El Partido Revolucionario Institucional nacional informó que Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, fue separado de su cargo como presidente de ese partido en el Distrito Federal mexicano.
Excelsior.com.mx. Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, dirigente del PRI-DF, fue destituido este miércoles de su cargo después de que se diera a conocer un presunto caso de prostitución de mujeres en el que estaría involucrado.
El partido demandó a la Procuraduría General de Justicia (PGJDF) una pronta y exhaustiva investigación y acordó darle una licencia a Gutiérrez de la Torre que será efectiva durante el tiempo en el que se realicen las investigaciones. En un comunicado el PRI-capitalino informó que el ex dirigenete presentará una denuncia por daños y perjuicios ante la PGJDF.
Excélsior contactó a una participante en un trabajo de investigación periodístico realizado en 2003, quien obtuvo una información similar a la retomada ayer. Éste es su testimonio.
De primera mano
La nota que ayer escandalizó al mundo de la política y cuestiona la calidad moral de los funcionarios mexicanos, al redescubrir las prácticas del dirigente del PRI en el Distrito Federal, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, con sus equipos de promoción y propaganda, me confirma la poca memoria que tenemos los ciudadanos.
Hablo de redescubrir porque lo digo yo, lo digo de cierto y sin temor a equivocarme, pues fui parte de ese equipo que no sólo hacía propaganda en los eventos públicos de Gutiérrez de la Torre. Mi participación en mayo de 2003 no se debió a la astuta labia dePera (Josefina Esperanza Delgadillo Smith, antigua asistente/celestina del entonces diputado y quien se encargaba de reclutar a las candidatas).
Tampoco por la buena paga para una joven sin estudios ni experiencia –de ocho a 13 mil pesos (entre US$600 y US$1.000) mensuales en ese entonces-, sino a una investigación periodística que surgió gracias a la denuncia de una mujer que había laborado ahí.
Corrí con el proceso de contratación. Nada difícil y tampoco tan diferente a lo que se cuenta hoy. La llamada a un número telefónico que aparecía en una oferta de empleo para edecanes del Movimiento Territorial priista. La cita fue al día siguiente en las oficinas ubicadas en Puente de Alvarado. Tras la entrevista con la asistente, en la que además de las labores de repartidora de panfletos me explicó que de vez en cuando debíamos “convivir y tomar una que otra copa” en algunos eventos privados con el jefe, vino su aprobación y el consejo de vestirme más “chenchualona” para la prueba final con el Zar de la basura.
Aunque no era tan profesional como da cuenta la información publicada por MVS, porque el peso y la talla eran calculados a ojo de buen cubero por Perita, ni siquiera una solicitud de empleo era necesaria.
Minifalda y blusa roja con escotazo, me quedaba porque me quedaba. Además, no había de otra para enfrentar el primer reto laboral: servirle café a Gutiérrez de la Torre, dar una vuelta alrededor de su escritorio, sin voltearlo a ver, y esperar el veredicto junto a otras cuatro jóvenes que aplicaron conmigo.
¡Contratada!
Empecé ese mismo día. De nueve a seis de la tarde, sueldo “pelón” y en efectivo. Ese mes no había eventos, campañas o panfletos que repartir, así que mi labor era esperar en uno de los dos cuartos destinados para nosotras, justo arriba de las oficinas principales, con cerca de 15 mujeres, entre madres solteras, una cubana indocumentada, otra sinvergüenza que disfrutaba el trabajo y quien me advirtió que ahí las lesbianas no encajaban, que si eso me gustaba mejor me fuera. También compartíamos con la novia oficial del señor diputado.
Una rubia altísima y hermosa (sí, hay que mejorar la raza), de quien las chicas se cuidaban para que no escuchara las anécdotas de los encuentros sexuales que tenían con su prometido o los amigos de éste.
El segundo día de trabajo era un paraíso para quien busca dinero sin esfuerzo. Horas sentada en un sillón inmundo hablando de la nada con mis nuevas compañeras, que llegaron ahí por el anuncio del periódico o la recomendación de otra amiga. No había más que hacer como nueva, sin haber convivido con el jefe (“tienes que ser amable con el diputado y sus amigos para que te lo ganes cuando te toque salir con él”, me aconsejaba Esperanza). Aunque las antiguas y mejor portadas tenían televisión en su cuarto de dos metros por tres, en el tercer piso del edificio.
Y si se trataba de incrementar el sueldo, había opción, según la necesidad lo requiriera, de realizar un trabajo especial para él en su oficina. Al salir, ponían un cheque de mil pesos en tus manos. El cheque no lo vi, pero sí la cara de una mujer que vivía con su mamá y su hijo, y ella era el único sustento, así que, incluso, agradecía una cantidad extra por semana.
Pero había venganza. Cuando el patrón pidió agua servida por mí, la sinvergüenza, y sí que lo era, me hizo señas para desviar mi camino del garrafón a la llave que llega directo de la calle. “Le servimos ésta y ni cuenta se da”.
“¿Ya le van a decir?”
Las propuestas no eran explícitas para las de nuevo ingreso, primero se tenía que ir a un restaurante a medir el ambiente. Al día cuatro me llegó la notificación. “Hoy tienes que acompañar al señor y sus amigos a La Valentina, ponte muy guapa”. Era hora de sacar la minifalda que te pedían llevar por si acaso y para cuando tuvieras que servir el café.
Entre las demás mujeres cuchicheaban que ya me iba “a tocar”. Me preguntaban si Esperanza ya me había explicado cómo era el asunto, porque después seguramente había que ir a casa de Gutiérrez de la Torre. La fiesta era diariamente y no perdonaba. “Pero lo bueno es que mañana vas a poder llegar tarde”. Uy, qué gran recompensa para el trabajito que tenían que hacer. A la cubana le fue de pesadilla porque, según contó, un día antes le tocó, además del acto sexual tradicional, “el oral”.
Antes de que yo subiera al auto, él cambió de opinión y pidió que otra de las mujeres lo acompañara. La misma que a los dos días protagonizó las imágenes en la prensa que la mostraban besando al diputado en La Valentina.
No, no piense que me salvé. De igual forma no iba a llegar a más. Por ningún motivo, ni por cumplir con mi profesión, hubiera accedido a tener cerca a un hombre que arma corrales de mujeres para servirle café, hacerle compañía o la razón que fuere.
Sólo espero que en 10 años no veamos nuevamente a otra “intrépida” reportera cubriendo la misma nota, con el mismo personaje, del mismo partido político y modus operandi.
Y lo peor, que la sociedad se sorprenda una vez más con la vieja novedad.