Defensor incansable de los derechos humanos, lideró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas de Argentina. En materia literaria su libro El Túnel fue venerado por sus admiradores entre ellos Thomas Mann y Albert Camus
Buenos Aires. "No se puede vivir sin héroes, santos ni mártires", decía el escritor argentino Ernesto Sabato.
Pese a tener sólo tres novelas escritas -"El túnel", publicada en 1948, "Sobre héroes y tumbas", en 1961, y "Abaddón el exterminador", en 1974 -, Sabato es un poco héroe y un poco santo en Argentina.
Idolatrado por jóvenes y estudiantes que admiraban su defensa de la justicia y los derechos humanos, Sabato murió en la madrugada del sábado a los 99 años debido a una bronquitis.
Cuando terminó la cruenta dictadura militar que gobernó el país, entre 1976 y 1983, Sabato fue designado para presidir la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), cuya tarea fue investigar el destino de los miles de argentinos que desaparecieron durante ese período.
La Conadep recopiló 50.000 páginas de escalofriantes evidencias de secuestros, torturas, violaciones y asesinatos de integrantes de las guerrillas de izquierda, simpatizantes, familiares o militantes políticos.
Sus hallazgos sobre los crímenes de la dictadura y las recomendaciones sobre el castigo que deberían recibir los represores se publicaron en 1984 en un libro llamado "Nunca Más". Ese mismo año, ganó el premio Miguel de Cervantes, considerado el principal galardón de las letras en castellano.
Ante su pequeña pero elogiada obra literaria y su gran contribución humanista -pese a que también ha recibido críticas de organismos de derechos humanos-, algunos afirman que Sabato debería haber sido candidato al premio Nobel de la Paz más que al de Literatura.
Buscado y admirado por militantes de izquierda, Sabato -que militó en el Partido Comunista durante su juventud- rechazaba sin embargo cualquier filiación partidaria y decía que apoyaba cualquier cosa que denunciara todo lo que fuera falso, despreciable, sucio, corrupto e hipócrita.
También estaba en contra de la tendencia de buscar soluciones tecnológicas para el sufrimiento humano, una declaración dolorosa para un hombre que estudió ciencia en Buenos Aires y París, donde fue seducido por el surrealismo y abandonó la ciencia por las letras.
"No se trata de estar a rajatabla contra el progreso científico, que tiene su lado positivo", dijo este año el escritor en un discurso en Montevideo.
"Pero no puede admitirse que se viva una cada vez más fría, insensible y desgarrante civilización tecnocrática, que en vez de solucionar agrava los problemas de la humanidad", agregó el autor, nacido el 24 de junio de 1911.
El escritor y ensayista pasó los últimos años de su vida recluido en su casa en el barrio de Santos Lugares, en las afueras de Buenos Aires, debido a su delicada salud.
Su primera novela, "El túnel", fue venerada como un clásico existencialista y cosechó admiradores, entre los que se incluyen a Thomas Mann y Albert Camus.