Recientes inundaciones que afectaron a Buenos Aires y La Plata más el escándalo de corrupción que involucran a la mismísima presidenta, aumentan el descontento social.
Parecía que, como había sucedido con los “indignados” de España y otros países europeos o como el movimiento Occupy Wall Street, que empezaron como una tromba y luego fueron diluyéndose paulatinamente, también ocurriría lo mismo con los “caceroleros” argentinos.
De hecho, luego de los dos grandes actos de protesta antigubernamental realizados en setiembre y noviembre del año pasado, la pregunta que se instaló, tras constatar la gran convocatoria de este movimiento, era cuál sería su influencia real sobre la vida política. Y daba la sensación de que tanto los analistas, como los políticos kirchneristas y hasta los propios organizadores creían que, después de haber puesto más de un millón de manifestantes en las calles, sería difícil que el entusiasmo cacerolero se mantuviera en el tiempo.
Para los analistas, era evidente que la propia naturaleza inorgánica del movimiento –que, por un lado, fue su mayor fortaleza porque le daba un carácter espontáneo y no partidario– era lo que, al mismo tiempo, le imponía un límite. Nadie pensaba que esa gran manifestación pudiera ser aprovechada por la oposición para canalizar ese descontento en una propuesta electoral capaz de desairar al kirchnerismo.
Hasta los propios organizadores del cacerolazo admitían que su intención no pasaba más que por un intento de marcar un límite moral.
“Es muy probable que, después de una manifestación masiva en su contra, Cristina gane las elecciones legislativas. Pero ese no es el foco, porque el sentido del cacerolazo es poner freno al avance del gobierno sobre los derechos civiles”, afirmaba Gustavo Lazzari, economista de la Fundación Libertad y Progreso, y vinculado a la génesis del movimiento de protesta.
En la misma línea, el analista –y exfuncionario menemista– Jorge Asís pronosticaba que ese límite empezaría a llegar desde el propio núcleo del “peronismo tradicional” que sostiene a Cristina Fernández de Kirchner.
Efecto búmeran. Sin embargo, cinco meses después da la sensación de que ninguno de los pronósticos se cumplieron. Para empezar, el kirchnerismo no solo no se autoimpuso límites, sino que, por el contrario, reaccionó fiel a su instinto de redoblar la apuesta ante las contrariedades.
Así, en las semanas posteriores a aquel cacerolazo de noviembre se agudizó la pelea contra el multimedios Clarín (ver recuadro), que desembocó en el fallido 7D. También se emitió un decreto por el cual se expropiaba el predio de la Sociedad Rural en Palermo, uno de los máximos símbolos históricos de la “oligarquía vacuna”.
Como efecto colateral de estas dos medidas, que fueron frenadas por la Justicia, surgió la iniciativa de reformar el Poder Judicial, argumentando que es necesario “democratizar” un sistema que hoy está al servicio de las “corporaciones”. En el medio, se hicieron más restrictivas aun las limitaciones para adquirir dólares, y cuando ello derivó en una disparada del dólar paralelo, se culpó a los “especuladores” y se implementaron controles policíacos en la city contra los “arbolitos” de la capital porteña.
Y, como ingrediente final de ese cóctel de malhumor social, el gobierno extremó su disputa con las provincias “rebeldes”, a las cuales les cerró el grifo de la coparticipación de impuestos. Como consecuencia, en algunos de los mayores distritos, como la provincia de Buenos Aires, se generó un duro conflicto con los sindicatos de empleados públicos, que dejó a los escolares sin clases.
En ese contexto, parecía que el propio gobierno estaba haciendo todo lo posible para que se generase un nuevo cacerolazo de protesta. De todas formas, hubo hechos trascendentes que se acumularon en las últimas semanas, y que fueron los que garantizaron que muy probablemente la demostración antikirchnerista sea masiva.
El principal es la gran inundación que provocó un saldo de más de 50 muertos en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. La tragedia dejó al descubierto la imprevisión, y sobre todo la mala gestión de los recursos públicos.
Este es el tema que más preocupa al gobierno, porque el enojo ya no es patrimonio exclusivo de esa clase media porteña de tradición antiperonista, sino que ahora apunta al núcleo duro del votante kirchnerista.
Tras las inundaciones, por si faltaba un último empujón para el cacerolazo, llegó la frutilla del postre: la denuncia de Jorge Lanata sobre un esquema de corrupción administrativa y lavado de dinero que involucraba al fallecido expresidente Néstor Kirchner y al empresario Lázaro Báez.
No se habla de otro tema en Argentina, para lo cual ayuda además esa mezcla bizarra entre política y farándula, lo cual garantiza un infinito rebote mediático.
Hay varios indicios respecto de que el cacerolazo de hoy será diferente a los anteriores. Uno de los más notables es cómo la oposición parece empezar a sacar provecho de la movilización: todos los partidos adhirieron explícitamente a la convocatoria, mientras avanzan las conversaciones para conformar coaliciones electorales con vistas a las elecciones legislativas de octubre.
En contraposición, la estrategia del gobierno fue mantener silencio, cruzar los dedos para que la asistencia no supere las anteriores y rezar para que el efecto se diluya rápido. Mientras, la presidenta estará en viaje a Venezuela, y se evitará el ingrato momento de escuchar el sonido de las cacerolas desde la residencia de Olivos.