pastoril certificada, los feedlots, los criadores a campo natural y los criadores intensivos enfocados al cupo 481.
Finalmente la forrajera nativa Paspalum dilatatum se hizo un lugar en los sistemas y complementa a la festuca para combinar perennidad con alta producción.
A nivel mundial la producción agropecuaria se va articulando con la medicina. En los países desarrollados la mayoría de la gente guarda en un archivo los datos de su genoma y combina su dieta con las recomendaciones que surgen de sus secuencias génicas.
Por eso el negocio agrícola se divide entre la soja y maíz commodity para hacer raciones y aceite, del speciality, para aquellos propensos a los problemas cardiovasculares, de diabetes y otras enfermedades que llegan con la edad. Pasar los 90 años es común en los países desarrollados y esa gente no quiere alterar demasiado su dieta, pero consume carne y vegetales “a la medida de su genoma”.
Algunas tendencias se mantienen. La producción ha vuelto a ganar en escala. Se han levantado restricciones administrativas. Persiste un problema grave de mano de obra. Hay todavía jóvenes que no logran insertarse en la sociedad digital. Hay todavía un Estado que resiste los cambios. Pero comparadas con las del siglo XX, las del siglo XXI han sido más llevaderas, los años buenos han superado a los malos y los empresarios que supieron hacer reservas en los años buenos y resistir con calma en los malos han mantenido empresas vigorosas en permanente cambio tecnológico.
Y hay cosas que en 2033 no han cambiado mayormente en Uruguay y en el mundo.
Las históricas divisiones de la cultura uruguaya entre el campo y la ciudad continúan.
En el ámbito urbano hay un empresariado del software, la gastronomía, la hotelería que tiene un fuerte dinamismo. Y hay una clase trabajadora estatal que todavía añora los buenos tiempos en que se tenía un trabajo fijo, se trabajara o no.
Los cambios políticos han traído consigo exigencias que antes no había y el conflicto está instalado. Pero la reforma del Estado, todavía está por llegar.
En el mundo se debate qué hacer con un mundo árabe que se queda sin agua ni petróleo, mientras los palestinos siguen esperando algún día tener su patria. El acceso de terroristas a armas biológicas es la gran preocupación y el tráfico de ADN es una gran obsesión en las aduanas y los aeropuertos del mundo.