Aún es demasiado temprano para desechar la posibilidad de que Obama marque una diferencia positiva en la región. La oportunidad de Obama no ha terminado, pero si se materializa, dependerá en parte de las respuestas de los latinoamericanos.
La mayoría de los latinoamericanos respondió con entusiasmo a la elección de Barack Obama y a sus primeras declaraciones y pasos respecto a la relación entre Estados Unidos y América Latina. El discurso del presidente Obama en la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, donde dijo que buscaba una relación “sin socios sénior o socios junior”, reafirmaba el atractivo que ejercía la visión de Obama.
Sin embargo, muchos latinoamericanos se han decepcionado en los últimos meses al considerar que el gobierno de Obama no ha proseguido con los primeros pasos positivos e incluso los ha revertido.
El llamado de Obama a construir una nueva relación con Cuba no llegó muy lejos. Después de suspender algunas de las medidas del gobierno de George W. Bush, que buscaban endurecer las sanciones, retrocedió y adoptó la postura de gobiernos anteriores: esperar a que Cuba cambie.
La idea de que Estados Unidos se estaba alejando de su afán hegemónico también se esfumó cuando la secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo que aquellos en América Latina que cooperen con Irán deberían “pensar dos veces acerca de las consecuencias”. Fue una advertencia que irritó a muchos en la región, incluso a los que no se fían de Irán.
La promesa inicial de Obama de que la reforma migratoria sería una de sus prioridades, pasó a un compromiso más limitado de iniciar consultas en su primer año, y ahora hay indicios que incluso esta meta modesta se aplazará.
Después de que Estados Unidos reconociera que es necesario un mayor control sobre las exportaciones de armas de bajo calibre hacia México, el propio Obama reconoció que esta meta no era realista. El enfoque que su gobierno ha tenido respecto al comercio exterior en las Américas ha sido, en el mejor de los casos, confuso.
La Casa Blanca señaló su disposición a aprobar los acuerdos de libre comercio con Colombia y Panamá, pero pospuso dar pasos concretos. Habló mucho de una mayor cooperación comercial con Brasil, pero mantuvo los subsidios a los productores estadounidenses de algodón y no alteró los altos aranceles a las importaciones de etanol brasileño.
La ambigua respuesta al golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras, y el torpe manejo del acuerdo que permite a las fuerzas estadounidenses acceder a bases militares colombianas, resquebrajó aún más el entusiasmo por Obama. Pero aún es demasiado temprano para desechar la posibilidad de que Obama marque una diferencia positiva en la región. El tácito pero evidente abandono de un cambio de régimen como el objetivo principal de la política estadounidense hacia Cuba, podría a la larga resultar mucho más importante que su actual cautela para avanzar hacia una normalización plena de las relaciones con La Habana.
El compromiso público de Obama de buscar una vía para que inmigrantes sin papeles y que han trabajado en EE.UU. por años logren acceder a la ciudadanía podría marcar un hito histórico. Lo mismo sucede con un programa que, tal vez sobre una base temporal, ajustará la inmigración a las demandas del mercado laboral.
La creciente y cada vez más estrecha cooperación con México en temas fronterizos, económicos, de servicio social, salud y seguridad puede transformar positivamente una relación crucial. La rápida y generosa respuesta de EE.UU. al trágico terremoto de Haití ha sido reconocida por gran parte de la región.
El viaje de Hillary Clinton a Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, Guatemala, Costa Rica y México en marzo, y las reuniones que el Obama ha sostenido en Washington con el presidente salvadoreño Mauricio Funes y el presidente haitiano René Préval sugieren que la Casa Blanca aún quiere trabajar en una agenda interamericana.
Aquellos en América Latina que entienden que con Obama hay mejores posibilidades de construir una relación positiva con Estados Unidos, de las que ha habido en muchos años, deberían mostrar su interés en una cooperación más cercana. Puede ser más fácil hacerlo en el contexto de las crecientes presiones internas que enfrenta Hugo Chávez en Venezuela, lo que ha reducido la influencia que éste pueda ejerce para que otros países mantengan distancia con Washington. La oportunidad de Obama no ha terminado, pero si se materializa, dependerá en parte de las respuestas de los latinoamericanos.