Luego de casi una década como modelo, la autora del ensayo que recientemente se adjudicó el Premio Anagrama reflexiona e investiga, con estudios en historia y sociología, sobre la industria de la moda.
"Una cautivadora investigación académica, personal y política sobre la figura de las modelos, hasta con toques de humor". Así describe el reconocido editor español Jorge Herralde el libro "Divinas: Modelos, poder y mentiras", que hace un par de meses obtuvo el Premio Ensayo de Anagrama.
La editorial barcelonesa destacó en esta oportunidad un libro sobre moda, escrito por una autora particular: la española Patricia Soley-Beltrán durante más de una década se dedicó al modelaje y tuvo un exitoso pasar por las pasarelas. Después de eso, hizo una licenciatura en Historia Cultural y sumó un doctorado en Sociología del Género.
Un aspecto atractivo del libro -sorprendente e intenso, según resume la crítica en España- es la mecánica de la fabricación del deseo que maneja la industria de la moda, siempre "con el fin de ofrecer claves que informen de nuestro consentimiento y nuestra participación en el show", dice el texto.
A través del estudio del cuerpo, la autora desentraña los mecanismos de la construcción social de la identidad y de los estereotipos que determinan las relaciones de poder, no sólo entre hombres y mujeres y entre grupos de mujeres, sino también entre etnias y naciones. El jurado que destacó este trabajo estuvo compuesto, entre otros, por el propio Herralde, el periodista Vicente Verdú y el filósofo Fernando Savater.
- Un libro sobre el tema de la moda debe enfrentar muchos prejuicios, especialmente si la autora tiene la experiencia de haber sido modelo. ¿Cómo surge el interés para abordar desde la historiografía y la sociología el desarrollo de una industria que suele pasar por trivial?
- El interés surge de la necesidad de comprender mi propia experiencia como modelo, así como de comprender la fascinación y el prestigio creciente que ejercía la profesión a partir de los años 80. Encarnar un ideal tiene un gran coste personal.
Mediante estudios de historia, psiquiatría, psicología social, filosofía y antropología del cuerpo empecé a hallar respuestas a mi sentir, que permitieron formular nuevas preguntas para interrogar la realidad y desarrollar mi investigación original, mi contribución al conocimiento y a la sociedad. Haber formado parte de este mundo, lejos de desautorizarme, me valida; es un entorno en el que no se permite la entrada de observadores externos. Yo tengo la doble vertiente: insider e investigadora formada académicamente.
El trabajo de investigación que he llevado a cabo durante veinte años se ha basado en reflexiones previas acerca del cuerpo y la identidad, con autores que van desde Simmel y Benjamin, hasta Joan Scott y Judith Butler, con la idea de entender la realidad social, personal y política de este tema.
Como demuestro en mi libro, nada tiene de trivial la representación de las identidades ideales que colonizan nuestros modos de ver, pensar, sentir y desear, tanto de hombres como de mujeres, y que promueven valores culturales relacionados con el capitalismo salvaje.
- Usted plantea que la moda "representa nuestros valores culturales". En ese sentido, ¿cuánto valor y trascendencia le entrega al hecho de que esta industria pueda cambiar su foco de acción hacia una actividad no sólo sostenible, sino que de vanguardia en valores culturales?
- Le doy un gran valor y promuevo nuevos modos de hacer dentro de la industria. Todos tenemos un cuerpo y ganas de embellecernos, de gustar y gustarnos, de sentirnos bien siendo quienes somos. Podemos priorizar más o menos el trabajo corporal estético en nuestras vidas, pero no podemos evitar que nuestros cuerpos sean vehículos de comunicación y que nuestra existencia social esté mediada por este tipo de comunicación corporal.
Cuando una persona, hombre o mujer, se mira en el espejo de la moda y no se ve reflejada, se produce una sensación de vacío y desequilibrio. Dada la gran visibilidad de la industria en nuestra cultura visual, también su responsabilidad es evidente. Sería magnífico que ejerciera su influencia avanzando modos de ver, sentir y pensar más progresistas y justos. Cuando lo hacen, ganan.
(Foto:Benet Soley)- ¿Qué trascendencia le asigna al surgimiento de grupos que, dentro de la moda, abogan por una industria de perfil más sostenible, en todas las áreas de su desarrollo?
- Esta tendencia no sólo surge dentro de la moda, sino también fuera, forma parte del movimiento ecológico y de un deseo de cambio de modelo económico, ambos de ámbito general. Creo que este movimiento es de gran trascendencia y evolucionará hasta donde las compañías sepan reaccionar, a riesgo de perder su clientela.
