La pandemia del COVID-19 aceleró el proceso de adopción del teletrabajo. En general, hombres y mujeres tendieron a responder de manera diferente a ese proceso. Entre los primeros fue más común recordar hallazgos científicos al amparo del sosiego que brinda la vida privada. Por ejemplo, la anécdota según la cual Isaac Newton comprendió la gravedad cuando le cayó una manzana en la cabeza mientras leía apaciblemente al pie de un árbol. Entre mujeres fue más común la respuesta de una académica cuando advirtió que al próximo que publicara un tuit sobre cuán productivo era Isaac Newton trabajando desde casa, le enviaría por correo a su hijo de tres años.
Antes del COVID-19, era habitual que las recesiones redujeran la desigualdad de género en el mercado laboral. Una investigación de 2020, por ejemplo, encontró que, entre 1989 y 2014, tres cuartas partes de las fluctuaciones cíclicas en el empleo se debieron a los puestos de trabajo que perdían empleados varones durante las recesiones y a los que estos conseguían cuando se recuperaba la economía. Esa misma investigación, sin embargo, lanzaba desde el propio título una advertencia: “Esta vez es diferente”. En el Reino Unido, por ejemplo, las madres tuvieron una probabilidad bastante mayor que los padres de ser despedidas o de renunciar a su trabajo durante la cuarentena. De seguir trabajando, tenían mayor probabilidad de reducir el número de horas dedicadas al trabajo fuera del hogar. Y de mantener un trabajo a tiempo completo desde el hogar, tenían una mayor probabilidad de ser interrumpidas durante la realización del mismo. Un estudio estimaba que las mujeres representaban un 39% de la fuerza de trabajo mundial, pero un 54% de los trabajos perdidos entre el inicio de la pandemia y junio de 2020.
Una parte menor de la explicación sería que las mujeres tienden a trabajar en mayor proporción en servicios que, como los de hostelería, suelen requerir contacto personal con la clientela. Es decir, trabajos que no pueden realizarse desde casa. Pero, de otro lado, las mujeres también suelen laborar en mayor proporción en trabajos que, como el de enfermería, vieron crecer su demanda tras el inicio de la pandemia. Además, las mujeres trabajan en menor proporción en sectores que, como la industria fabril, vieron disminuir en forma dramática el número de empleos durante las cuarentenas. Es decir, el hecho de que hombres y mujeres suelan trabajar en sectores distintos de la economía no basta para explicar una mayor pérdida de puestos de trabajo entre las mujeres. Por eso, incluso controlando por la mayor propensión de las mujeres a trabajar en ciertos sectores de la economía, sigue siendo cierto que fueron más proclives a perder el empleo durante la pandemia.
La principal razón por la cual las mujeres dejaron trabajos remunerados en mayor proporción durante la pandemia, es el hecho de que tuvieron que dedicar más tiempo al cuidado y educación de los hijos. Por ejemplo, los hogares británicos con hijos pequeños realizaron unas 40 horas adicionales de trabajo en el hogar durante las cuarentenas y los cierres de colegios. A su vez, en promedio, las madres realizaron dos terceras partes de esas horas adicionales de trabajo doméstico. Un estudio para América Latina y el Caribe del Banco Mundial concluía que las trabajadoras mujeres tuvieron una probabilidad 44% mayor de perder sus empleos hacia el inicio de la pandemia. Cuando la economía comenzó a recuperarse, las tasas diferenciadas en las pérdidas de trabajos entre hombres y mujeres persistieron. A su vez, las pérdidas diferenciadas de trabajos entre hombres y mujeres se explican por las mismas razones que en los países desarrollados: por ejemplo, la presencia en el hogar de niños en edad escolar. Por esa razón, en nuestra región la pandemia también incrementó las desigualdades socio-económicas que ya existían entre hombres y mujeres en el mercado laboral.