Sin el amparo de grandes nombres pero con importantes talentos, presenta su nueva serie Bloodline y logra uno de los imprescindibles del año.
Los Rayburn son una familia acomodada de Los Cayos, Florida, Estados Unidos. Sus patriarcas Robert y Sally (Sam Shepard y Sissy Spacek, respectivamente) rondan los 70 años y son un pilar de la comunidad local. Tan así que dicha comunidad los va a homenajear rebautizando uno de los muelles en su honor. Tamaña ocasión amerita que los Rayburn convoquen a un largo fin de semana de fiesta a su familia y amigos. Y como ocurre incluso en las mejores familias, entre los que se acercan, vuelve la oveja negra de la familia.
Porque en definitiva, quienes son los protagonistas de esta historia son los hijos de los Rayburn. Un cuarteto integrado por John (Kyle Chandler), el responsable y sheriff del pueblo por si fuera poco, Kevin (Norbert Leo Butz), el divertido, Meg (Linda Cardinelli), la estudiosa, y Danny (Ben Mendelsohn), el tiro al aire, el que ha estado perdido por casi una década y al que los demás no se deciden si quieren volver a ver.
La acción que da cuerpo a esta historia se divide en dos momentos temporales: por un lado, la reunión de los Rayburn y las consecuencias del regreso de Danny, y por otro, una noche unos cuantos días adelante en el tiempo, donde nos queda claro que todo este reencuentro familiar terminó muy, pero muy, mal.
La nueva producción de Netflix, "Bloodline", es creación de Todd A. Kessler, Glenn Kessler y Daniel Zelman, sin dudas no los primeros nombres que uno recuerda en cuanto a producciones cinematográficas o televisivas, pero cabe aclarar que no les falta curriculum cuando se escarba un poquito.
El primero de los Kessler es uno de los guionistas detrás de la mítica "The Sopranos", mientras que el segundo es uno de los creadores de "Damages" –aquella serie que permitía brillar a Glenn Close–, donde coincidió con Zelman también. Y el bucear en sus antecendentes viene a cuento ya que, en cierta medida, la estructura tanto de "The Soprano" como "Damages" tienen mucho que ver con esta Bloodline.
En todas ellas el centro podía ser otra cosa, la Mafia en la primera, los abogados en la segunda. Un crimen es lo que ahora nos ocupa, pero lo que da motor a la narración es la interacción entre personajes y normalmente aquellos que componen una familia. Tanto los Soprano que daban título a la serie o el matrimonio cascoteado de Rose Byrne en Damages eran el impulso que avanzaba capítulo a capítulo, y evidentemente significaron para sus escritores un aprendizaje que vuelcan aquí de manera definitiva.
Como toda familia
La relación entre los cuatro hermanos y sus padres es el meollo de todo el asunto en Bloodline. Y el ir descubriendo que ni Danny es tan desastre como se lo pintaba (cabe destacar aquí a la pasada que la actuación del australiano Mendelsohn es superlativa; se roba la serie a fuerza de expresiones y miradas), ni que los otros son tan trigo limpio como todo el mundo quiere creer. Porque en definitiva, parece ser el mensaje: son humanos y como tales, todos tienen virtudes o falencias.
El problema de los Rayburn es que esas falencias han estado escondidas durante años bajo una superficie que han ido calentando a fuego lento. Y esa superficie empieza a resquebrajarse en el mismo momento en que nosotros, los espectadores, atisbamos cual voyeurs las miserias de esta familia. Y queda claro desde el capítulo uno que la superficie en cuestión se destruirá de manera definitiva.
Con un esquema de thriller, aunque en verdad se trate de un drama familiar, y un tono nervioso en su dirección (la cámara se sacude, incomoda, se siente como la mirada de reojo que uno da sin que quiera que lo noten), Bloodline se propone e impone como una de las series del año.
Es una nueva apuesta a televisión de calidad de la cadena Netflix, que fiel a su formato de producción, ya puso los trece capítulos a disposición de sus usuarios todos juntos y al unísono, y que viene a sumar otra perlita a su repertorio más allá de la afamada "House of Cards" (que acaba de completar su tercera y hasta el momento más floja temporada), la adolescente "Hemlock Grove" o la popular comedia "Orange is the New Black".
Una prueba más de que la tan mentada primavera televisiva está todavía muy lejos de terminarse, por más de que los alarmistas ya han gritado a los cuatro vientos, justamente, sus falsas alarmas.