Pese a la frecuente espectacularidad que rodea al país e diversos ámbitos, para quienes conocen la realidad cotidiana menos espectacular de Brasil -con sus ciudades caóticas, carreteras dilapidadas y vastas zonas sin ley-, la madurez de la nación sudamericana parece todavía distante e incluso esquiva.
Sao Paulo, Reuters. Conmocionados por un incendio que causó la muerte de 231 personas en una discoteca, los brasileños se cuestionan si los reglamentos, estándares de seguridad y el nivel de modernización del país están a la altura de sus ambiciones primermundistas.
Brasil vivió hasta hace poco un boom económico que lo convirtió en uno de los mercados emergentes favoritos de los inversores extranjeros.
Y el protagonismo económico y geopolítico le ayudaron a adjudicarse la organización de la Copa Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016, dos importantes eventos internacionales donde la seguridad es crucial.
La presidenta Dilma Rousseff, que lloró al visitar el domingo la morgue improvisada cerca de la discoteca incendiada en el sur del país, suele hablar con orgullo del progreso de Brasil para convertirse en una nación desarrollada.
"Nuestro país hoy no sólo tiene el reconocimiento del mundo", dijo en un discurso el año pasado, sino "la confianza en una creciente autoestima de que podemos transformarlo en una nación desarrollada".
Pero para quienes conocen la realidad cotidiana menos espectacular de Brasil -con sus ciudades caóticas, carreteras dilapidadas y vastas zonas sin ley-, la madurez de la nación sudamericana parece todavía distante e incluso esquiva.
Mientras digieren los detalles de la tragedia en la discoteca, donde entre otras violaciones de seguridad la salida de emergencia estaba bloqueada, los brasileños empiezan a culpar a legisladores, reguladores y a una cultura que, según los críticos, es demasiado tolerante con el cumplimiento de las normas de todo tipo.
"La causa de esas muertes no es nada complicada", dijo Moacyr Duarte, un especialista en gestión de emergencias y desastres de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
"Son elementos simples: fallas administrativas, fallas regulatorias, fallas de inspección, fallas de planificación. Ellos llevaron a la tragedia", agregó.
Y el sentimiento es compartido por muchos brasileños.
"Aquí existe una tolerancia de no cumplir las reglas", cuestionó Flavia Rodrigues, una abogada de 34 años en Brasilia. "Esta tragedia podría haber sido evitada si tomaran suficientes cuidados", añadió.
No es que Brasil monopolice los accidentes. Una tragedia similar costó la vida a 100 personas en un club nocturno de Estados Unidos hace una década y al año siguiente otro incendio dejó 194 fallecidos en Argentina.
Pero las muertes del domingo, la mayoría estudiantes universitarios, engrosan las estadísticas que sugieren que Brasil podría hacer más para proteger la vida de sus casi 200 millones de habitantes.
La última década de crecimiento económico llevó a un boom de la construcción y a un fuerte aumento en los accidentes mortales en las obras, por los que sindicatos y grupos de derechos humanos criticaron al gobierno y a las empresas constructoras.
Casi 40.000 personas murieron en construcciones en el 2011, según datos oficiales, comparado con 35.000 en el 2009.
Y las carreteras de Brasil no son mucho más seguras.
El país tiene un promedio anual de más de 18 muertes en las autopistas por cada 100.000 personas, comparado con apenas 10 en las naciones de altos ingresos, según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo. En Argentina, Colombia o Chile el promedio es de apenas 13.
Pero quizás aún más preocupante son las tasas de homicidios, que exponen lo que los críticos consideran la mayor imperfección del estado de derecho.
Según datos de Naciones Unidas, Brasil tenía un promedio de 21,7 homicidios por cada 100.000 habitantes en el 2009. Aunque la media es inferior a la de otros países latinoamericanos con prolongados conflictos sociales, es muy superior a la de otras economías emergentes como Rusia (11,2), India (3,4) o China (1,0).
Tras un reciente aumento de la violencia en Sao Paulo como resultado de una guerra entre bandas y policías, un 91 por ciento de los encuestados por la empresa de estadísticas Ibope dijo sentirse inseguro.
Cultura de la impunidad. Para empeorar aún más las cosas, los asesinatos, como muchos otros crímenes en un país con un lento sistema judicial, a menudo no son castigados.
Un informe de la fiscalía federal comparó en el 2012 el número de homicidios resueltos en el país con el de las naciones desarrolladas. Apenas un 8% de los homicidios en Brasil son solucionados, contra 65% en Estados Unidos, 80% en Francia y 90% en Gran Bretaña.
Aunque los problemas regulatorios son otra historia, cuando involucran muertes subrayan lo que los brasileños perciben como falta de responsabilidad.
"Existe una cultura general de la impunidad", dijo Julio Jacobo Waiselfiz, un sociólogo que confecciona un "Mapa de la violencia" con estadísticas anuales sobre crímenes en Brasil.
"Eso significa que los asesinos escapan, las carreteras no son reparadas y las reglas y el cumplimiento de la ley no acompañan la promesa de crecimiento económico", explicó.
Esos temas comenzaron a ser debatidos el lunes en Brasil, a medida que los medios, gobiernos locales y hasta funcionarios extranjeros daban sus opiniones.
"En Sao Paulo el ayuntamiento no tiene los recursos para inspeccionar grandes eventos", dijo un titular del diario Folha de Sao Paulo citando un estudio del parlamento local.
Coincidentemente, el gobierno del estado emitió un comunicado destacando un programa de entrenamiento de las fuerzas de seguridad en tareas de búsqueda y rescate.
Jerome Valcke, el secretario general de la FIFA, intentó evitar las referencias a temores sobre la seguridad en los estadios para la Copa Mundial del 2014, ya objeto de críticas por los retrasos y excesos de costos.
El incendio "no tiene nada que ver con el fútbol, no tiene nada que ver con los estadios", dijo a periodistas durante una visita a Brasilia el lunes. Las reglas de seguridad para eventos de la Copa Mundial aseguran que "podemos vaciar los estadios en menos de unos pocos minutos", insistió.
Y los brasileños esperan que así sea.
Muchos todavía recuerdan cómo parte de un estadio en Salvador, una de las sedes de la Copa Mundial en la mayor ciudad del nordeste de Brasil, cedió ante los saltos de los aficionados durante un partido en el 2007 con un saldo de siete muertos y muchos más heridos.
O cómo tres altos edificios de Río de Janeiro colapsaron el año pasado durante la noche, en un hecho en el que se registraron cinco personas fallecidas y dejó asustados a los habitantes del centro de la principal atracción turística del país.
En una carta al diario O Globo, un ingeniero geotécnico advirtió recientemente a las autoridades que las precipitaciones durante la temporada de lluvias podrían repetir las inundaciones y deslizamientos de tierra que causaron más de 900 decesos en el 2011 en las montañas que rodean a Río de Janeiro.
Aunque los gobiernos regionales y el gobierno federal han invertido en tecnología para alertar a los residentes del riesgo de inundaciones, el ingeniero sostuvo que poco se ha hecho para evitar que las personas sigan construyendo en zonas de riesgo.
"No hay nada natural en relación a estos desastres", escribió Alberto Sayão. "El país no puede soportar más la impunidad causada por la tolerancia, omisión y la incompetencia de las autoridades", agregó.