Combustibles escasos y caros, innovación tecnológica mínima y calentamiento global. Richard Heinberg advierte que, si algo es seguro del futuro, es que no habrá abundancia en él.
Como Alicia en la carrera de la Reina Roja, nosotros (y nuestras computadoras) estamos siendo forzados a correr cada vez más rápido para permanecer en el mismo lugar”. La frase pertenece a Peter Thiel, cofundador de PayPal, primer financista importante de Facebook y creador de empresas secretamente polémicas como Palantir.
Precisamente, el software que esta última ha creado para el FBI y la CIA sirve para buscar patrones ocultos en las masas de datos que fluyen por internet. Pero un patrón vital para nuestra civilización no necesita ser rastreado de esa manera. Es claramente visible. Está en el clásico instantáneo de Jonathan Huebner, Una posible tendencia declinante de la Innovación en el Mundo, y da sustento a la percepción de Thiel.
Huebner, investigador del Centro de Guerra Aeronaval del Pentágono, concluye en el paper citado “que la tasa de invención de herramientas significativamente nuevas y diferentes llegó a su máximo en 1873 y ha estado disminuyendo gradualmente desde entonces. Así, la tasa actual de innovación es de siete (7) desarrollos importantes tecnológicamente por cada 1.000 millones de personas por año, alrededor de la misma tasa que prevalecía en Europa en 1600”.
Si la declinación sigue a este paso, en apenas 12 años más (2024) la tasa de innovación equivaldrá a la de la Edad Media. Tal vez el derrumbe no se vea tan dramático porque hoy viven más personas en el mundo, y gracias al aporte esperable de los dos mil millones de chinos cada vez mejor educados, veremos algunas innovaciones trascendentes.
Sin embargo, pese a todo lo que dice la publicidad y la celebración ingenua de algunos medios, hoy vivimos en el final de un ciclo tecnológico. Es un secreto a voces. En casi todos los sectores la productividad está estancada. De lo contrario, ¿por qué tendrían tantos clientes los creadores de modas de management o los financistas que aseguran merecer su condición de multimillonarios debido a sus “innovaciones financieras”, que
no son otra cosa que vender riesgo alto disfrazado de riesgo bajo?
Pasó antes en la Historia. Lo que hace interesante el libro Peak Everything de Richard Heinberg, es que al escenario descrito lo completa con dos actores más: primero, la caída en cascada de los recursos energéticos, minerales y agrícolas. La segunda, el calentamiento global. La tesis es simple: con el nivel de tecnología disponible estamos próximos (o ya sobrepasamos) el punto en que recursos como el petróleo, gas, cobre, tierra arable se consumieron en un 50%. Por consiguiente, nuestras sociedades energía-intensivas basadas en el crecimiento económico perpetuo tienen los años contados. Hoy “cada caloría de alimento producido requiere, de promedio, 10 calorías de combustible fósil”, y en EE.UU. la agricultura es el sector que consume más petróleo. ¿Cómo haremos entonces para alimentar a 8.000 millones de personas en una o dos décadas más si no mantenemos los precios actuales de la energía?
Heinberg no niega los avances y posibilidades de la disponibilidad de gas natural, la licuefacción de carbón y las tecnologías de secuestro de carbono; arguye, en cambio, que pueden ser insuficientes o, de no serlo, acelerarán el calentamiento global. El obstáculo más grande, no obstante, es la negación humana. La mayoría de las elites políticas y tecnocráticas no ven que haya ningún problema adelante. Es más, varias simpatizan con las campañas de denuncia contra los presuntos “ecofascistas”, acusados de conspiradores globales. Ante un panorama tan sombrío, este miembro del Post Carbon Institute sostiene que es la sociedad civil la que debe tomar la posta y comenzar a “establecer las bases para la supervivencia colectiva”. No será fácil.