Que el desierto del Sahara forme parte de África, y no de Sudamérica, se debe a una casualidad geofísica y las fuerzas del interior de la Tierra.
América del Sur le debe su forma de gran triángulo al hecho de que el continente africano se quebró por una línea en el oeste del desierto del Sahara y no en el Este, como calculan científicos que también pudo haber sucedido, según un estudio publicado por Science Daily y realizado por el Centro de Investigaciones Geológicas Helmholtz (GFZ), con sede en Potsdam.
Hace 130 millones de años tuvo lugar la fragmentación de una de las más importantes partes de la corteza terrestre: lo que hoy conocemos como América del Sur se separó de su plataforma central llamada Gondwana, hoy África.
Gondwana, a su vez, había sido el resultado de la división del continente matriz conocido como Pangea, que se había partido en dos, 70 millones de años antes de la división de la plataforma que luego iría a formar África y América del Sur. La otra parte de Pangea, en el norte, se llamó entonces Laurasia, que más tarde también se rompería para formar otros dos continentes, Europa y Asia.
América del Sur, ¿rumbo Hawaii? Pero siendo la topografía de los continentes un factor decisivo para la vida de sus pobladores, el interés por imaginarse a América del Sur con el desierto del Sahara en su territorio ha sido grande en la comunidad internacional de geólogos.
Así, según los científicos del GFZ, el quiebre de la corteza terrestre que trazó la línea de separación de África pudo haber sido a lo largo de Nigeria y Libia y no como, en efecto, sucedió, muchos kilómetros al occidente de la frontera con el desierto. En el otro caso, América del Sur tendría una inmensa joroba que, probablemente, hubiera dado lugar a la formación de un gran Golfo de México.
Dicho abultamiento hubiera generado una especie de “Océano Atlántico sahariano”, como lo describen los geólogos de Potsdam, que realizaron su trabajo en cooperación con la Universidad de Sydney y con la ayuda de modelos númericos y en tercera dimensión de los bloques continentales.
El interés de los australianos en estudiar los movimientos de las placas tectónicas no es casual: si América del Sur surgió del desprendimiento de Gondwana, por su flanco occidental, algo similiar ocurrió con los desprendimientos a lo largo del flanco oriental, de los que surgieron Australia, India, Madagascar y la Antártida.
Primero fue Australia y luego Sudamérica. Y, aunque aún se discute sobre las razones de la desintegración de Gondwana, lo cierto es que las secesiones en el Este que luego formaron Australia y la India, entre otros, tuvieron lugar mucho antes de la “creación” de América del Sur.
Según los investigadores del Centro de Investigaciones Geológicas Helmholtz, lo decisivo para la forma como se desintegra un continente es la dirección que toma el sistema de zanjas que se va abriendo paso durante miles de años. El avance de la desintegración de la corteza terrestre está relacionado con la dirección de su expansión, como concluyen Sascha Brune, del GFZ y Christian Heine, de la Universidad de Sydney. De este modo, el surgimiento de un nuevo océano o una cuenca sedimentaria en el interior de un continente, dependen de la dirección en la que se abre una falla en la Tierra.
De África para los pulmones del mundo. En tiempos anteriores al desprendimiento de América del Sur, en el bloque africano “competían” dos líneas de quiebre sobre cuál de ellas iba a ser la que produjera la secesión en occidente: “por un lado, la ecuatorial-atlántica, y por el otro, el eje Sudáfrica-Libia”, explica Sascha Brune.
Finalmente, gracias al poder de mayores fuerzas, se impuso la línea ecuatorial-atlántica que marcó la rotura de la plataforma africana y separó el triángulo territorial que hoy es Sudamérica, sin llevarse a sus espaldas el desierto del Sahara, impidiendo así, la formación de un océano subsahariano.
Así, desde hace 130 millones de años, América del Sur sigue alejándose de África en dirección oeste hacia el Pacífico sur, “a una velocidad anual comparable con la del crecimiento de nuestras uñas”, como lo describe el astrónomo alemán Harald Lesch, en Planet Wissen.
Lo sorprendente es que, a pesar de todo, África y América del Sur siguen conectados a través del arena que las tormentas llevan del Sahara sobre el Atlántico hasta la selva amazónica en donde sirve de abono a los “pulmones del mundo”.