Por Maribel Ramírez Coronel, Periodista en temas de economía y salud para El Economista.
América Latina tiene un enorme potencial para atraer millonarias y benéficas inversiones internacionales en el ámbito de la investigación clínica. Todas las compañías farmacéuticas están interesadas en hacer más pruebas de sus productos en la región. Pero ello no lo han podido concretar como quisieran, debido sobre todo a los extensos tiempos que tardan en nuestros países los procesos de aprobación y reclutamiento de pacientes en estudios que están por arrancar.
Hay esfuerzos aislados, pero América Latina no ha logrado ser competitivo en este aspecto, y los estudios de medicamentos innovadores se concentran en otras regiones. Esa lentitud en los procesos y autorizaciones obedece principalmente a la fragmentación de los sistemas de salud de la región, de lo cual el ejemplo más claro es el sistema de salud mexicano.
La relevancia del tema se vio reflejada en una serie de mesas de discusión centradas en “Investigación clínica: una oportunidad de acceso a la innovación en América Latina”. Estas mesas -en una de las cuales la autora de esta columna tuvo el honor de participar como moderadora- fueron realizadas en el marco de la Cumbre Mundial contra el Cáncer llevada a cabo la semana pasada en la Ciudad de México, donde unos 300 líderes mundiales en torno al cáncer analizaron el camino de éste desde todos los aspectos: prevención, diagnóstico oportuno, acceso a tratamiento, cuidados paliativos, la rehabilitación y empoderamiento del sobreviviente de cáncer, y también la investigación y financiamiento para la innovación.
El que esta cumbre se haya realizado por primera vez en un país latinoamericano debe servir, como dijo el doctor Abelardo Meneses, titular del Instituto Nacional de Cáncer (InCan) y anfitrión del evento, para conocer las experiencias de otros lugares e implementar lo aplicable en nuestra región.
En América Latina vivimos poco más de 600 millones de habitantes, lo que representa casi 10% de la población mundial, pero de todos los ensayos clínicos aplicados anualmente en el planeta, apenas 5% llega a la región. Y no es que no tengamos necesidad; sólo consideremos el envejecimiento acelerado de nuestra población y la transición demográfica que nos trae crecientes enfermedades crónico-degenerativas altamente costosas.
Entre los aspectos cruciales a mejorar está la educación médica. Las escuelas en AL forman a profesionales de la salud para curar, no para prevenir, y tampoco incentivan a sus egresados a vincularse a la investigación; no ubican que por ahí también tienen oportunidad de desarrollo e ingresos.
Faltan igualmente incentivos económicos para los investigadores que se ven obligados a fraccionar su tiempo en dos lugares de trabajo para complementar su ingreso.
En las mesas mencionadas se habló de buscar modelos donde se combine colaboración público-privada en la investigación clínica. En México, por ejemplo, la ley de ciencia y tecnología permite hasta 50% de participación privada en las investigaciones que apoya.
También, fortalecer los estudios fármaco-económicos costo-efectivos, que ayuden a ubicar los medicamentos innovadores realmente efectivos para nuestra población y circunstancias, y que estos datos se incorporen a los protocolos.
La conformación reciente del Centro de Investigación Farmacológica en el InCan es un buen paso. Pretende hacer ensayos clínicos con todo tipo de tumores aprovechando que recibe pacientes de todo el país y que sus investigadores y médicos oncólogos son altamente capacitados y con mucha experiencia.
El reto es que trabajando con la industria y con la autoridad regulatoria, se reduzcan tiempos de autorización de protocolos en la Cofepris, pero también en los comités de ética y en reclutamiento de pacientes. Todo debería estar listo para el arranque de una investigación clínica en cuestión de tres meses, y no en un año, como aún sucede actualmente, lo que nos deja fuera, porque en Europa, Estados Unidos y Canadá esos tiempos de respuesta son sumamente ágiles.