Científicos del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona recuperaron la técnica para estudiar la enfermedad en moscas de laboratorio.
¿Alguna vez te has encontrado con una mosca revoloteando entre la fruta de la cocina? Si es así, es probable que te hayas topado con un ejemplar de Drosophila melanogaster, un insecto muy utilizado en laboratorios de medio mundo para profundizar en biología del desarrollo. Un equipo de científicos del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona ha recuperado ahora una técnica de 1935 para estudiar el cáncer en estas mismas moscas.
Estos organismos sufren de manera extrema las consecuencias de los tumores malignos, que crecen sin ningún tipo de límite y matan a los ejemplares que los padecen. Pero el estudio de las moscas y la forma en que se desarrollan y evolucionan las células malignas puede enseñarnos más sobre la propia biología del cáncer, abriendo nuevas puertas al conocimiento y quizás posibilitando mejores terapias en el futuro.
En el año 2002, el científico Cayetano González se encontró con un desafío técnico importante en el laboratorio. El jefe del grupo de investigación en división celular del IRB de Barcelona necesitaba evaluar cómo crecían los tumores malignos en las también conocidas como moscas de la fruta o del vinagre. La solución para evitar la muerte de los individuos fue realizar trasplantes de tumores, una técnica muy utilizada en otros modelos animales como ratas y ratones.
¿Pero alguien sabía como aplicarla en moscas? El investigador contactó entonces con János Szabad, de la Universidad de Szeged de Hungría, uno de los pocos científicos del mundo que conocía una valiolísima y olvidada técnica de 1935. El método servía para trasplantar tumores en moscas, y así ver cómo evolucionaba el cáncer en estos insectos. La técnica había caído en desuso, pero el empeño de González y Szabad la rescató del olvido al que prácticamente estaba condenada.
El método, según publican ahora en Nature Protocols, consiste en disecar el tejido de interés, cargarlo con una microaguja de cristal e inyectarlo en una mosca adulta. Aunque la técnica parece sencilla, lo cierto es que hay numerosos detalles importantes imperceptibles, como la construcción de la propia aguja, que determinan el éxito del método aplicado.
Gracias a esta investigación y al artículo publicado, González ha podido recuperar una técnica de 1935 que ya no se empleaba en prácticamente ningún laboratorio del mundo. El aumento de la investigación del cáncer y el uso de moscas de laboratorio hace que este método deba ser rescatado del olvido, como han logrado ahora los investigadores del IRB de Barcelona, en colaboración con el centro de Hungría.