Está claro que es necesario avanzar hacia la sostenibilidad, que incluye un cambio de mentalidad hacia el “less is more” en el consumo. Si la industria no deja atrás las condiciones de explotación de recursos físicos y personas trabajadoras, cada vez más consumidores responsables la abandonará buscando alternativas en las que prime la ética en todo el proceso de producción. De hecho, yo lo hago.
Vivimos en un mundo globalmente comunicado en el que todo se sabe y el activismo online es muy potente. Nadie quiere vestirse de la miseria ajena porque cualquier día puede ser la nuestra, y lo sabemos.
- ¿Cuáles son las características que, a su juicio, debiera tener una actividad de moda sostenible y vanguardista?
- En relación a su comunicación, debe apostar en positivo, haciendo sentir bien a todo tipo de personas siendo quienes son, no a través de la envidia aspiracional. Para ello, deben dejar de apoyarse en ideales abstractos -como los encarnados por la figura de la modelo en uso-, y seguir progresando en una verdadera inclusión en sus representaciones: variación étnica, de forma corporal y de edad. ¡No es tan difícil!
A menudo, tras comprar una prenda que me gusta y me queda estupenda, veo su catálogo o publicidad exclusivamente fotografiado con chicas adolescentes y siento que me he equivocado, que esta marca no es para mí. Lo pienso a pesar de que me guste el producto en sí. Conozco marcas que han perdido a toda una generación de clientas, la mía, por culpa de no saberlas representar, de no ofrecerles un espejo donde se vean reflejadas.
Las mujeres, grandes consumidoras de moda, luchamos duro en un mundo de desigualdad de género y lo hacemos con sentido del humor. No necesitamos que nos hagan sentir gordas, feas y viejas, para comprar. ¡Es más bien todo lo contrario!
- Desde el punto de vista latinoamericano, surgen dudas -por ejemplo- en torno a qué pasa con diseños y técnicas propios de las culturas aborígenes cuando son usados por la industria de la moda...
- Efectivamente, la cuestión de la apropiación cultural y creativa de diseños e ideas de pueblos indígenas y artistas es un punto que la industria debe cambiar para mejor. Se deben reconocer, en justicia, las autorías originales, ya que estas dinámicas siempre darán más y mejores rendimientos a una marca que las apropiaciones indebidas.
En el actual y futuro contexto de activismo e información online que da voz a todos los colectivos -por pequeños, remotos y humildes que puedan parecerles a los "grandes"- la ética es un must con el que ganamos personas y compañías.
- Desde su experiencia como modelo ¿cree posible que la industria de la moda esté dispuesta a adaptarse a estas nuevas dinámicas?
- La agilidad de reacción ante los cambios sociales es un plus de las buenas compañías. Saber captar en profundidad los cambios para poder desarrollar narrativas auténticas que realmente conecten con los nuevos modos de ver de los consumidores, será precisamente lo que hará que una compañía de moda sobreviva o no.
En mi libro cito varios patinazos comunicativos que se hubieran podido evitar con facilidad simplemente asesorándose con buenos expertos formados en la interpretación de los valores culturales y su constante evolución. A menudo los expertos nos cansamos de predicar en el desierto hasta que las industrias reaccionan. La sociedad está muy por delante.
Un ejemplo en otro ámbito de producto: el exitazo de los juguetes Princess Machine -juguetes pesnados sólo para niñas- era perfectamente predecible desde hacía años. La marca que se lanzó, se llevó el gato al agua.
- En torno al tema específico del modelaje, cuya práctica explota de manera excesiva el concepto de la perfección y de cierta condición física y estética supuestamente ideal, ¿existen alternativas para que ese papel pueda variar hacia nuevos significados?
- La supuesta perfección no es más que el diseño de la percha ideal, cuyo objetivo es el márketing de productos y conductas de consumo. Existen miles de alternativas y ya es momento de que las personas consumidoras –la mayoría de elecciones de consumo las realizan las mujeres- las exijamos y los publicistas se atrevan a evolucionar al ritmo de la sociedad.
Queremos que nos seduzcan y persuadan haciéndonos sentir bien con nosotras mismas, reconociendo nuestros muchos méritos, no la eterna imposibilidad de encarnar una abstracción platónica. Como muestro en mi libro, ni las propias modelos se sienten bien; la profesión genera una inseguridad endémica. ¿No sería más productivo generar alegría y reflexión, antes que envidia e insatisfacción?
(Foto principal: Benet Soley)