Los kurdos intensifican su oposición al EI. Cada vez más chicas se unen a los peshmerga y otros grupos en su lucha contra el yihadismo radical. DW se reunió con algunas de ellas en el frente.
Asia viste uniforme militar y pistola bajo el hombro, pero lo que llama la atención son sus calcetines de colores amarillos y verdes. Denotan su juventud y contrastan con la oscuridad del campo de batalla de noche. A sus 19 años, Asia lucha en el ala femenina de la Unidad Popular de Protección (YPG) formada por entre 40.000 y 50.000 kurdos que combaten contra las milicias extremistas de Siria e Irak.
"Hay tres razones por las que me uní a la YPJ (sección femenina de la YPG)", dice por teléfono a DW desde una base cerca de la ciudad de Rabia, en la frontera entre Siria e Irak. "Por quienes murieron luchando por nuestra patria, por las aspiraciones nacionales de mi pueblo y por la militarización de nuestra sociedad: mire donde mire veo soldados aquí".
Está en la base de la provincia de Hasaka, en un edificio de dos plantas donde hombres y mujeres comen, beben y duermen antes de ir por turnos al frente, que se encuentra a dos kilómetros. "Lo pasamos muy bien aquí, a veces pasamos la noche en vela todos juntos. Y luego también las chicas van al frente", dice Asia. "No tenemos chalecos antibalas o cascos, pero nuestros camaradas no tienen miedo a nada, las chicas tampoco. Si nos hieren o nos convierten en mártires, morimos por la causa".
Efectiva fuerza de combate. El YPG es una rama del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la guerrilla turco-kurda considerada una organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, debido a tres décadas de la lucha armada contra las autoridades de Turquía, aliado de la OTAN. Muchos ven en el YPG la fuerza de combate más eficaz contra los militantes yihadistas radicales, aunque esa conexión con el PKK le cierre la vía a la ayuda internacional.
El portavoz del YPG, Redur Khalil, no cree que sea esa la causa: "Estamos cerca del PKK ideológicamente, pero somos totalmente independientes organizativamente", dice. "Creo que la razón de la falta de apoyo es que la política de los países occidentales no promueve comunidades autónomas".
Las mujeres de la YPJ representan alrededor del 35% de la fuerza de combate. Reciben instrucción durante cuatro semanas, aprenden a usar ametralladoras pesadas, lanzagranadas y el conocido 'Kalashnikov', el fusil de asalto ruso. La mayoría no está casada, pero Khalil afirma que también hay madres que luchan en el frente.
"Es mejor que quedarse sentado en casa". En los alrededores, a apenas un kilómetro de distancia de la zona de combate, se divierte un grupo de chicas. Sin mirar la televisión, en la que retumba de fondo el canal estatal, se pasan un teléfono celular con fotos de milicianos del Estado Islámico muertos en combate. Miran esas sangrientas imágenes mientras ríen. "Daesh [nombre en árabe del EI] es nuestro objetivo".
Cuando se les pregunta cuál es la más joven del cuartel del YPJ, Ghulan, sentada en el suelo, responde. Tiene el pelo corto y rizado y fuma un cigarrillo. "Soy yo, tengo casi 18 años y voy a cumplir uno de servicio". Un poco más allá se encuentra Gulbahar, de 21 años. Lleva una trenza recogida hacia atrás con horquillas brillantes, que dejan ver acné juvenil en su frente. Afirma que fue la falta de oportunidades, de seguir sus estudios o de trabajar, lo que la llevó a la primera línea de fuego.
"Solo cuidábamos de la casa, trabajábamos hasta que caíamos rendidos, y nos íbamos a dormir… no había nada que hacer al margen de eso. Así que cuando la situación cambió me uní a la YPJ", dice. "Nuestra vida aquí es mucho mejor que quedarse sentado en la casa". A pesar de las limitaciones de su formación militar y de su equipo, que no incluye siquiera chaleco antibalas, no tiene miedo a morir. "No, no paso miedo, nunca".
No más miedo. "Claro que la primera vez que vas al frente y la gente dispara junto a ti pasas miedo, pero te acostumbras", matiza. Tampoco tiene ni idea de qué hará cuando acabe la guerra. "En realidad, ni siquiera he pensado en eso… lo haremos cuando ocurra". Y concluye: "Quién sabe, quizá nos convirtamos en mártires antes".
Otra combatiente de 21 años se une a la conversación. Está de pie en la entrada de la sala. Cuando se le pregunta cuánto tiempo lleva alistada, responde: "Tres años. Es mi vida. ¿Qué hay de malo en ello?". Al poco las llaman al combate. "Comienza la diversión", dice una de ellas. Cargan sus armas al hombro y saltan dentro del 4x4 que viene para llevarlas al frente. Se despiden con la mano, riendo, mientras el vehículo se aleja.