Los cuentos de hadas pueden ser horrorosos. El cuento de hadas futbolístico de Brasil fue particularmente horroroso. Después de la derrota en Belo Horizonte, el país necesita ahora urgentemente una terapia colectiva.
“Dilma, ¡vete!” gritaban desesperados los fans en el estadio de Belo Horizonte cuando el partido iba 5 a 0. Durante tres interminables minutos manifestaron a voz en cuello su ira y desencanto, que paulatinamente fueron transformándose en desconcierto, luego cinismo y finalmente reconocimiento del buen juego de Alemania.
Aún en la noche dio comienzo luego una inclemente autocrítica. “Brasil es el país del Mundial, pero ya no más el país del fútbol”, fue la amarga conclusión de escritor Fabricio Carpinejar. “En el próximo Mundial, la selección brasileña debería emplear el tiempo en prepararse bien en lugar de rodar cortos publicitarios. Expectativas mesiánicas en las que se ve a nuestra selección como hexacampeón mundial deben estar prohibidas”, agregó.
Ya al comienzo del Mundial, la presión sobre la selección era enorme. El cuento de hadas brasileño del hexacampeonato, sin embargo, era demasiado atractivo como para no creérselo.
La baja de Neymar no es excusa. Luego de la baja de Neymar, muchos brasileños comenzaron a prepararse mentalmente para una eventual derrota. El cuento de hadas futbolístico brasileño, no obstante, no dejó de soñarse. La columnista Eliane Cantahêde fue uno de los pocos comentaristas que ya antes de la semifinal se negó a autoengañarse. “La selección no convenció, tampoco con Neymar. Basta haber visto el partido contra México para haberse convencido”, escribió.
Para Cantahêde, columnista del diario “Folha se São Paulo”, con la derrota de Brasil acabó también el periodo de gracia para Dilma Rousseff, la presidenta. Sus rivales políticos para las elecciones presidenciales del 5 de octubre solo esperan que el Mundial termine. Cantahêde: “Luego pondrán sobre la mesa el tema de la capacidad de Rousseff para manejar la economía”.
Una atmósfera explosiva. Que la lucha electoral sea el medio adecuado contra la depresión colectiva en Brasil es cuestionable. “Temo que la gente no digiera la derrota y nuevamente se expanda el pesimismo que existía antes del Mundial”, opina Valéria Cohen, que vende golosinas. Agrega que la mezcla de fútbol y política es muy explosiva y peligrosa.
Explosiva era también la atmósfera en el bar “Butesquina”, en el barrio de Copacabana, donde la vendedora siguió el partido junto con numerosos otros hinchas. Luego del quinto gol alemán, los fans optaron por el cinismo. “¡Flamengo, Flamengo, otro gol! alentaban a la selección alemana, que justamente ese día vestía la camiseta rojinegra con los colores del club local “Flamengo”.
“Estoy triste, no furioso y tampoco alenté a la selección”, dice el estudiante Rafael Oliveira. “El Mundial hizo olvidar a muchos brasileños por qué la gente salió a la calle hace un año. Yo quería que la selección perdiera antes y la gente saliera nuevamente a protestar”, agrega.
A esos pesimistas había criticado Rousseff hace poco. “Brasil es un show”, dijo luego de la victoria sobre Chile por 3 a 2. Y agregó: “Los fans hicieron enmudecer a todos los críticos, liberándonos de nuestro complejo de perrito callejero”.
Brasil ha aterrizado nuevamente en la dura realidad. Los cuentacuentos tienen mucho que hacer en los próximos días y semanas. No solo deben recontar el capítulo del hexacampeonato, sino también el cuento de la reelección de Dilma Rousseff.
“La conformidad favorece la continuidad política; la disconformidad, las reformas políticas”, resalta Cantahêde. El título mundial hubiera ayudado a calmar al 70% de la población brasileña que exige reformas. “Un crecimiento del uno por ciento no garantiza a nadie la reelección”, concluye la columnista.