Por Dra. Erica Castro, académica e investigadora de la Universidad San Sebastián.
Han transcurrido 39 años desde los primeros casos declarados de VIH/SIDA, restringidos inicialmente a grupos gays. Hoy la infección por VIH ha cambiado notablemente sus características y perfil, presentando distintas aristas dependiendo del área geográfica que se analice.
Hoy, el VIH se ha convertido en una enfermedad crónica que tiene control, pero no cura, donde las expectativas de vida pueden ser similares a las de aquéllas que no tienen el virus.
Durante la última década ha habido un aumento dramático de personas infectadas por el VIH, la que continúa creciendo con más de 2,5 millones de nuevos casos cada año a nivel mundial, afectando a población joven y cuya principal vía de contagio sigue siendo la sexual. Esta es la situación epidemiológica que nuestro país: según el informe “Ending AIDS” de ONUSIDA, a diferencia de otros países de América Latina, Chile tiene un incremento de 34% de nuevas infecciones entre adultos desde 2010.
En ese año se registraron 2.986 nuevos casos y el 2017 hubo 5.216 nuevos registros de VIH, lo que significa un incremento de 96%. Con la implementación del test rápido, expertos epidemiólogos estiman que a fines de 2018 podríamos tener 8.000 casos de personas con VIH.
Cabe destacar que la política mundial del VIH/SIDA en la última década ha apuntado a una nueva razón de prevención centrada en la identificación y tratamiento de personas infectadas con VIH, particularmente entre las llamadas poblaciones clave o blanco, como hombres que tienen sexo con hombre (HSH), personas trabajadoras sexuales y otras poblaciones vulnerables.
En una publicación reciente se analizó las continuidades y cambios en estas estrategias desde 2005 a 2015. Se revisaron 65 artículos basados en la prevención, enfoques, estrategias de prueba y la participación de organizaciones no gubernamentales (ONG) y organizaciones comunitarias. El análisis encontró este nuevo enfoque que se refleja en la expansión y diversificación de las pruebas ofrecidas para el diagnóstico; la menor importancia de la asesoría o consejería; un énfasis en el uso del condón asociado con los resultados de las pruebas, no como una estrategia de autocuidado y una cierta ausencia de participación activa de las ONG en la implementación de respuestas en los casos de personas con SIDA.
En varias publicaciones se ha mostrado una reducción en las barreras de acceso a las pruebas y al tratamiento. Por ejemplo, la prevención en acciones relacionadas con la prueba del VIH en estudios clínicos, epidemiológicos y cualitativos hacen hincapié en una combinación de diagnóstico rápido y tratamiento precoz pero, no abordan temas relacionados con la sexualidad y el uso consistente del preservativo, el que ha sido desplazado por la ingesta de una dosis de anti retrovirales frente a relaciones de riesgo sin protección, esquema que ha demostrado una prevención selectiva. Esto ha sido cuestionado por varias agrupaciones y expertos, pues la otra cara de la moneda, es que hoy hay un aumento significativo de otras infecciones de transmisión sexual, tales como sífilis, gonorrea, Chlamydia, herpes y condilomas.
En resumen, se percibe una falta sistematización en el manejo de los posibles problemas éticos, políticos y culturales. Asimismo, alrededor de las pruebas de VIH como una estrategia para controlar la epidemia, los hallazgos refuerzan las críticas a la biomedicalización de las políticas actuales y reiteran la importancia de combinar los avances logrados con el acceso al diagnóstico y tratamiento con aquéllos históricos obtenidos a través del uso del condón y la autogestión individual de la percepción del riesgo, como medidas de prevención.