Bachelet, a la que todas las encuestas dan el triunfo en las presidenciales de noviembre, será recibida como la única carta con opciones de la baraja de candidatos de la oposición, que cuenta con una baja valoración y que no ha experimentado la renovación prometida en estos cuatro años de alternancia.
Santiago de Chile, EFE. La ex presidenta Michelle Bachelet, que previsiblemente llegará este miércoles a Chile para postular de nuevo a La Moneda, se encontrará con un país que en sus tres años de ausencia ha vivido un despegue económico, pero también una constante movilización social, y con asuntos pendientes que le atañen.
Bachelet, a la que todas las encuestas dan el triunfo en las presidenciales de noviembre, será recibida como la única carta con opciones de la baraja de candidatos de la oposición, que cuenta con una baja valoración y que no ha experimentado la renovación prometida en estos cuatro años de alternancia.
Enfrente tendrá a los dos precandidatos de la derecha que tratarán de dar continuidad al gobierno de Sebastián Piñera y que esperan interpelar a Bachelet sobre los baches de su administración, en especial en lo relacionado con su gestión de la educación y la fallida alerta de tsunami de 2010, temas candentes esta semana.
La ex mandataria (2006-2010) ha mantenido el silencio sobre la contingencia interna y sus planes políticos desde que abandonó el país en septiembre de 2010, seis meses después de dejar La Moneda, para asumir la dirección de la entonces naciente ONU Mujeres.
El pasado 15 de marzo, Bachelet renunció al cargo para volver a su país, adonde se espera que llegue este miércoles para anunciar que buscará un segundo periodo en la Presidencia, acompañada por una elevada popularidad, basada en su historia personal y familiar y en su cercanía con la gente.
Esa alta aprobación ha sido inmune a su ausencia y a su mutismo, pese a que el oficialismo la ha criticado con dureza desde que dejó La Moneda.
El gran interrogante es cómo hará frente a los nuevos movimientos sociales que han alzado la voz en estos tres años, desde los estudiantes hasta los ecologistas, pasando por los ciudadanos de las regiones aisladas y, desde hace mucho más tiempo, por los pueblos originarios.
Muchos de ellos acusan a los gobiernos de la Concertación, la coalición de centroizquierda que dirigió el país entre 1990 y 2010, de mantener el sistema neoliberal, implantado por la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) y germen de la fuerte desigualdad que ha estallado en forma de protestas.
"Los gobiernos de la Concertación, al igual que el gobierno de Piñera, han actuado absolutamente imbricados con los grandes intereses económicos", indicó a Efe el presidente de Acción Ecológica, Luis Mariano Rendón.
"Michelle Bachelet tiene bastante mala relación con los estudiantes" por su "traición" a los alumnos secundarios tras sus movilizaciones de 2006, dijo por su parte el presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Andrés Fielbaum.
"Nos cuesta mucho creer que algo pueda ser distinto a lo que ya vimos", declaró a Efe el dirigente estudiantil.
La llegada de Bachelet se producirá además en medio de la acusación constitucional que la oposición impulsa contra el ministro de Educación, Harald Beyer, por no fiscalizar a las universidades privadas, una falta de la que muchos acusan también a la propia Concertación.
"La bancada de diputados concertacionistas irreflexivamente abrió un flanco que complica a Bachelet", escribió este martes el analista Patricio Navia en el diario La Tercera, aludiendo al efecto bumerán que esa acusación puede esconder.
Otro de los flancos abiertos es la investigación judicial por los errores de coordinación que se tradujeron en la fallida alerta de tsunami del 27 de febrero de 2010, una catástrofe que dejó 181 víctimas.
El caso volvió esta semana a tribunales, donde hay ocho procesados, entre ellos el entonces subsecretario del Interior, Patricio Rosende, quien defendió a la exmandataria de aquellos que aluden a su responsabilidad en la tragedia, y que este lunes fracasaron en su intento de que la Justicia la imputara.
Por otra parte, Bachelet aterrizará en un país que en tres años ha vivido un envidiable auge económico, con tasas de crecimiento cercanas al 6%, una baja inflación y un desempleo que ronda el 6%, aunque la pobreza y la desigualdad siguen siendo una asignatura pendiente.
Ese es el principal capital político de Piñera, que intentará dejar el poder en manos de los dos precandidatos de la derecha, los exministros Laurence Golborne (15% de adhesión, según una encuesta del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea, CERC) y Andrés Allamand (4%).
En la oposición, la baraja está mucho más dispersa, aunque Bachelet copa todas las apuestas (42%) apoyada por el Partido Socialista y el Partido por la Democracia, que la proclamarán como candidata el próximo 13 de abril.
Bachelet competirá en las primarias, fijadas para el 30 de junio, con otros tres aspirantes de la Concertación: Claudio Orrego, por la Democracia Cristiana; José Antonio Gómez, por el Partido Radical, y Andrés Velasco, como independiente, aunque todos ellos obtienen porcentajes inferiores al 4% en los sondeos.
También aspiran a La Moneda, pero por carriles distintos a las dos coaliciones, el exsocialista Marco Enríquez-Ominami, que en 2009 recabó el 20,1% de los votos, así como el independiente Franco Parisi y el economista Marcel Claude.
En medio de este panorama, los partidos políticos, y también los medios de comunicación, velan armas ante el arribo de Bachelet, mirada como la peor de las amenazas o como la única salvación posible según el color con el que cada uno la mire.