Desde la crisis financiera global de 2008, el mundo ha tenido muchas otras cosas de qué preocuparse. Los estados occidentales temieron por el peso de su deuda, el envejecimiento de sus poblaciones y la creciente competencia de economías en ascenso, sobre todo China.
La muerte de Osama bin Laden no marca el fin de la lucha de Occidente contra Al Qaeda, aunque la persecución de la militancia ya comenzaba a descender en la lista de prioridades de los líderes mundiales, los mercados y los votantes aún antes de la noticia.
El mortal ataque en un café turístico en Marruecos la semana pasada y el arresto el martes de cinco hombres cerca del sitio nuclear Sellafield en Gran Bretaña en el marco de la ley de terrorismo confirman que la amenaza aún persiste.
Pero desde la crisis financiera global del 2008, el mundo ha tenido muchas otras cosas de qué preocuparse. Los estados occidentales temieron por el peso de su deuda, el envejecimiento de sus poblaciones y la creciente competencia de economías en ascenso, sobre todo China.
Luego de las protestas populares que derrocaron a los presidentes de Túnez y Egipto, los líderes de los estados emergentes seguramente estarán más alerta ante los masivos disturbios que ante pequeños grupos de militantes.
La mayoría de los gobiernos, agencias de inteligencia y analistas fueron sorprendidos por las revueltas en Africa del Norte y Oriente Medio, donde autoritarios líderes apoyados como baluartes contra el fundamentalismo se enfrentaron con reclamos populares de reformas democráticas y económicas.
Muchos estrategas ahora sospechan que el intenso foco en la militancia violenta fue un enfoque demasiado simplista e inútil a la hora de detectar otras tendencias significativas.
"Los encargados de tomar decisiones ahora están mirando un horizonte estratégico más lejano con la lucha anti-terrorista mucho más en contexto", dijo Nigel Inkster, ex vicedirector del Servicio de Inteligencia Secreto británico (MI6) y actual jefe de riesgo político y amenazas transnacionales del International Institute for Strategic Studies en Londres.
"Los temas que preocupan a la gente ahora incluyen las implicancias de un cambio en el poder global, el mayor impacto de la primavera árabe, los sistemas de valores mundiales (en competencia), la estabilidad financiera internacional y los recursos naturales", agregó.
Los ataques del 11 de septiembre del 2001 definieron la política exterior estadounidense durante una década, dando lugar a sus guerras en Afganistán e Irak y otorgando excusas a gobiernos como el de Rusia, Libia, China o Sri Lanka para encubrir una brutal represión de las insurgencias.
Los presupuestos de las agencias de inteligencia y los ejércitos crecieron exponencialmente y nacieron industrias enteras para asesorar a los gobiernos y a las compañías privadas sobre amenazas militantes.
¿Fin de la explotación del terrorismo? Pero ahora, una nueva generación de futuros funcionarios de seguridad nacional y militares quieren fortalecer su conocimiento sobre economía, geopolítica, guerra cibernética y redes sociales.
"Es el fin de una era", dijo Celina Realuyo, profesora de la National Defense University en Estados Unidos y presidenta de la consultora CBR Global Advisors. "Creo que la explotación de la lucha contra el terrorismo y la seguridad interior se acabó", agregó.
La experta está escribiendo un artículo sobre las implicancias para la seguridad nacional de la caída del dólar estadounidense y dice que sus clases más populares son sobre globalización, competencia económica y demografía. El terrorismo ahora es sólo un área de estudio entre muchas otras, explicó.
Los mercados financieros reaccionaron modesta y brevemente a la muerte de bin Laden, pero ignoraron por completo un intento de ataque suicida contra un tanquero de petróleo japonés el año pasado.
En cambio, respondieron con mucha mayor preocupación a las revueltas en Oriente Medio, por sus efectos en el suministro de petróleo.
"Yo sostengo que bin Laden estuvo del lado equivocado de la historia y que los que se manifestaron en El Cairo o Túnez estuvieron en el correcto", dijo el jefe de economía de Renaissance Capital, Charles Robertson.
"(Pero) son aquellas protestas en busca de democracia en Oriente Medio las que más han hecho subir el precio del petróleo, dañando indirectamente a Occidente (...)", añadió.
Algunos analistas ya están sugiriendo que la muerte de bin Laden podría facilitar la salida de Afganistán, uno de los objetivos clave del presidente estadounidense Barack Obama de cara a su campaña por la reelección en el 2012.
Pero la mayoría dice que para el momento en que lleguen las elecciones presidenciales, los votantes se volverán a centrar más en la economía y quizás en la creciente narrativa sobre un relativo ocaso estadounidense.
La revolución de la información y las recientes revueltas en el norte de Africa y Oriente Medio parecen haber desmentido, al menos por ahora, la teoría sobre un "choque de civilizaciones" entre la democracia occidental y el Islam radical.
En su lugar, cada vez se habla más de la competencia económica y geopolítica entre el autoritario "capitalismo de Estado" representado por las potencias emergentes y las democracias occidentales más establecidas.
Ese debate ya está ganando preponderancia en la agenda de seguridad nacional. Mientras decenas de miles de soldados permanecen involucrados en el conflicto en Afganistán, el sector de defensa de Estados Unidos ya está lidiando con nuevas demandas de gastos: la necesidad de contener el elevado déficit y el desafío que representa China.