En el pueblo de San Juan Pilcaya, muy cerca del epicentro del sismo de magnitud 7.1 que castigó al país hace una semana, muy poco quedó en pie. Y como Ricarda Herrera, de más de 60 años, muchos en la localidad del estado Puebla bordeaban la desesperación.
San Juan Pilcaya. Entre los escombros de su vivienda y dependiendo de la ayuda de la sociedad civil, Ricarda Herrera lloraba desconsolada esperando la prometida asistencia del Gobierno para los damnificados del mortífero terremoto que azotó México.
En el pueblo de San Juan Pilcaya, muy cerca del epicentro del sismo de magnitud 7.1 que castigó al país hace una semana, muy poco quedó en pie. Y como la sexagenaria mujer, muchos en la localidad del estado Puebla bordeaban la desesperación.
“El pueblo aquí es pobre, no hay trabajo... ¿Cómo le vamos a hacer para poder construir?”, dijo Herrera mirando los escombros donde alguna vez estuvo su casa y con sus pocas pertenencias amontonadas en colchones sucios y protegidas por un improvisado techo de plástico.
En la plaza principal del pueblo, el presidente Enrique Peña Nieto pidió la semana pasada tranquilidad y confianza a los pobladores cuando visitó la devastada localidad. El mandatario entonces prometió enviar material de construcción y víveres.
Pero la canosa Herrera aseguró que la ayuda para San Juan Pilcaya “hasta el momento solamente había llegado de voluntarios y algunos migrantes del pueblo”. Familias enteras estaban convencidas de que el foco del Gobierno se había volcado a la Ciudad de México -que tuvo el mayor número de muertes- y que ellos estaban abandonados.
Impacientes, muchos pobladores se reunieron el domingo para recibir el material de construcción prometido por el Gobierno, pero nunca llegó.
“Nos dejaron peor que novia de rancho”, dijo molesto un poblador que también duerme cerca de su vivienda derruida.
Los migrantes se organizan. Calles enteras quedaron reducidas a ruinas: el terremoto acabó con el 85% del pueblo, según medios locales.
Varios pobladores se recuperaban de golpes y fracturas en los patios que pertenecieron a sus casas porque el centro de salud local quedó cerrado por los daños.
Eloisa Bravo es uno de ellos. En su patio trasero y con la pierna izquierda enyesada en un hospital de otra localidad, la mujer teme que llegue otro sismo y derribe lo que queda antes de que la ayuda oficial aparezca.
“Todo es lento, no vemos trabajar la retroexcavadora. A nosotros vinieron a ayudarnos unos gringos para tirar la barda de la casa porque podría caer sobre nosotros”, dijo la mujer junto a su hija, quien estuvo a punto de morir aplastada.
En otra calle, sentado en la acera, un niño de 5 años tenía su brazo visiblemente dislocado y enseñaba un pequeño cascote como muestra de lo que quedó de su casa.
Voluntarios estaban entregando ayuda de la sociedad casa por casa, día y noche, a las personas damnificadas.
Muchos nacidos en el pueblo y que migraron a Estados Unidos o hijos de esos migrantes comenzaron a reunir fondos para enviarlos a San Juan Pilcaya. Pero también llamaron al Gobierno a honrar su promesa de apoyo.
”Vamos a ver cómo responde el Estado, si vemos que no (responde) vamos a tener que organizarnos y hacer algo por nosotros”, dijo Gregorio Cardoso, un camionero de 60 años que vive y trabaja del otro lado de la frontera norte.