Un estudio de la Universidad de Lancaster permite pensar que los servicios de streaming podrían estar afectando la vida íntima de millones de parejas.
Son las 10 de la noche. Ambos han cenado ya. Apuraron los alimentos mientras veían algo de lo programado en la televisión. Lavaron dientes mientras revisaban el smartphone deseando no encontrar un mensaje del trabajo. Una asignación a esa hora, o el descubrimiento de un deber inconcluso, prolongaría su ya larga jornada laboral del día. Alivio, no hay mensaje. Coinciden en la habitación. Se alistan para ir a la cama. Sin verse uno al otro, cambian sus ropas del día por indumentaria adecuada para el descanso. Uno toma la tableta mecánicamente mientras el otro completa el ritual con un “¿Qué vemos?”. En cama, sostendrán una lacónica negociación sobre el contenido a ver. Seleccionan algo que pueda verse en un poco menos de 40 minutos, tiempo en el que las 11 de la noche arribarán, marca no rebasable si se quiere ir al trabajo al otro día con algo parecido a la energía. Las 11 se cumplen. Apagan dispositivo. Apagan luces. Dan un último vistazo a redes sociales en el dispositivo personal. Se desean buena noche y cada uno toma su lugar en cama. Nadie echó de menos el sexo, que no se ha aparecido en semanas.
Un estudio de la Universidad de Lancaster, en Reino Unido, permite pensar que los servicios de VOD (siglas del inglés Video On Demand) como Netflix podrían estar afectando la vida íntima de miles de parejas, y que lo descrito en clave de ficción en el párrafo anterior es una realidad que enfrentan cotidianamente. Este estudio se realizó para examinar el impacto del tráfico de Internet en el consumo de electricidad a medida que aumenta la demanda en la red nacional del Reino Unido. Los investigadores de la Universidad de Lancaster encontraron que la hora pico para el uso de Internet se ubica entre las 10 p.m. y las 11 p.m., y que los dispositivos conectados se usan mayoritariamente para ver los contenidos de servicios de VOD como Netflix y YouTube.
La inferencia de que esta afectación a la vida sexual de las personas fue realizada por el diario británico Daily Mail, al relacionarlo con otro estudio del 2016 que reportaba un descenso notable en las tasas de sexo en los últimos 30 años entre la población del Reino Unido. Esta investigación, realizada por el estadístico David Spiegelhalter, encontró que en 1990 las parejas tenían relaciones sexuales alrededor de cinco veces al mes, pero ahora sólo las tienen tres veces, lo que representa una disminución de 40% en la frecuencia de encuentros sexuales en sólo 20 años.
Una conjetura formulada por Spiegelhalter para explicar esta tendencia, y que expuso en una conferencia en el HAY Festival de Gales en 2016, fue que el aumento de la “conectividad masiva” incorporada por Netflix, aunada al importante desarrollo de los dispositivos portátiles, dieron como resultado que las personas extendieran el tiempo frente a una pantalla hasta la cama, invadiendo los espacios y tiempos destinados tradicionalmente a la intimidad.
Existen suficientes ideas para pensar que ésta hipótesis es correcta. Reed Hastings, CEO de Netflix, ha dicho abiertamente que su principal competidor no es ni Amazon ni HBO: es el sueño. Los algoritmos empleados por la empresa están diseñados para captar rápidamente la atención del consumidor y por el mayor tiempo posible. Y “tiempo” es la clave. El tiempo de ocio, que tradicionalmente se contraponía al tiempo productivo, ahora es también aprovechado por las empresas para obtener ganancias.
Una idea más que refuerza esta hipótesis es la propuesta por Byung-Chul Han, filósofo de origen coreano y avecindado en Alemania, que nos habla del nuevo "sujeto del rendimiento". Este sujeto se ve como empresario y empleador de sí mismo. Ya como empresario de sí —que ya no dueño de sí mismo—, vive además angustiado por ser desplazado por cualquiera que esté más dispuesto a producir hasta el agotamiento. La extenuación resultante del imperativo de la productividad le mantiene además en un estado de agotamiento constante. Es libre en la medida en que no está sometido a ningún otro que le dicte órdenes, pero no es realmente libre puesto que se siente forzado a maximizar su rendimiento a través del exceso de trabajo.
Así, desposeído de la decisión sobre los límites de su productividad y del control sobre su tiempo libre, el sujeto ya no tiene espacios en su vida para lo imprevisible, desplazándolo en su totalidad por la regularidad, más adecuada para el rendimiento productivo. Y es que, según el filósofo Slavoj Žižek, tenemos miedo de abrirnos a lo imprevisible. “El amor o el sexo sin el encuentro sorprendente es como la masturbación, juegas contigo mismo y no te abres a los demás”, declaró el pensador de origen esloveno en una entrevista realizada por el diario español ABC en el 2014. “Nuestro consumismo se organiza así: queremos sexo, pero seguro; cerveza, pero sin alcohol; café, pero sin cafeína; chocolate, sin grasa. Queremos jugar con seguridad”, dijo Žižek en la misma entrevista.
Extenuados, angustiados, temerosos del otro, en competencia con todos, los sujetos del rendimiento ven en el conectarse a un servicio de contenidos en video, disponible a cualquier hora para ser visto en cualquier sitio, y que les posibilita además el tender puentes superficiales con los otros, toda vez que podrá compartir sus opiniones, en algo muy parecido a una droga que los relaja lo suficiente para sobrevivir a otro día más de rigores de la autoexplotación.
Ante este panorama, la solución no se reduce, entonces, a apagar los dispositivos antes de ir a cama o cancelar las suscripción al servicio de VOD.
¿Y si al apagar los dispositivos aún no ocurre el encuentro... cualquier encuentro? ¿Y si así arrojados frente al otro nos descubrimos en una desnudez radical —tanto en el sentido de lo que prescinde de ambigüedades como el de lo que sufre carencia—, al caer en cuenta que no sabemos construir lo íntimo, y que nos hemos ido a la cama todos los días con alguien a quien en realidad no conocemos... y que estamos muy agotados como para hacerlo?