“Fumo de mi propia droga, y vine aquí a darles a ustedes una conferencia”, les dijo Wellington Menezes de Oliveira a los más de 40 alumnos de octavo grado antes de abrir fuego con dos revólveres calibre 38. Tras intentar huir y al verse acorralado por la policía, se suicidó.
Eran aproximadamente las ocho y cuarto de la mañana cuando Wellington Menezes de Oliveira, de 23 años, llegó a la puerta de su excolegio, la escuela municipal Tasso Silveira en el barrio Realengo, ubicada en la zona oeste de Río de Janeiro, Brasil. Vestido con camisa verde, pantalón negro y botas, cruzó el umbral.
Según le dijo a una maestra, iba a dar una charla.
“Fumo de mi propia droga, y vine aquí a darles a ustedes una conferencia”, les dijo a los más de 40 alumnos de octavo grado antes de abrir fuego con dos revólveres calibre 38, que según uno de los sobrevivientes tenían la inscripción “ADA Capeta”, apócope de la banda criminal ‘Amigos de los Amigos’, una de las pandillas más famosas de Río. Menezes realizó cien disparos, dejando un saldo de once muertos —diez niñas y un niño— y 18 heridos.
Tras intentar huir y al verse acorralado por la policía, se suicidó.
El móvil de la masacre, inédita en Brasil, se desconoce.
Sin embargo, los investigadores anunciaron haber encontrado una carta. Aunque no revelaron el contenido del mensaje, aseguraron que en medio de la confusión y la falta de lógica, el asesino explicó que tenía VIH y hacía constante alusión a la religión musulmana.
Menezes era hijo adoptivo de una familia pobre de cinco hermanos, siempre se caracterizó por tener un carácter tímido y retraído. “Era muy callado, no se juntaba con nosotros ni siquiera para jugar fútbol”, le aseguró al diario O’Globo un excompañero de clase del asesino.
Los vecinos de la calle Jequitinhonha, donde desde hace años vive la familia, confirman el relato y aseguran que si bien desde pequeño era distante, cuando murió su madre cayó en depresión y decidió irse a vivir solo al barrio Sepetiba.
Fue tal su aislamiento que desde hacía siete meses su familia no sabía nada de él. “El último contacto fue en las elecciones presidenciales del año pasado. Cuando lo vimos nos pareció extraño que se hubiera dejado una barba muy larga. Lo invitamos a almorzar, pero no quiso. Hablaba mucha basura, se la pasaba en internet, no tenía amigos, era muy extraño”, aseguró su hermana Roselaine, de 49 años en entrevista con la radio Band News.
Mientras la policía sigue analizando el caso, todo Brasil llora la masacre. La presidenta Dilma Rousseff aseguró estar consternada por el hecho y decretó tres días de luto oficial.