Seguramente el olfato del productor Jorge Alvarez no pudo siquiera sospechar que el disco “Vida” marcaría el inicio de un grupo esencial del movimiento y el gesto inaugural en la obra prolífica y genial de Charly García.
En noviembre de 1972, hace ya cuatro décadas, las bateas recibieron “Vida”, el álbum estreno del dúo Sui Generis, portador de himnos de la música popular argentina como “Canción para mi muerte”, “Necesito” o “Cuando comenzamos a nacer”.
Esas canciones se convirtieron en foto de una época pero también en una síntesis posible para un abordaje estético rebelde, soñador, romántico e inconforme que ha logrado trascender las épocas.
Con este primer repertorio como bandera, en septiembre de 1975 y para despedir a Sui Generis en el Luna Park, una multitud demostró que el movimiento rockero argentino dejaba las márgenes para mostrar una popularidad que exigía su institucionalización.
Dos jóvenes tímidos, lampiños y pelilargos están sentados en el suelo, contra una pared sin revocar. Es una foto en blanco y negro centrada en un fondo marrón donde se leen los nombres del dúo y de la placa en cuestión.
Seguramente ni el olfato del productor Jorge Alvarez ni el creciente interés del público local por descubrir los primeros pasos del rock local, pudieron siquiera sospechar que ese disco marcaría el inicio de un grupo esencial del movimiento y el gesto inaugural en la obra prolífica y genial de Charly García.
Sin el bigote bicolor que luego lo caracterizaría y acompañado por la voz de Nito Mestre, García mostró en esas primeras 11 canciones publicadas parte del lirismo, la gracia y el don musical que desplegaría desde entonces en diversos formatos.
Grabado entre agosto y octubre de 1972 en los Estudios Phonalex, la placa que no disimuló algunos problemas técnicos de realización y sonido, permitió que la travesura de un par de muchachos que se conocieron en colegios secundarios del barrio porteño de Caballito, llegara a su primera obra.
Charly ejecutó piano, órgano y guitarra acústica, además de cantar, mientras que Nito puso su característica y privilegiada voz, además de pulsar la guitarra acústica y ejecutar la flauta traversa.
El binomio completó su modesto pero precisa sonoridad con los aportes del violín de Jorge Pinchevsky, la guitarra eléctrica y la armónica de Claudio Gabis, el bajo de Alejandro Medina y la batería de Francisco Pratti.
En esas mismas sesiones los músicos registraron canciones que no fueron parte de “Vida” pero que sí se incluyeron en otros discos de Sui, tales los casos de "Un hada, un cisne" para “Confesiones de invierno” (1973) y "Pequeñas delicias de la vida conyugal" para “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones” (1974).
La vitalidad de aquellas jornadas trascendió largamente el tiempo e incluso canciones como "Espejos", "Monoblock" y "Cuando te vayas" le sirvieron a García y Mestre para incluirlas en “Sinfonías para adolescentes” (2000), el único disco original que testimonió uno de los infructuosos regresos de la dupla.
El cancionero de “Vida”, fuertemente influenciado por los aires del folk norteamericano y la sombra de Bob Dylan, se abrió con “Canción para mi muerte”, una tristísima y críptica balada de amores, decepciones y ausencias que recuerda que “hubo un tiempo que fue hermoso”.
“Necesito”, en cambio, es una pieza fresca y romántica capaz de saludar la impostura hippie en busca de una chica a la que “no le importe mi ropa/si total me voy a desvestir” que se liga al simpático y celebratorio “Quizás porque”, el noveno track del álbum.
Los temas 3 y 10 de la lista, “Dime quién me lo robó” y “Cuando comenzamos a nacer”, operan como dos singulares alegatos contra las imposiciones sociales y el peso de la autoridad, además de resaltar las preocupaciones por alcanzar el amor de pareja.
En “Estación” hay otro guiño rítmico, ligero y amable con aroma de mujer, que contrasta con el oscuro “Toma dos blues” y con la cruda ironía de “Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris”, casi un paradigma de todo aquello en lo que no querían convertirse.
El cuento sobre un amor inconveniente y, otra vez, la hipocresía mundana, asoman en “Mariel y el Capitán”, mientras que el ruego de “Amigo vuelve a casa pronto” parece remitir a la efervescencia política de un país surcado por golpes militares y prohibiciones, ya que pide “cuéntame todo, cambiame todo/necesito hoy tu resurrección, tu liberación/tu revolución”.
El remate de la placa es el instrumental “Posludio” que no solamente exhibe el virtuosismo de García, sino también los apuntes de una búsqueda musical diferente que, a la postre, sería la que terminaría con la arrolladora simpleza de Sui Generis.